La transformación de las ciudades no constituye una opción, sino una obligación. Las necesidades de la población, las prioridades de sus habitantes y las características de la actividad económica varían sustancialmente cada cuarto de siglo. Los cambios pueden ser fruto de la inercia o la casualidad. Sin embargo, el éxito o fracaso obtenido es mucho más rotundo si son el resultado de un proyecto disruptivo generado por un alcalde.
No obstante, la mayoría de ellos no posee ninguno. Unos porque son incapaces de elaborarlo, ya que la estrategia y la visión de futuro no es su fuerte. Otros porque consideran un gran riesgo su confección, pues están convencidos que a una parte de la población no le gustarán los cambios planeados. Por tanto, podría suceder que estos les resten más votos que les sumen y comprometan su reelección.
La principal culpa de la escasez de grandes proyectos urbanos la tienen los ciudadanos, pues en las urnas muy pocos valoran si existe o no uno interesante. En las ciudades cuya población no llega a los 250.000 habitantes, el secreto del éxito de los alcaldes es su proximidad a los votantes. Por eso, deben estar mucho más en la calle que en el despacho, comer y cenar casi cada día con los representantes de las asociaciones locales, asistir a los principales eventos culturales y deportivos y ser muy amables con todos los que se les acercan.
Por regla general, los ediles transformadores buscan ascender de categoría a la ciudad y ponerla en el mapa mundial (Barcelona con Maragall), europeo (Málaga con De la Torre) o español (Vigo con Caballero). Los tres han tenido como objetivo aumentar la actividad económica de la urbe, convertirla en una gran fuente de generación de empleo, atraer inversiones del resto del país y el extranjero y mejorar su oferta cultural.
No obstante, el anterior perfil tiene una gran excepción: Colau. La alcaldesa tiene un proyecto disruptivo, pero muy distinto al de los ediles mencionados. Su objetivo es llevar a la ciudad a una división inferior y transformar una metrópoli internacional en una ciudad dormitorio. Para lograrlo, necesita impedir cualquier proyecto de infraestructuras que impulse el PIB municipal y poner todo tipo de trabas al desarrollo de la actividad económica.
Por eso, está en contra de la ampliación del puerto y el aeropuerto, pretende limitar el número de cruceros que atraquen en las dársenas, dificulta la circulación de los automóviles dentro de la ciudad y no ofrece ninguna facilidad a aquellas empresas que buscan instalarse en ella. Según la alcaldesa, lo hace por nuestro bien, pues el decrecimiento económico es lo único que puede salvar el planeta.
En Cataluña, Barcelona no es una ciudad más, sino que constituye el motor que impulsa su progreso. Aunque lo desearan, dicha función no la pueden desarrollar L’Hospitalet, Sant Cugat o cualquiera de las otras capitales de provincia. En los próximos años, una gran mejora económica en la comunidad autónoma únicamente tendrá lugar si su metrópoli más importante sustituye su proyecto actual por otro muy distinto.
Para conseguirla, las principales consultoras internacionales deben vender la ciudad como un magnífico lugar para hacer buenos negocios. Su contratación y la supervisión de sus gestiones debe ser efectuada por el ayuntamiento, pues constituiría un error delegar la anterior actividad de manera directa o indirecta en algunos prohombres de la burguesía catalana. En la actualidad, esta es una caricatura de lo que llegó a ser, pues la mayoría de sus integrantes han vendido sus empresas y convertido en rentistas.
Para hacer mucho más interesante la ciudad al capital foráneo, el ayuntamiento debe facilitar la rápida apertura de las nuevas empresas, negociar con otras Administraciones Públicas una fiscalidad atractiva para las compañías que reinviertan en ella los beneficios logrados, fomentar la llegada de trabajadores cualificados desde el resto del país y el extranjero y ofrecer naves, oficinas y suelo industrial relativamente barato.
Si la campaña tiene éxito, Barcelona atraerá más capital de empresas convencionales que de startups, siendo esta una evolución contraria a la observada en los últimos años. Una significativa parte de las primeras serán industriales y procederán del Sudeste Asiático. El traslado será principalmente consecuencia del declive de la globalización comercial por las posibles interrupciones en la cadena logística y la separación del mundo en dos bloques no perfectamente delimitados: Occidente y Oriente.
La participación de las startups en el tejido empresarial de la ciudad disminuirá significativamente debido a la progresiva normalización de la política monetaria. La subida de los tipos de interés llevará a los inversores a otorgar más importancia al riesgo incurrido y menos a la expectativa de rentabilidad. Una coyuntura que dificultará en gran medida la financiación de compañías que tres años después de su creación sigan generando cuantiosas pérdidas y posean una escasa cuota de mercado.
Entre las empresas industriales, las más deseadas serán las ensambladoras de vehículos, constructoras de instalaciones de energías renovables y fabricantes de electrónica de consumo, componentes de automoción y microchips. Entre las de servicios, las más anheladas serán las nuevas universidades, financieras, aseguradoras, consultoras y proveedoras de asistencia médica.
En definitiva, en los últimos siete años, Ada Colau ha liderado un proyecto de gran transformación de la ciudad. A diferencia de la mayoría de los alcaldes, siempre ha tenido claro lo que pretendía conseguir y nadie puede decir que se ha limitado a calentar la silla. No obstante, si lo hubiera hecho, la ciudad estaría menos mal de lo que está.
Dicho proyecto ha llevado a Barcelona a un agudo declive. Su ideología, comunista disfrazada de ecologista, le ha impedido construir un modelo generador de riqueza e impulsado a convertir la capital catalana en una ciudad dormitorio. No será fácil una rápida reversión de la actual tendencia, pero la masiva llegada de fondos europeos en los próximos años y las nuevas tendencias de la economía mundial favorecerán tal propósito.
Para conseguir el anterior objetivo, es imprescindible un gobierno municipal que otorgue una gran importancia a los temas económicos, una escasa a los identitarios y facilite la vida en la ciudad a los residentes y visitantes. Dentro de un año, cuando voten, olvídense de sus sentimientos y toquen su cartera. Sus hijos o nietos se lo agradecerán, pues les evitarán emigrar a otra ciudad donde las empresas ofrezcan más y mejores empleos.