Ciudadanos corre a toda prisa hacia el abismo, excavado en poco más de tres años por sus propios dirigentes, una vez alcanzado el cénit de su trayectoria en el período 2017-2019. Se supone que los autodenominados “liberales españoles” intentarán evitar la desaparición con una refundación, como se estila en estos casos. Probablemente van tarde, aunque esto no les desanimará de intentarlo, corriendo el riesgo de prolongar una agonía política anunciada por todas las crónicas desde hace meses. Si se apresuran, podrán celebrar dentro de quince días el decimosexto aniversario de su congreso fundacional.
La trayectoria de Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía, originalmente, es, como poco, desconcertante. Su creación responde a un análisis muy particular de la situación política en Cataluña, explicado en diversas ocasiones por uno de sus fundadores, Francesc de Carreras: “Creíamos que (en Cataluña) había un vacío de partidos, porque los tradicionales eran todos nacionalistas (sic), por eso surgió Ciudadanos”.
Dicho así parece evidente que nació a partir de la confusión entre nacionalismo y catalanismo; eso sí, su aportación durante estos años, especialmente en el ámbito lingüístico, debe considerarse trascendental en la creación de las circunstancias políticas imprescindibles para la explosión del procés. Ciudadanos no es, por supuesto, el único ni el máximo responsable de la tensión política vivida en Cataluña desde 2010 en adelante. Nadie puede robar el protagonismo que les corresponde al movimiento independentista, al TC y al Gobierno Rajoy, pero obtuvieron notables beneficios electorales de una posición que contribuyó mucho a exacerbar los ánimos y muy poco a pacificar los espíritus.
Puestos a detectar lagunas estructurales, los estrategas de Ciudadanos cayeron pronto en la cuenta de que también la sociedad española presentaba “vacíos democráticos”, atribuyéndolos a los efectos perniciosos del bipartidismo, coincidiendo en esto con Podemos. Así pues, Ciudadanos se transmutó en un partido nacionalista español sin dejar de ser antinacionalista en Cataluña y durante un tiempo pareció que habían dado con la fórmula política del éxito. Albert Rivera, acercándose un día al PSOE y al otro al PP, estuvo a punto de adelantar a los populares en las elecciones de abril de 2019.
Y en aquel preciso instante, Rivera se dejó llevar por el canto de las sirenas y se imaginó como líder del centroderecha español, desechando la alternativa de un gobierno mayoritario con el PSOE. En 2015, con 40 diputados, cerró un pacto con Pedro Sánchez que con sólo 90 diputados necesitaba a Podemos (69 escaños) para llegar a la mayoría absoluta. Iglesias dijo “no” y en el ínterin hasta 2019, Rivera se alejó de Sánchez, hasta el punto de renunciar a una vicepresidencia de un hipotético Gobierno con los socialistas. A partir de ahí, todo se precipitó y ahora el exdirigente naranja asegura tan tranquilamente que “el fracaso electoral le descubrió la felicidad”. La búsqueda repentina de su felicidad empujó a su expartido al infierno, de la mano de Inés Arrimadas y de sus pactos con el PP, avalados por Vox.
La secuencia del fulgor y caída de Ciudadanos es espectacular. Algo deben haber hecho mal, su ir y venir entre PP y PSOE no habrá sido entendido, quizás su beligerancia anticatalanista ha perdido interés para un electorado agotado de tanta tensión o aquella porción de electorado que sigue en pie de guerra escucha otras voces mucho más apocalípticas. El caso es que a partir de los 10 diputados en el Congreso que dejó en herencia Rivera, perdió 30 escaños autonómicos en Cataluña, 26 en Madrid, 11 en Castilla y León y 21 en Andalucía. En Madrid y Andalucía se ha quedado en nada. Y en 2023 hay municipales, autonómicas y generales.
El intento de instalarse en el liberalismo más clásico no ha prosperado, seguramente por resultar increíble después de los diversos discursos utilizados. En Cataluña su influencia es prácticamente nula (lo curioso es que también lo fue cuando era el primer partido del Parlament), la resistencia del bipartidismo a desaparecer deja poco espacio a terceros y el que deja libre exige unos posicionamientos por la izquierda y la extrema derecha con los que difícilmente podrá competir un Ciudadanos reinventado. Tuvo su momento, pero lo desperdició por los errores de cálculo de un líder que finalmente es feliz.