No es fácil componer las raíces nacionales de Ucrania. Existe una unidad étnica básica, la eslava, pero la identidad de pertenencia común se ha ido formando lentamente a lo largo de los siglos XIX y XX, y se ha desarrollado plenamente desde 1991 cuando consiguió independizarse de la Federación Rusa. De una antigua comunidad que recibía el nombre de Rus surgieron la Gran Rusia, la Rusia Blanca y la Pequeña Rusia, tierra de los cosacos, conocida como Ucrania, por su carácter de frontera entre el Este y Oeste. Al parecer su nombre surgió en el siglo XIV a partir de Rutenia, los eslavos del sur, sin que exista seguridad histórica por la destrucción de los archivos, para diferenciarse de Moscovia, que se estaba constituyendo como entidad política. Por un lado la pertenencia de parte del territorio al Imperio Austro-Húngaro, Lituania y Polonia durante determinados periodos históricos, y de otra a la Gran Rusia, hasta el actual territorio después de la II Guerra Mundial.

Con la Revolución Rusa en 1917 y la guerra civil entre la Rusia revolucionaria y la Rusia Blanca, Ucrania intentó constituir una alternativa nacional propia en medio de la desintegración de la Rusia zarista que, durante el reinado de Catalina II, había conseguido construir un Imperio en el siglo XVIII, unificando la mayoría de la etnia eslava y a otros pueblos diversos de Asia occidental. Desde 1921 una parte se incorporó a Polonia y la mayoritaria quedó en el bando bolchevique y contribuyó, desde la República Popular Ucraniana, a la formación de la Unión Soviética (URSS). Se intensificó entonces la rusificación del territorio, siguiendo la tendencia de los zares rusos, y adquirió su máxima intensidad entre 1931 y 1936, de tal manera que Stalin reprimió cualquier atisbo de reivindicación nacionalista. La política de industrialización iniciada por los bolcheviques tuvo grandes costos para los campesinos ucranianos con la colectivización de las tierras, lo que provocó una hambruna y la muerte de varios millones de habitantes, a la que se unió las persecuciones políticas. En 1939 la URSS y la Alemania nazi invadieron Polonia, se repartieron el territorio y la Unión Soviética ocupó, de nuevo, todo el territorio de Ucrania. Pero en junio de 1941 Alemania invadió la URSS y estableció su dominio en Ucrania y algunos ucranianos vieron la posibilidad de conseguir la independencia, pero se limitaron a exterminar a los judíos. La mayor parte de los ucranianos se unió al Ejército Rojo, mientras un minoritario Ejército Insurgente Ucraniano, promovido por los nacionalistas ucranianos, lucharon a su vez contra los nazis y los soviéticos. Se calcula que entre 5 y 7 millones de ucranianos murieron durante la II Guerra Mundial, entre ellos unos 500.000 judíos, y un 80% de sus pueblos y ciudades quedaron destruidos. Después vinieron los miles de deportaciones y ajusticiamientos de los acusados o sospechosos de colaboracionismo con los nazis o los nacionalistas, hasta llegar al accidente de Chernóbil que evidenciaron las carencias de un sistema incapaz de reaccionar con eficacia ante las deficiencias de una central nuclear. El referéndum de diciembre de 1991 certificó, con un 90%, la independencia de Ucrania, al tiempo que desaparecía la URSS como entidad política.

Pero eso no resolvió las contradicciones internas de esa dualidad de identidades en un territorio de más de 600.000 km2 y unos 44 millones de habitantes, donde conviven el ucraniano y el ruso. En términos globales existe un Noreste rusificado y un Suroeste europeizado, con el apoyo de la iglesia ortodoxa ucraniana separada de la rusa. Los vaivenes políticos provocaron una permanente inestabilidad ante la presión de una Rusia que consideraba que Ucrania era una parte más de su territorio y cultura, frente al deseo de integrarse en el mundo occidental, estimulado por EEUU, a fin de ampliar su radio de influencia y añadirla al espacio europeo, en la línea de lo que había ocurrido con las Repúblicas del Este después del desmoronamiento de la Unión Soviética. En 1994 Ucrania firmó, junto a la Federación Rusa, los EEUU y el Reino Unido, el Tratado de No Proliferación Nuclear, y en 1997 el presidente ruso (Yeltsin) y el ucraniano (Kuchman) acordaron el Tratado de Amistad, Cooperación y Colaboración entre ambos países.

Fue en el siglo XXI cuando el conflicto interno y externo se destapó con fuerza. La llegada al poder de Putin en Rusia y su intento de recomposición de lo que consideraba que era la “Rusia auténtica” estimuló el secesionismo pro ruso de la zona del Donbass, en la cuenca del Donetsk, cuya población mayoritaria, de origen ruso, pretendía desvincularse de Ucrania y constituir dos repúblicas independientes. Los acuerdos de Minsk en 2014 y 2015 buscaban superar el conflicto entre Rusia y Ucrania, avalados por la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) pero cada estado los interpretó de manera diferente y nada se cumplió.  Las luchas políticas por el control del poder entre los líderes ucranianos entre 2004 y 2014 -Yanukóvich, Timoshenko y Yúshchenko- evidenciaron también el péndulo entre la Unión Europea y Rusia. La revuelta de Euromaidán o Revolución de la Dignidad en 2016, convirtió la plaza de la capital, Kiev, en símbolo contra Yanukóvich por no querer refrendar los acuerdos con la UE, produjo 98 muertos, más de10.000 heridos y la huida del presidente a Rusia. En 2014 Rusia ocupó Crimea, donde se ubicaba su principal arsenal marítimo. Esta península, de mayoría rusa, había sido incorporada a Ucrania administrativamente por el entonces líder de la URSS, de origen ucraniano, Nikita Kruschev, entre 1953 y 1964, que en 1956 denunció las purgas de Stalin. La elección de Poroshhenko en 2014, con más del 52% de los votos y posteriormente de Zelenski en 2019, inclinó la balanza a favor de Europa y la colaboración con la OTAN. La invasión rusa de 2022 ha provocado un aumento del nacionalismo ucraniano de corte europeo y una solidaridad inédita por parte de la Unión Europea. Está por ver si Ucrania se incorporará a Europa o a la alternativa euroasiática de Moscú.