Cuando Irene Montero y otros dirigentes de Unidas Podemos (UP) dicen que “España es el país del no a la guerra” están equiparando el actual conflicto entre Rusia y Ucrania con la invasión de Irak por Estados Unidos en 2003. Sin embargo, ambas situaciones no tienen nada que ver.
Hace 19 años se trataba de oponerse --y así se hizo con multitudinarias manifestaciones-- a una guerra ilegal, declarada sin la autorización de las Naciones Unidas y basada en mentiras como la de que el régimen de Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva. Ahora, los movimientos diplomáticos se producen para evitar, mediante la disuasión, una guerra cuya responsabilidad, en caso producirse, habría que achacar al régimen de Vladímir Putin, que lleva interviniendo en Ucrania desde el año 2014, cuando se anexionó la península de Crimea y con el apoyo a las repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk. Ahora, quien mantiene a 100.000 soldados y material militar ofensivo como tanques en las fronteras con Ucrania es Rusia y no la OTAN.
Es decir, que para ser coherentes con relación a Irak, los que proclaman ahora el “no a la guerra” deberían alinearse contra el posible invasor, la Rusia de Putin, y no contra el eventual invadido, Ucrania, y los países que se aprestan a defenderlo. Sin embargo, UP y los aliados del Gobierno de la izquierda independentista lo que hacen es criticar el despliegue de la OTAN y “comprender” las justificaciones de Rusia para intervenir en los países vecinos antiguos miembros de la Unión Soviética. Aplican el antiamericanismo primario para, en el fondo, defender un régimen autocrático como la Rusia de Putin.
La comparecencia del pasado martes del ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, en el Congreso fue ilustrativa al respecto. El ministro pidió unidad a las fuerzas políticas españolas, del mismo modo que se había conseguido la unidad en la Unión Europea (UE) y en la OTAN. Sin embargo, la unidad brilló por su ausencia y solo el PNV y Ciudadanos respaldaron sin matices la posición del Gobierno de Pedro Sánchez.
El apoyo de fondo al Gobierno de los otros dos partidos de derecha, el PP y Vox, quedó deslucido por los reproches que lanzaron contra el Ejecutivo. El PP denunció la falta de unidad interna del Gobierno, la renuncia de Sánchez a dar explicaciones de la crisis, el hecho de que el presidente del Gobierno no hubiera llamado al líder de la oposición, Pablo Casado, y la marginación de España en la videoconferencia del presidente de EEUU, Joe Biden, con distintos dirigentes europeos. Vox también reprochó al ministro la división entre los dos partidos del Gobierno de coalición al abordar el conflicto.
UP rebajó el tono, pero el diputado Antón Gómez-Reino expuso las posiciones que diferencian a su partido del PSOE, como reclamar la neutralidad de Ucrania y criticar la expansión de la OTAN porque “se ha ido expandiendo rodeando a una potencia que parece querer despertar”, en referencia a Rusia. El diputado repitió que “España es el país del no a la guerra”.
La izquierda independentista --ERC, EH Bildu, BNG y CUP-- rechazó la participación de España en el despliegue militar de la OTAN, con el envío de cuatro cazas a Bulgaria y la fragata Blas de Lezo a aguas internacionales próximas a la zona del conflicto. También apoyaron la “neutralidad”, en este caso de España, pidieron descartar cualquier acción “militarista” o “belicista” y responsabilizaron de buena parte del conflicto a la expansión de la OTAN en Europa del Este.
El Gobierno defiende que cualquier diálogo debe partir de la base del “respeto a la soberanía y la integridad territorial de Ucrania”, y eso es lo que Rusia viola con sus exigencias, ya rechazadas por Washington, de que ni Ucrania ni ningún otro país de la antigua Unión Soviética pueda entrar en la OTAN, así como la retirada de tropas de la Alianza Atlántica de las naciones que se integraron en 1997 (Polonia y las repúblicas bálticas).
Putin pretende con estas condiciones emular la doctrina de la soberanía limitada de la época de Leonid Breznev, un retorno a la política de bloques y de las esferas de influencia de la guerra fría. Estas demandas son “contrarias al derecho internacional” porque sería tanto como aceptar la “limitación de la soberanía de los estados”, en palabras de Albares, quien recalcó que nadie quiere la guerra y que la posición de España se fija en las cuatro d: diplomacia, desescalada, distensión y disuasión.
Nadie quiere la guerra debe entenderse referido a los países de la OTAN, pero se desconoce hasta dónde puede llegar Putin, quien no acepta que Ucrania no forme parte de Rusia, una obsesión que vive como un desgarro desde la desaparición de la Unión Soviética.