La franja que va del Báltico al Mar Negro es una zona europea de alto riesgo, a la que Rusia siempre se ha asomado con afán de dominio exclusivo, pero ahora parece estar actuando con mucha torpeza estratégica mientras que la resistencia de Ucrania es mayor de lo que se pudo esperar. Aun cuando Putin sepa mucho de tácticas de ciberguerra, es obvio que a Zelenski le está dando cobertura logística la comunidad de los servicios de inteligencia de Occidente, lo que tal vez pueda conocerse algún día y que hasta ahora se ha mantenido, como debe ser, en el secreto. Podríamos verlo como una operación vintage de la guerra fría sintonizada con el vuelo de drones, satélites y formas muy elaboradas de castigo económico. Es un remake del puente aéreo de Berlín en 1948-49, con elementos radicalmente nuevos de poder digital y una expectación de naturaleza globalizada.
Si Putin sigue en el impasse ucraniano actual, las consecuencias del desgaste ruso también pudieran ser insólitas, desde la falta de belicosidad del antiguo Ejército Rojo y la grave contrariedad de todos aquellos súbditos que no quieren que su hijo muera por un imperio post-soviético, mientras ven como el rublo cae por los suelos y que el McDonald’s de la esquina ha cerrado. El efecto regresivo de la primavera árabe mermó el optimismo de quienes creen factible democratizar los Estados fallidos. Pero ha habido otras primaveras. En Ucrania, la Revolución Naranja y luego la Revolución de la Dignidad, por ejemplo. ¿Puede ser que Putin acabe temiéndole más a la calle rusa que a la OTAN? Quién sabe si, abducido por su larga experiencia del poder absolutista, Putin sería incapaz de prever la posibilidad de una explosión de descontento en la antigua plaza Roja.
Es dudoso que China vaya a echarle una mano. En realidad, lo que Putin está haciendo en Ucrania es una advertencia para el imperio en marcha de Xi Ping, una moraleja confuciana para un sistema iliberal que busca marcar territorio en todo el planeta. Previsiblemente, China va a seguir hurgando, con o sin pago, en los recursos tecnológicos de Europa, trazando su nueva Ruta de la Seda y acosando a Taiwán con circunloquios de mandarín y presiones de superpotencia. Después de Tiananmén lo más posible es que en Pekín ya tomasen nota de aquellas “revoluciones de color” vividas por Georgia, Ucrania, Moldavia y el Kirguistán en lo que les convenga, Tíbet aparte, pero de Putin no se sabe. Suenan las sirenas de alarma en Kiev. Sabemos por quién doblan las campanas.