La nueva presidenta de la ANC ha resucitado la querencia del independentismo por el plebiscito. La confusión de unas elecciones autonómicas con un plebiscito ya se ensayó en 2015 con resultados decepcionantes. Esta ficción renovada ahora por Dolors Feliu tiene una ventaja para los partidos independentistas que la ANC aborrece: les permite ganar elecciones con el señuelo de un sucedáneo de referéndum cada cuatro años, que para esto sirve el plebiscito y no para otra cosa.
La ANC nació en 2011, adquiriendo muy pronto una fuerza descomunal. Sin embargo, con el paso de los años, los disgustos y los fracasos se ha ido convirtiendo en una parodia de ella misma. Es una entidad que está para refundar, aunque con la experiencia vivida, es difícil que los partidos oficialistas del procés le vayan a reír nunca más las gracias ni se lo vayan a poner fácil. Es tal la desconfianza existente entre el movimiento social y ERC-Junts que la asamblea viene amagando de hace algún tiempo con impulsar una candidatura cívica para contrarrestar la inoperancia de los políticos profesionales instalados en el Parlament gracias a la promesa de un Estado propio.
El Estado propio no está a la vuelta de la esquina como pensaba el independentismo en los compases iniciales del procés. Los partidos ya lo tienen asumido; la ANC, no. Ciertamente, no tiene sentido una Assemblea Nacional Catalana si no es para preparar el advenimiento de la república catalana; fieles a esta lógica, están obligados a mantener la ilusión en lo más alto, contra la pasividad de sus actuales diputados. Para hacerles bajar de las nubes, donde Feliu sitúa a ERC y Junts, no tiene más remedio que repescar el viejo truco de la inminencia de la secesión. Ahora está prevista para 2025.
La política de la zanahoria es solo para creyentes de primera fila; para el resto de catalanes es solo una tapadera de la desorientación, la simple expresión de un modus vivendi que resulta altamente satisfactorio para un buen puñado de dirigentes y aspirantes a dirigentes del movimiento independentista. La sucesión de fechas límite para el cumplimiento del ensueño es la aplicación a la política de la Cançó de l’enfadós, que solo sirve para poner de los nervios a quienes se la toman en serio, aquellos que no se desaniman ante el incumplimiento manifiesto de los plazos prometidos.
El independentismo catalán no ha conseguido siquiera establecer una canción identificadora del movimiento, una letra y una música promovidas como himno de la causa que sirviera para emocionar a los movilizados. Este tipo de himno suele ser muy útil para enardecer a las bases y para reconocerse como compañeros de viaje, pero sigue siendo un déficit (uno más) de los que arrastra el secesionismo, aun contando con Lluís Llach en la dirección del Consell per la República.
En 1969, Zager & Evans popularizaron una canción pegadiza con el título In the Year 2525. El año 2525, además de ser un año angelical según la numerología, es la fecha señalada por los autores de la letra para que la humanidad pueda atisbar su futuro, en el caso de llegar a sobrevivir hasta entonces. Puestos a poner fechas, la musicalidad de esta juega claramente a su favor para convertirse en bandera también de los catalanes que quisieran que Cataluña pudiera separarse de España algún día.
Es un plazo largo, hay que admitirlo, más incluso del que nos separa del fundacional 1714. Sin embargo, al menos en aquel momento sabremos lo que nos espera. Aunque no hay que hacerse muchas ilusiones. La secuencia de años angélicos a superar para conocer el destino definitivamente alcanza en la canción hasta el año 9595. Un desespero poético, incluso para los no independentistas, una amenaza más bien. ¿Cuántos plebiscitos se habrán celebrado en el año 9595?