Titulo esta columna replicando el de un libro del profesor Adolfo Blanco, uno de los profesores que más nos hablaba del mundo real durante mis estudios de ingeniería, allá por el Pleistoceno superior. La inflación es un síntoma de los desajustes de la economía. Siempre está ahí, pero hace mucho tiempo que nos habíamos olvidado de ella. La inflación no ha muerto, simplemente estaba dormida.
Cuando hay más demanda de productos que oferta y cuando hay más dinero en circulación del debido (o sea lo que ocurre ahora), aparece la inflación, siendo la invasión de Ucrania una agravante, pero no la causante, y menos la única. Todos los desequilibrios financieros y de oferta derivados de la pandemia ya nos llevaban a un escenario inflacionista sin necesidad de nuevos eventos negativos.
Durante años hemos sido muy felices ignorando la continua devaluación del dinero y de los activos que implica la inflación, pero ahora hay que ponerse las pilas. Todos los bancos centrales se habían conjurado para mantener la inflación por debajo del 2%, o sea hacerla marginal, escenario que ahora ha saltado por los aires.
Sin inflación, las negociaciones salariales o la revisión de pensiones han sido muy sencillas, lo mismo que las valoraciones de las empresas o las políticas de tesorería. Con una inflación de dos dígitos no hay más remedio que reconocer su impacto en ingresos y costes, pero no es sencillo acotar dicho impacto para evitar un efecto multiplicador, la conocida como inflación de segunda ola. Los tipos de interés tienen que subir para frenar el crecimiento de los precios, pero ahora que la economía está débil es políticamente muy complicado acelerar la subida de tipos. La inflación con tipos bajos no frenará y, además, destruirá el ahorro.
El punto de partida preguerra ya era complicado. Los bancos centrales, todos, han impreso billetes como si no hubiese un mañana desde la crisis financiera. Los estados han emitido nueva deuda que ha sido absorbida por los bancos centrales y estos han inflado sus balances de una manera nunca vista. Hoy, el banco central más conservador tiene un balance diez veces superior al que tenía en 2006, y eso es una barbaridad. Ese exceso de dinero se ha quedado en gran medida en la economía financiera, inflando las valoraciones, especialmente de empresas vinculadas a nuevas tecnologías o a redes sociales. Pero poco a poco esa riqueza virtual ha ido permeando a la economía real.
El colapso de oferta que supuso la pandemia ha sido otro elemento que ha detonado el actual escenario inflacionista. Hasta finales de 2019 nuestra economía estaba fuertemente globalizada y veíamos normal comprar espárragos en Perú o camisetas en Bangladesh por menos de la décima parte de hacerlo al lado de casa, a pesar del transporte y la compleja cadena de intermediación. Los cierres asíncronos de los diferentes países han evidenciado la fragilidad de esta globalización low cost y ahora casi todas las cadenas de suministro están tensionadas cuando no rotas.
Para fortalecer la recuperación económica, la Unión Europea está inyectando nuevos fondos de manera direccional, hay que ser más digital y más verde. La digitalización implica eficiencia, y por tanto destrucción de empleo. Ser más verde no es gratis, como lo estamos viendo en el disparate de los precios de la energía, fuertemente influidos por nuestro dogmatismo (derechos de CO2) y los impuestos.
Y la guinda la pone una guerra que afecta a uno de los principales proveedores de cereales, Ucrania, y a uno de los principales productores de gas, Rusia, reduciendo más aún la oferta, lo que tensiona los precios de la energía y la alimentación. La estocada final la puede dar China como decida ser beligerante en lo económico. Esperemos que su pragmatismo le mantenga en una zona tibia que no nos haga mucho daño.
Los gestores de las empresas tendremos que aprender a dirigir con inflación, y lo haremos. Pero también los políticos, a los que se les simplifica el peso de la deuda, deben cambiar sus prioridades y dedicar mucho tiempo y cariño a la economía real. Alta inflación con crecimiento económico débil y tipos altos son una bomba de destrucción de riqueza. Habrá que priorizar y dejar la resolución de algunos problemas del primer mundo para tiempos mejores.