Con tanto desbarajuste alrededor, es arduo complicado saber hacia dónde dirigir la vista para fijar la atención: Ucrania, inflación, crisis energética, cambio climático, rebaja de la T-10, congreso del PP, Copa América, Juegos Olímpicos de Invierno, superillas, reforma de Vía Laietana… No damos abasto. Se hace difícil ser sensible a cuanto nos rodea sin entristecerse. Antonio Balmón, alcalde de Cornellá y vicepresidente del AMB, decía recientemente que “Cataluña está mustia”. Y ¿qué decir de Barcelona?, donde hemos pasado el mes de marzo con menos sol en más de medio siglo y soportando un viento del nordeste insufrible: apenas 81’2 horas de sol en todo un mes, el registro más bajo desde 1968. ¡Aventados y a la sombra! ¿Cómo hemos de estar?
Podríamos concluir que la única buena o mejor noticia es que han dejado de darnos la chapa con las cifras del Covid: Fernando Simón es ya un lejano recuerdo, una reliquia del pasado, aunque el recuerdo tiene el problema de tender a agrandarse con el paso del tiempo. De todas formas, mejor no echar las campanas al vuelo, porque seguimos siendo víctimas de la “maldición de la curva”. Estamos condenados a pelear permanentemente con las curvas, y no precisamente las viarias. Primero fue el esfuerzo por aplanar la de la pandemia; ahora toca la de la inflación. Apenas salimos de una curva y entramos en otra. Es lo que tiene el lenguaje, que resulta siempre ambivalente. Cambiamos de tema pero no de escenario. Suerte que apenas nos acordamos del independentismo, aunque ahí sigan algunos dando la barrila con cosas como que Teresa Sánchez de Cepeda no era de Ávila sino de Cardona. ¡Ay Santa Teresa de Jesús, qué cosas hemos de ver!
Al final ya no sabremos discernir qué es verdad o mentira. Hasta podremos acabar dudando si Pedro Sánchez es un fantasma que está muy vivo o un vivo que es un fantasma. Nos quedará por ver a la alcaldesa Ada Colau a bordo de un velero, gracias a la Copa América; hemos visto tantas cosas y tantos giros de actitud que no puede sorprendernos. Camaleónica como es, se apunta a todos los éxitos aunque no sean suyos incluso a su pesar. Después de todo, ya vimos a su edil Janet Sanz, titular de la rimbombante concejalía de “Ecología, Urbanismo, Infraestructuras y Movilidad”, en una barca menorquina navegando el pasado verano; siempre ha habido clases y a cada cual su nivel: no es lo mismo un velero que una menorquina. Pese a que una u otra cosa puedan resultar un punto elitistas, encaja bien con esa idea del coche como enemigo del pueblo que tanto gusta a los comunes. Eso sí, justo es admitir que a la hora de ponerle nombre a los cargos, tienen un ingenio desmedido. Que luego sirvan para algo, es cosa bien distinta.
A ciencia cierta, tampoco sabemos con exactitud si cambian las cosas o cambiamos nosotros. Aunque hay algunas que permanecen inalterables. Así, por ejemplo, hacemos gala de una solidaridad indescriptible que lleva incluso al gremio de la restauración a proclamar la ensaladilla rusa como “tapa solidaria” para apoyar a Ucrania. Desconozco si a los ucranianos les habrá hecho mucha gracia la idea, también se podría haber escogido el “filete ruso”. Si todo sigue así, no sería de extrañar que surgiera alguna iniciativa más local para espantar la conclusión de la Generalitat de que uno de cada tres niños catalanes es pobre. Tampoco es un problema exclusivo de Cataluña, pero vale de poco verlo así; ya se sabe: mal de muchos, epidemia. Lo malo es que, en tiempos de crisis, subsiste la invisibilidad de la pobreza y hay cosas que es más cómodo no ver o ignorar.
Habrá que hacer un esfuerzo por mantener abierto un resquicio a la esperanza. Incluso acariciar la posibilidad de que algo cambie en el panorama político con la llegada de Alberto Núñez Feijóo a la presidencia del PP. Al menos, se verá ya con Pedro Sánchez mañana, día internacional de la conciencia. Dicho así no se sabe muy bien qué es o significa: según Naciones Unidas, tiene un sentido social y de protección a las generaciones futuras de guerras, la promoción de los valores de justicia, democracia, solidaridad y derechos humanos. El objetivo es loable; la realidad, por desgracia, suele ser muy tozuda. Habrá que estar atentos: España y los españoles necesitan salir del ambiente de enfrentamiento permanente, escapar de esa ortodoxia del choque frontal cotidiano para tratar de poner orden y resolver los múltiples problemas y amenazas que nos acechan. En el fondo, es pedir bien poco: un poquito de por favor. Tampoco es tanto reclamar algo de atención y respeto a los ciudadanos.
No tardaremos mucho en ver cómo evolucionan las cosas, si se rompe la clásica dicotomía izquierda/derecha porque se libra la batalla en el centro, esa especie de espacio abstracto en el que todo cabe. Estamos ya habituados a ver cómo los partidos son una cosa y su contraria: existen para conquistar y ejercer el poder, cosa que exige moverse en diversas direcciones según la coyuntura. Su fortaleza, al margen de su color o adscripción ideológica, reside en la ausencia de sensibilidades internas que son habitualmente arrasadas. Si salta por los aires el eje de la ortodoxia, habrá que ver la eventual recuperación del talento partidista dilapidado estos años a uno y otro lado.