Se quejaba hace unos años Britney Spears en su canción Piece of me de que todo el mundo parecía querer un trozo de ella. Es decir, que todos tiraban de su cuerpo, de su vida y de sus hits en todas direcciones mientras opinaban sin tasa de ella y de lo que hacía y dejaba de hacer. Tengo la impresión de que eso le sucede ahora a Rosalía con la publicación de su tercer disco, Motomami, sobre el que opina hasta el Tato, quien también tiene mucho que decir sobre la evolución creativa de la cantante, lo bien o lo mal que le sienta Miami, cómo ha creado una música nueva a partir del flamenco o ha sumido a éste en la ignominia y así sucesivamente. Prensa y redes sociales rebosan de comentarios sobre Rosalía, como si su carrera fuese una cuestión de Estado y su Motomami algo equivalente al acuerdo de España con Marruecos en referencia al Sáhara Occidental. Ya nadie quiere un trozo de Britney porque todos quieren un trozo de Rosalía.
El orgullo de Sant Esteve Sesrovires cuenta, básicamente, con dos grandes colectivos de seguidores: los que la adoran y los que la detestan (ninguno de los cuales puede prescindir de ella). A partir de ahí, empiezan los matices. Están los que cada día la quieren más y la encuentran más genial e innovadora. Están los que llegaron a El mal querer y ahí se quedaron, considerando una birria todo lo que lleva compuesto desde que se instaló en Miami (cierto es que ese lugar tiene algo de agujero negro en el que pasan cosas extrañas: recordemos que ahí se volvió definitivamente loco Camilo Sesto). Están los que no han pasado del primer disco, Los Ángeles, que les pareció un muy prometedor comienzo en la escena flamenca. Y luego vienen los estetas, que cada día me encuentran a la pobre chica más hortera y se hacen cruces con esas uñas de medio metro que luce y esos chándales de choni de lujo a lo J. Lo que nos lleva. Sin olvidarnos de los que les parece muy bien su flirteo con el reguetón y los que detestan sus contactos con el reguetón y esos duetos con gañanes sudamericanos tatuados y reteñidos (como el novio que se ha echado, el tal Rauw Alejandro, al que amenaza con llevárselo a vivir a Manresa).
Hay que citar también a los que les parece estupendo todo lo que hace Rosalía porque es una española que ha triunfado en los States y eso hay que celebrarlo. Y a los catalanes, que se dividen en dos contingentes: el de los que la adoran no por lo que hace, sino por ser de Sant Esteve Sesrovires, y los que la riñen porque canta en español y no hace el menor esfuerzo por dejar clara su catalanidad (el sampleado de la muy catalana voz de la abuela de la artista se les antoja poca cosa, puras migajas para quedar bien, pero que no comprometen a nada: esta gente sigue sin entender por qué no se dio el triunfo a nivel internacional de Els Pets o Sopa de Cabra). Sí, amigos, todos quieren un trozo de Rosalía.
Personalmente, no me siento muy autorizado para opinar. Tengo una edad (o dos) y las cosas han cambiado mucho en el panorama de la música pop. El rock, que es la música con la que crecí, ha dejado de tener la relevancia de tiempos pasados. Hace dos décadas que el interés juvenil se ha desplazado hacia otras músicas que, por regla general, ni me van ni me vienen. Puedo dejar de comprar discos porque con el material que almaceno en mi domicilio tengo para cuatro o cinco reencarnaciones. El reguetón me aburre, aunque siento una inexplicable simpatía por Maluma. En cuanto a Rosalía, me gustaron Los ángeles y El mal querer, pero lo que he oído de ella últimamente no me ha interesado gran cosa. Es normal. No es grave. Rosalía no se dirige ni a mí ni a la gente de mi generación. Me quedo fuera de la discusión porque no aspiro a pillar un cacho de Rosalía. Me sorprende que su nuevo disco sea casi una cuestión de Estado mientras los álbumes de los demás figurones latinos del momento (de J. Balvin a Maluma, pasando por C. Tangana) son considerados, simplemente, sus nuevos álbumes.
Creo que Rosalía tiene talento, es muy lista y hace lo que tiene que hacer para triunfar globalmente y lucrarse. Si se cuela en la radio del coche, no voy a cambiar de emisora. Me alegro sinceramente de que todo le vaya tan bien y me pasma su ciencia infusa y su auto invención: que una chica catalana del medio rural salga flamencona, reguetonera y funky me parece estupendo y creo que debería suceder con mayor frecuencia por el bien de Cataluña, de España y del mundo. Hasta ahí llego. Live long and prosper, le digo citando al señor Spock de Star Trek. Y la dejo en paz, que es lo que deberían hacer también todos esos que parecen empeñados en hacerse con un trozo de ella al precio que sea.