Lo peor de una política industrial no es la que se aplica, como solía decirse en la etapa del ministro Claudio Aranzadi. Lo peor es la incultura de un señor como Enrique Bañuelos, que un día enamoró al sabio Mas-Colell y al expresident Artur Mas para poner en marcha el proyecto BCN World y hacerles olvidar el fracaso de Eurovegas. Nadie entiende por qué su labia callejera pudo convencer a los políticos y cómo consiguió hacerse una foto al lado de Isidro Fainé, presidente del Grupo La Caixa, propietario de los solares de Port Aventura, en Salou, que entraban en el proyecto. Digámoslo todo, en honor de la verdad: Fainé nunca confió en Bañuelos; no lo quiso ni de contador con manguitos, y el tiempo le ha dado la razón.
Bañuelos ya demostró incompetencia e inventiva con la inmobiliaria Astroc, cuya quiebra fue el síntoma de la estafa del ladrillo en la gran caída de 2008. El empresario abandonó subrepticiamente el país rumbo a Brasil, un Estado de manga ancha, dislate celestial y probada injusticia social. Pero algo tiene el tal Bañuelos, pedigüeño de guante blanco, desde el momento en que otros le dejan hacer porque promete lo imposible. Pensando en grande, pero siendo enano en materia de ejecución, Bañuelos metió las narices en Nissan, después de la espantada del grupo japonés de motores que ha dejado la Zona Franca entre baterías y milagros del coche eléctrico. Gracias al buen hacer del delegado especial del Gobierno, Pere Navarro, el Consorcio ha ido reconduciendo la Mesa de Reindustrialización integrada por el Gobierno, la Generalitat, la multinacional japonesa y los sindicatos; la Mesa acordó ceder a Silence, participada por Acciona, la parcela del Centro Técnico de Nissan en Barcelona. Los desastres de Bañuelos y sus crédulos socios políticos de Junts van hallando vías de solución. Pero atención, Bañuelos no era nuevo en esta plaza. Entre cuellos almidonados de punta italiana y trajes de corte percherón, el hombre había pasado ya por el caso Amper, una empresa armamentística especializada en soluciones destinadas a carros de combate para el Ejército de Tierra. No sé sabe con qué mecanismo de sindicación y apalancamiento, el conseguidor apareció mandando y templando. La empresa estaba bajo la estrategia de Pedro Morenés, exministro de Defensa en el Ejecutivo de Mariano Rajoy (PP), ex secretario técnico del Círculo de Empresarios de Madrid y exembajador de España en EEUU, que sin ser diplomático de carrera, contó con el visto bueno de la Oficina de Conflictos de Intereses, ya que el hijo del vizconde de Alerón y nieto de los condes de Asalto cumplía el periodo de incompatibilidad justo entonces. Poco después, cuando Bañuelos salió del accionariado de Amper, el holding atravesaba un momento de debilidad patrimonial que no pasó a mayores, como suele ocurrirles a las compañías con sello del financiero.
Desde que se mueve por Cataluña, Bañuelos macronea, por utilizar un concepto acuñado en Ucrania para referirse al presidente francés Macron, que promete grandes ayudas a Kiev, pero a menudo se queda en casi nada. Cuando salió de la compañía armamentística, Bañuelos sobrevoló alrededor de su competidora, Indra, la consultora presidida todavía por Javier Monzón que había desembarcado en Cataluña de la mano de Josep Pujol Ferrusola, exsocio de Europraxis, sometida a una comisión de investigación del Parlament de Cataluña. La seguridad, la nación y el beneficio de unos pocos formaban entonces un triángulo curioso en el momento en que se anunciaba ya el salto del procés, que acabaría con la CDC del pasado.
Con los años, si algo ha demostrado la incompetencia del Govern en materia industrial este es el caso Bañuelos, un cazador bursátil que utiliza plataformas para adquirir participaciones a crédito y revenderlas hábilmente cuando la política institucional anuncia proyectos con puestos de trabajo, que finalmente quedarán en terreno de nadie. El aval político profana proyectos imprescindibles y pasa por la tangente de responsabilidades judiciales que pronto serán olvidadas.