Carla Zaccagnini (Buenos Aires, 1973) tiene una extraña afición: recopilar billetes de monedas que ya no existen, como serían la peseta o el cruzeiro brasileño, que después guarda debidamente enfundados en celofán. Esa costumbre tiene origen en su infancia, que transcurrió entre Argentina y Brasil en la década de los setenta y ochenta, cuando la hiperinflación llevaba a la gente a acaparar dólares estadounidenses al ver que la moneda local se depreciaba a velocidad desenfrenada, y obligaba a los empleados de un supermercado a pasarse el día reemplazando las etiquetas de los precios a medida que estos subían.
Explorar cómo la inflación y la política monetaria han tenido (y siguen teniendo) un impacto en la vida cotidiana de millones de personas, especialmente en Hispanoamérica, es el tema principal de la primera exposición en solitario de esta reconocida artista argentina en Estados Unidos. Organizada por Amant, un centro de arte experimental en Brooklyn, Nueva York, la exposición Cuentos de cuentas/Accounts of Accounting sirve a Zaccagnini para poner en evidencia, a través de recuerdos personales, documentos y momentos íntimos del archivo familiar, las asimetrías económicas y la relación de codependencia entre América Latina, Estados Unidos y Europa Occidental.
Barquitos de dinero
“Mi idea inicial para esta exposición era simplemente elaborar una lista, pintada en la pared, de todas las monedas desaparecidas desde que nací. La moneda es una de las identidades de un país, como el himno nacional. ¿Se imagina que se pudiera cambiar el himno cada tres años?”, explicó la artista argentino-brasileña a The New Yorker hace un par de semanas. En lugar de hacer una lista, Zaccagnini, que actualmente es profesora en la Real Academia Danesa de Bellas Artes, optó por convertir billetes de monedas latinoamericanas desaparecidas, en su mayoría adquiridas a través del portal Mercado Libre (el Ebay de Hispanoamérica), en obras de arte. Concretamente, en una instalación de barquitos de papel. “Hacer barquitos fue lo primero que aprendí a hacer con el papel”, explica en referencia a la instalación titulada Fleeting Fleet (Flota Fugaz). “Es algo que suelo hacer cuando estoy aburrida y tengo papel a mano”, añadió.
La idea de esta exposición está estrechamente vinculada a los recuerdos de su infancia, marcada por la inestabilidad económica, la hiperinflación y la necesidad de vivir en la economía sumergida para sobrevivir. Cuando aún vivían en Argentina, su padre, un vendedor de coches que también se definía como inventor, llegó a crear una máquina que permitía determinar a partir de la tinta si los billetes de dólar estadounidenses eran auténticos o no, un invento muy útil en un país donde el mercado negro estaba entonces muy extendido.
Traslado a Brasil
En 1981, cuando el tipo de cambio dólar peso atravesó un momento favorable, los padres de la artista decidieron mudarse a Brasil, donde sus ahorros rendían más y podían comprarse una casa con piscina. Para la mudanza, la artista recuerda que su abuela le cosió a su madre una chaqueta con muchos compartimentos para que pudiera pasar fajos de billetes por la frontera sin levantar sospechas. Otro recuerdo anecdótico es ver a su padre, que había escondido billetes de 100 dólares por toda la casa, incluso detrás del bidet, arrodillado en el suelo del baño, tratando de recuperar los que se habían echado a perder por culpa de una fuga de agua.
En Brasil tampoco les esperaba demasiada tranquilidad. En la década de los ochenta, la inflación llegó a sobrepasar el 1.000% y el Gobierno fue cambiando constantemente el nombre del dólar brasileño, a medida que se devaluaba. Antes de 1986 se llamaba cruzeiro, más adelante, cruzado, hasta que en 1989 la moneda fue devaluada de nuevo, y mil cruzados se convirtieron en un cruzado novo. Y así hasta hoy. Según uno de los documentos que se muestran en la exposición, un real brasileño actual sería el equivalente a 2.750.000 billones de los reales originales usados cuando Brasil se independizó, en 1822.
Distinguir lo verdadero de lo falso
“Las obras de Zaccagnini exploran las migraciones, el comercio y la extracción de recursos causados por la intervención extranjera y que contribuyen al frágil entorno económico y a una sensación constante de decepción que persiste en toda la región”, observa Ruth Estévez, comisaria de la exposición. Contando estas historias, “Zaccagnini se pone a sí misma en el papel de narradora poco fiable, presentando la ficción como un hecho y desafiando las nociones convencionales de verdad objetiva”. “¿Qué puede ser la historia y cómo se escribe? ¿Qué elegimos recordar? ¿Arriesgamos algo mirando hacia atrás? ¿Cuáles son los objetos a través de los cuales nos esforzamos por comprender el pasado? ¿Qué viajes elegimos borrar y cuáles ficcionalizamos de forma intencionada?”, son algunas cuestiones que nos plantea la artista. En palabras de la propia Zaccagnini, “la historia no se compone a través de los recuerdos, sino a través de la capacidad de olvidar”.
Además de la exposición, Zaccagnini ha publicado un libro bilingüe español e inglés con el mismo nombre, Cuentos de cuentas (publicado por Amant y la fundación K Verlag de Berlín), en el que reúne cinco historias de su infancia en el Brasil y la Argentina de la década de 1980, donde se cuestiona su propia capacidad para recordar adecuadamente lo sucedido. Cada episodio está estructurado en torno a un objeto específico (una tienda de campaña, un frasco, un chaleco) que era fundamental para que se dieran transacciones económicas secretas. Aunque contadas con una inocencia infantil y una atención detallada de la realidad material, las historias, intercaladas con dibujos de la infancia, recortes de revistas de prensa y fotografías personales, “iluminan un contexto en el que el dólar estadounidense dictaba la economía sumergida de persona a persona”, escriben sus editores. En última instancia, hacen que el lector se pregunte: “¿Cómo podemos realmente determinar el valor de algo? ¿Cómo distinguir lo que es verdadero de lo que es falso?”.