El panorama político del viejo nacionalismo es un erial; su sucesor, el soberanismo, atraviesa sus horas más bajas. La inmersión lingüística está muerta y Germà Gordó, el abogado-fontanero del último pujolismo en la etapa rabiosa del delfín Artur Mas, es la viva expresión de la incomodidad del que quiere colgarse del furgón de cola. Procede de los años en los que la alegoría pastoril catalana revisitaba la crónica política del fer país. Abundó los platós de televisión, los periódicos y los juzgados, vinculado a los casos Pretoria, Palau o ITV. Es otro partidario de la neutralidad finlandesa, que después del 3% vio las barbas de su vecino pelar. Pero, ahora, como el que no quiere la cosa, reclama un papel en Centrem, el grupo de Àngels Chacón, donde él ha movido los hilos a través de Teresa Pitarch con el objetivo de que este partido incluya en su ideario el derecho a la autodeterminación.
Ha sido que no. Gordó busca el lucimiento sin pasar por los votos monacales. Es un chico cincuentón de la Pobla de Segur; va al encuentro de paisajes cerrados, protegidos de la mirada ajena, pero abiertos al infinito de bosques, montañas y cuevas. Su estilo es muy similar al de la troupe Pujol-Ferrusola, camada ilustre, dispersa entre los parajes Pirenaicos y las cabañas solares de la Cerdanya, paraíso del senderismo, sinónimo de buenos escondrijos. Es otro bosquimano, vividor digo de las fábulas de La Fontaine, espantajo del Parnaso en sus fábulas del conejo y el lebrel.
La operación de Centrem se ha ido diluyendo si se observa a los líderes de formaciones que iban a unirse al proyecto de Chacón, pero que han preferido mantenerse al margen: el impulsor de la Lliga, Joan Ramon Bosch, el fundador de Lliures, Antoni Fernández Teixidó (¿qué se le perdió a este trotsko con ideas en medio de la mediocridad?) y el mismo David Bonvehí (PDECat). El letrado Gordó, exconsejero de Justicia de la Generalitat que tuvo que apartarse del PDECat, imputado en varios asuntos feos, ya fundó el Convergents non nato e intenta ahora pegarse a algo que funcione. Pero la señora Chacón, que dejó la consejería de Empresa bajo la presidencia de Quim Torra por rechazar el desafío secesionista, no le franquea el paso. Al final, ella es consecuente, y él, un sujeto del pilla-pilla que vaya usted a saber que quiere ahora.
Desde luego, “no hay quien pueda con la gente marinera”, dice la tonadilla. Más que crear una nueva Convergència para los de la casa, Gordó piensa en una nueva Convergència que lo ponga en casa. En fin, no habrá descanso en los recovecos de la extinción nacionalista. Mucho menos, en JxCat, como se ha visto en la falsa pax romana firmada entre la presidenta del Parlament, Laura Borràs, y Jordi Turull, donde conviven las dos almas del pasado: la herencia del resentimiento y la otra CDC, dispuesta a reverdecer el reformismo imposible de aquel movimiento fundado a la sombra de Jordi Pujol, el hijo de la patria que empezó en un consejo de guerra del Antiguo Régimen por Els fets del Palau y años después apuñaló a su mejor hombre, Miquel Roca. Pujol coronó entonces al unicornio Artur Mas --el expresident, antes nen de primera comunió, hoy convertido en lancero bengalí-- y acabó por demostrar que el heroico Palau dels Fets era suyo; o por lo menos, su caja fuerte, celosamente guardada en el patronato de la Fundación Trias Fargas (malaje debe pensar, desde el otro mundo, aquel ilustre profesor de Economía).
Gordó ardió un día en un fuego fatuo de las inteligencias vegetativas. Fue hijo natural de aquellos vientos y se desliza hoy por estos barros.