Aprovechando el desconcierto geopolítico, la presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, se cuela en Naciones Unidas y obtiene una vicepresidencia en UNPO, un organismo lateral de la asamblea que defiende la autodeterminación de territorios sin estado. Los ejemplos son emblemáticos: Tíbet, Kurdistán, los tártaros de Crimea o Somalilandia, un territorio situado entre Eritrea y Somalia y pegado al cuerno de África.
Después de la última asamblea general de Naciones Unidas, las cosas no pintan bien. Rusia se abstuvo de condenar la guerra de Putin. Arrastró a Siria, Irán y Cuba y, francamente, a la ONU solo le faltaba la Paluzie. Perece una inocentada. Su Cataluña emparentada con Somalilandia es una desventura de las que se buscan por afición, como aquellas Minas del Rey Salomón del escritor victoriano Rider Haggard, embarradas en junglas sin descanso y en sueños auríferos inalcanzables por senderos de diamantes y marfil.
En España, el plan de salvación de Sánchez ante el malestar social y las consecuencias de la guerra empieza más o menos bien: 6.000 millones de euros en ayudas públicas, créditos ICO, más ertes y alquileres; una reedición del fondo contra la pandemia. Y de repente, el PP tiende la mano. Después del consejo de ministros de ayer, Feijóo dice que “lo estudiaremos detalladamente”; está entre la abstención y el sí. El clima de concertación se abre camino en casa ante la frialdad ventajista de la Liga Hanseática del Báltico: Holanda y Alemania, una con gas en el Mar del Norte y la otra con gas barato de Rusia. En el flanco energético, a Sánchez y al portugués Costa les sale bien la celada de la ínsula eléctrica peninsular. Pronto lo veremos.
Yolanda sella el paquete fiscal, pero los socios de coalición ponen pegas; no se puede beber y sorber al mismo tiempo. El PNV va lento y a Ciudadanos le sobra la escenificación retro de Edmundo Bal, último bastión de la Brigada Aranzadi.
Al igual que casi todos, la Paluzie no sabe nada de sí misma, pero está convencida de lo contrario. Pronto nos soltará el discurso del doctor Josep Trueta sobre el derecho de Cataluña a ser escuchada, como un país, en el concierto de las naciones. Solo le pido que, cuando hable de nosotros, no haga el ridículo que han hecho hasta ahora Puigdemont, Comín y compañía. Que no nos haga perder el poco prestigio internacional que nos queda como catalanes.
A ella le parecerá muy bien dar la tabarra a los tibetanos, una gente que lloran por su Shangri-La, la meseta aislada y espiritualmente desnortada por una pandilla de curones, que jamás han dado un palo al agua. Confunde nuestras prioridades --las desconoce-- con las del Kurdistán doliente, después de guerras y hambrunas y hasta se trasviste de nómada ante los tártaros aposentados en Crimea, aquel pueblo al que el Correo del Zar, el tal Miguel Strogoff inventado por Julio Verne, le tenía más miedo que a la tiña.
No fastidiemos. No se trata de despreciar a nadie pero, ¿con quién anda la Paluzie? ¿A quién le vende la independencia de un pueblo estético y moderno, como el nuestro?