Hace 19 años, en un lujoso hotel de cuatro estrellas a la entrada de Terrassa, coincidí en una comida con el entonces conseller de Política Territorial y de Obras Públicas, Felip Puig, y con el líder municipal de CiU en el ayuntamiento de dicha localidad, Jordi Rull, que ese momento encabezaba la oposición y que mucho tiempo después sería condenado y encarcelado por su participación en la organización del procés.
Hablamos del año 2003, cuando acababa el último gobierno de Jordi Pujol antes de que llegara Pasqual Maragall y el primer tripartito, lo que supuso un cambio de políticas en la Generalitat de Cataluña. Recuerdo que iba acompañado con el hoy fotógrafo de El Periódico de Catalunya, Josep García.
En los postres de aquella comida, Felip Puig, probablemente animado por alguna copa de vino o de cava de más, confesó sus ideas políticas independentistas. Yo se lo transmití al día siguiente a la exalcaldesa de Granollers, Carme Esplugues, también de CiU. Y me contestó lo que yo ya sabía: que los lobeznos de Convergència eran independentistas.
En aquel momento, no me levanté de la mesa porque era el director de La revista del Vallès y allí estábamos todos los directores de prensa, radio y televisiones comarcales, pero era lo que debería haber hecho.
Recuerdo una pregunta del director del Diari de Terrassa a Felip Puig sobre los problemas de Renfe. Unas incidencias que siguen hoy en día. Y al conseller Puig le cambió la cara y lanzó una soflama secesionista.
Puig nos dijo que el president Pujol era muy amigo del rey Juan Carlos, y eso le impedía pactar con ERC en clave independentista. Pero inisistió en que eso era lo que tenía que hacer CiU y que Artur Mas lo haría cuando fuese presidente de la Generalitat. Y así fue.
Recuerdo cómo Rull y un senador convergente aplaudieron al conseller...