La división en Cataluña es un cliché, según el discurso oficial del independentismo, profusamente divulgado por los medios públicos y los medios oficialistas. Por esa razón, la aparición de un estudio del Institut Català Internacional per la Pau y EsadeEcPol que concluye que “no parece que exista un problema de convivencia ni en el conjunto de España ni en las comunidades autónomas” ha sido celebrado por todo lo alto por el universo mediático soberanista por entender que desmiente tal división.
En realidad, el único cliché que hace tambalear este estudio es el del famosísimo 80% de catalanes partidarios de la autodeterminación que, según este análisis de la polarización y convivencia, se situaría en el 45%, una cifra por otra parte muy parecida al porcentaje de partidarios de la independencia que últimamente vienen detectando los barómetros del Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat.
Ciertamente el 63,6% de los encuestados creen que la convivencia en España es muy buena. En Cataluña, el porcentaje de los muy satisfechos con la convivencia entre catalanes se reduce hasta el 48,2%, mientras que los que la consideran muy mala es del 12,8%, el porcentaje más alto de los registrados en todas las comunidades, más del doble de la media del conjunto. Curiosamente, los medios que coinciden en calificar de cliché la división también coincidieron en resaltar que la región de Madrid es la más polarizada por motivos partidistas, aunque los encuestados madrileños solo creen en un 7% que el grado de convivencia entre ellos sea muy malo.
El informe Polarització i convivència a Espanya 2021 es un estudio con una buena base de entrevistas (7.189 personas encuestadas a través de internet) pero es unos más de los muchos que aparecen periódicamente; tiene el valor pues de formar parte de una serie general de la que todos los interesados extraerán sus consecuencias. Lo llamativo del caso es la reacción unánime ante estos datos de quienes niegan la división en Cataluña, obviando de entrada que no se debe a motivos ideológicos, como se desprende del caso de Madrid, sino a cuestiones identitarias.
Las diferencias entre los bloques políticos construidos entre catalanes a base de supuestos mandamientos del buen catalán (monolingüismo, soberanismo, desprecio por España y según los días, un poco de antieuropeísmo) no abarcan solo el futuro colectivo sino que se aplican al cómo deben actuar las instituciones en el presente para no condicionar un futuro sobre el que no existe acuerdo sino polarización a mitades casi exactas.
La desconfianza institucional es norma general en toda España, incluida Cataluña, por supuesto. La diferencia del caso catalán es que buena parte del desprestigio es conscientemente y voluntariamente buscado por los gobernantes, justamente para subrayar la inutilidad de las instituciones históricas y constitucionales (Gobierno de la Generalitat y Parlament) para alcanzar sus objetivos de parte y abandonar al desamparo institucional a la otra mitad del país.
La paradoja es que quienes sustentan esta política de deslegitimación institucional para abrazar la desobediencia (aunque solo sea discursiva) y así poder avanzar hacia la república que se sienten obligados a proclamar consideren un cliché la división entre catalanes y no una desgracia a superar. No hay que desanimar. El acuerdo de ERC-PSC-comuns para reconocer la realidad y la flexibilidad de la inmersión lingüística en la escuela catalana puede ser un punto de inflexión para el renacimiento de la transversalidad.