La imagen del presidente de Ucrania, Volodimir Zelinski, con su móvil en la mano bajo las bombas de Putin se ha convertido en icono de la libertad. Mientras la tecnología sobrevive a la destrucción de una guerra caníbal, miles de kilómetros al Sur, en Barcelona, el Mobile World Congress defiende con desfase las credenciales de la economía digital. El director de la patronal del sector GSMA, John Hoffman, ha sido galardonado con la Medalla de Honor de Foment del Treball y encumbrado por el Ayuntamiento de L’Hospitalet, sede municipal del certamen, que le ha concedido el título de Hijo Adoptivo. En la agenda venal del operador no cabe un alfiler; Hoffman es un ejecutivo masajeado y comedido al que le encaja la pregunta de Píndaro: “¿Cómo se llega a ser lo que se es?”.
La cita de las telecos es brillante hasta que uno se acerca a los consultores y analistas atentos al futuro digital. En estas fuentes se recoge la idea de que las ferias no son el futuro del siglo XXI. No es ninguna novedad que el MWC está siendo desplazado por los anuncios en directo, como lo hace Tim Cook en Apple Park de Cupertino de California. Aparentemente, en el Mobile todo son alegrías, pero la procesión va por dentro porque la patronal y Fira de Barcelona solo tienen asegurada por contrato la permanencia hasta la edición de 2024.
En el área metropolitana sobran taxis y los conductores se quejan de que no ha habido pasaje como en anteriores ediciones de esta feria internacional. Aunque se han levantado las restricciones de la pandemia, las reservas hoteleras apenas han llegado al 65%. El balance de Gremio de hoteleros y de Turismo Barcelona, feudos de Jordi Clos y Eduard Torres, celebra los 60.000 visitantes de este año. Pero algo falla. Este MWC Barcelona 2022, sin apenas presentaciones innovadoras, encaja con las debilidades de un país estoico, industrialmente tocado y políticamente inestable.
Hoy prima el despliegue del 5G, que ha disparado la conexión masiva de dispositivos de forma simultánea y permite el llamado Internet de las cosas (IoT). ¿Cuál es el futuro? En Barcelona se ha debatido ya sobre el siguiente paso, el 6G, sin embargo, su comercialización no se espera hasta dentro de unos años. Y este lapso de tiempo puede convertirse en la tumba de un certamen, que ha perdido el podio de la renovación por más que sea un éxito como punto de encuentro.
El impacto de las keynote enlatadas ha dejado un hilo de obsolescencia en las citas feriales. Y algunos se preguntan si durará un MWC Barcelona lleno de matasietes comerciales, ocupando suites y celebrando suculentos contratos. El futuro del certamen está en entredicho. El paradigma del capitalismo de plataformas alumbra la nueva economía y transforma la sociedad. Los gigantes de esta actividad, como Apple, Google, Amazon, Meta o Tencent, están ya lejos del momento en que el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, viajó a Barcelona para evangelizar sobre la realidad virtual.
Mientras el sector evoluciona a rapidez de vértigo, el MWC Barcelona se estanca como anuncio de futuro, aunque triunfe en visitantes melódicamente acompañados del clima y la gastronomía mediterránea. Entre las grandes marcas se ha establecido una política de riesgos sin actos masivos ni viajes de empresa; el goteo de los ausentes no cesa: Oracle, Cisco, Atos, PwC e Intel han optado por la participación virtual en su calendario de ferias comprometidas.
Aunque los certámenes ni lideren el tránsito a la nueva generación digital, algunos expertos las defienden; ahora son reinos del socorrido networking; sirven básicamente para “retomar el contacto personal” aclara Andreu Ibáñez, un reconocido tecnólogo. Este argumento no es baladí, mucho menos para Huawei, el gigante chino con un 50% de cuota del mercado mundial de telecos, cuyo stand de 10.000 metros cuadrados en el Congress ha sido esta vez una muestra de la voracidad comercial de Pekín, que no afloja en su combate frente a Telefónica, MásMóvil y Vodafone, en el mercado español. Samsung, con una sexta parte del espacio del gigante chino, o la espectacular EK Telecom coreana han puesto un broche temeroso a la competencia que dice “a cada uno lo suyo”. El autoritario modo de producción asiático transcurre en paralelo a la geopolítica del espacio euroasiático que sueña Putin, desde Lisboa hasta Vladivostok.