MANIFESTACIÓN. Dícese de aquella exhibición pública de congregación multitudinaria, normalmente de protesta, para exteriorizar reivindicaciones o descontentos colectivos. Suelen tener lugar en lugares de importancia simbólica de los centros urbanos con el objetivo de resaltar notoriedad, aunque, en ocasiones, por el comportamiento de la muchedumbre humana e infiltrados profesionales que buscan generar caos, pueden derivar en episodios violentos.
Es un derecho ciudadano disfrutar de la libertad de expresión, asociación y manifestación. Y es por eso por lo que, en cualquier sociedad democrática en todo el mundo, en Europa y lógicamente también en España, estamos acostumbrados a soportar y sufrir manifestaciones de todo tipo, algunas justas y pertinentes y otras totalmente irracionales mensajeras de la estulticia o solo para mayor gloria de líderes o lideresas que únicamente persiguen notoriedad en su mediocre o nula personalidad en pretendidos liderazgos de no se sabe qué ni para qué.
El hecho es que ese continuo programa de manifestaciones no solo altera gravemente el funcionamiento de nuestras ciudades, sino que genera numerosas pérdidas materiales en el comercio y actividad económica cotidiana, cuando no violentos destrozos en establecimientos y mobiliario urbano con incendios de material y vehículos que luego nadie sabe quién los paga.
Y debemos ser conscientes de que en España ahora estamos gobernados por una coalición socio-comunista con apoyos independentistas y filoterroristas cuyo programa estratégico es el secuestro social, el empobrecimiento económico y el analfabetismo de la población silenciada en una aldea global irrelevante para el mundo. También es sobradamente conocido que el espacio liberal, de centro y de derecha es muy poco reactivo a las imposiciones, se refugia en sus casas, en la abstención o por temor a represalias, siendo muy difícil que se organice en manifestaciones y actos de protesta callejera multitudinaria, puesto que a las afrentas a las que se nos somete todos los días por mil motivos, a cual más aterrador, se pueden contar con los dedos de una mano las veces que los ciudadanos hemos salido masivamente a la calle.
Si mal no recuerdo, solo en el asesinato de Miguel Ángel Blanco y el 8 de octubre de 2017 en Barcelona, la cual tuve el honor de organizar como presidente de Societat Civil Catalana, fueron momentos en que se ofreció verdaderamente una emocionante imagen del poder de la ciudadanía en protesta pacífica, mientras las demás a las que he tenido voluntad y placer de asistir han sido concentraciones de medio o escaso formato, casi siempre con patrocinio personalista o de los propios partidos políticos.
Y todo ello con España despedazada por la extrema izquierda con lo que miedo me da si se produjera el deseable y necesario cambio de rumbo al que todos deberíamos encomendarnos para volver a la senda que nos ha traído hasta hoy y debe ser la que nos siga conduciendo al progreso y pacífica convivencia. Tendremos pues que andar muy preparados para asumir la protección de las calles y de los ciudadanos que defendemos el orden constitucional y el Estado de derecho.
Cuando el personal eventual y arribista que ahora copa las instituciones se vea desalojado de ellas y de sus privilegios, porque entre todos los hayamos enviado a la nada que es de donde salieron, van a montar en cólera reaccionando de forma violenta inundando nuestra vida de protestas y manifestaciones. Volverán también los esperpentos de género, ocupaciones y acampadas con sus musas hoy instaladas en la elegancia, la moda y el coche oficial, de nuevo orinándose en las calles o despojándose de su ropa con orgullo, siempre amparándose en comandos de encapuchados violentos.
Y me pregunto si ante esa terrible amenaza quizás deberíamos programar y establecer manifestódromos como lugares oficiales para las concentraciones en las periferias de las ciudades, en áreas de expansión o parques naturales. Bien dotados de servicios de seguridad, sanitarios, de evacuación de emergencia y límites definidos, esos manifestódromos podrían ser la solución y un magnífico servicio a la ciudadanía que quiere disfrutar de la paz y convivencia en las ciudades.
Podrían anunciarse adecuadamente los motivos de las protestas en un programa calendario diario, semanal o mensual para conocimiento de los interesados y público en general en la temática de cada protesta, tal y como estamos acostumbrados a tener en los estadios de fútbol, parques de atracciones, ferias y conciertos multitudinarios.
Sinceramente pienso que si consiguiéramos de las autoridades que no hubiera ciudad sin manifestódromo la convivencia urbana diaria daría un gran salto cualitativo, la ciudad y el medio ambiente mejorarían notablemente y las libres protestas tendrían su adecuado espacio en condiciones de salubridad, acústicas y ambientales. Deberíamos pensarlo muy en serio.