Salir a correr por las suaves colinas de la isla de Lesbos, una clase de yoga, un torneo de boxeo tailandés... Cualquier actividad deportiva en grupo puede proporcionar una sensación de liberación momentánea y una distracción muy necesaria para los más de 2.000 refugiados que siguen hoy atrapados en los campos de detención en Grecia. Esa es la filosofía que inspiró a Estelle Jean, una joven cooperante francesa aficionada a las artes marciales, a crear en 2017 Yoga and Sports for Refugees (Yoga y Deporte para Refugiados, YSR), una ONG dedicada a promover el deporte y el ejercicio en equipo como una forma de ayudar a los refugiados a sobrevivir a las duras condiciones de vida en los campos de detención griegos donde deben permanecer encerrados hasta que algún país rico de la UE los acoja.
“En principio iba a Lesbos para entrenar al equipo de corredores durante siete meses, pero ya nunca me fui”, explica por correo electrónico Nina de Winter, una neerlandesa de 26 años que en 2019 decidió hacerse voluntaria de YSF al leer sobre la ONG en la revista Runnersworld. La experiencia la inspiró tanto que al cabo de unos meses decidió asociarse con Jean para abrir otros dos centros más en el continente, uno en Atenas y otro en Ioánina —donde en el último año y medio han sido desplazados la mayor parte de los refugiados del Egeo—, y asumir la dirección de la organización.
Apoyar a las personas
“Trabajar para YSR me permite combinar las dos cosas más importantes de mi vida: correr y apoyar a los demás. Tengo el privilegio de haber nacido en los Países Bajos, he ido a la universidad y siempre he tenido la oportunidad de practicar mi deporte. Aquí puedo ayudar a otros a que el running les ayude a superar las dificultades y a mantenerse motivados”, explica la joven desde Atenas, donde está la sede de la ONG.
Citando la filosofía de Jean, a quien considera su fuente de inspiración y su mejor amiga, De Winter explica que en YSR creen “en la fuerza de las personas y en la necesidad de apoyarlas para que hagan lo que se les da bien”.
La historia de Sohaila
Desde los tres centros actuales, la ONG ofrece una amplia variedad de actividades deportivas diferentes (fitness, fútbol y artes marciales son los más populares), lideradas por entrenadores pertenecientes a la misma comunidad de refugiados. En total, unas 400 personas de orígenes diversos atienden a diario los gimnasios de YSR —Lesbos, Atenas y Ioánina—, en su mayoría hombres jóvenes exatletas o que ya practicaban deporte antes de escapar de su país, pero “también algunos que cuando llegaron apenas podían caminar”, explica con orgullo.
A De Winter le gusta contar la historia de Sohaila, una refugiada siria que acudió por primera vez a su gimnasio justo después de llegar a Lesbos, en el verano de 2019, cuando apenas tenía 15 años. Sohaila comenzó a entrenarse en la modalidad de muay thai todos los días, y no mucho después empezó a dar clases de karate. “Pronto se dio cuenta de que quería hacer más por las mujeres que no quieren entrenarse con los hombres. Le entristecía ver cómo muchas niñas y mujeres de su comunidad no son respetadas ni tratadas como iguales porque se las considera débiles e incapaces de hacer las cosas que hacen los hombres”, explica.
Las mujeres y el futuro
En julio de 2020, Sohaila empezó a coordinar actividades de YSR en un lugar seguro para mujeres cerca del campamento de Moria. “Empezaron a venir mujeres todos los días, primero un puñado, y después de un par de semanas un centenar al día. Es una demostración de que estas mujeres son fuertes, son el futuro de este mundo, y crearán un futuro mejor para todos nosotros”, comenta la directora de YSR. En septiembre de 2020, Sohaila fue trasladada a Atenas, donde con apenas 16 años se convirtió en la coordinadora del nuevo gimnasio y líder de un equipo de 10 profesores con el apoyo de Jean y De Winter.
“Hacer deporte tiene muchas ventajas para todo el mundo, pero especialmente para las personas que viven en circunstancias difíciles”, dice De Winter. En primer lugar, señala, el deporte es extremadamente importante para el bienestar mental y físico, y a menudo se infravalora cuando pensamos en la salud y las necesidades básicas. “Pero lo más importante es que a través del deporte construimos una comunidad, creamos un sentimiento de seguridad y aceptación, en un lugar donde la gente suele estar sola y se siente abandonada por las autoridades oficiales”, comenta.
Un lenguaje universal
En segundo lugar, el deporte es también una herramienta para crear habilidades que son transferibles a muchos entornos diferentes, proporcionando a la gente “la oportunidad de mantener la esperanza, el propósito y construir hacia algo”. Y, por último, “el deporte es un lenguaje universal que une a personas de diferentes orígenes y las integra en la sociedad local”, añade.
Otra historia que le gusta mencionar es la de Hanif, un refugiado afgano que durante el primer confinamiento estricto, en la primavera de 2020, veían corriendo solo por los alrededores del campamento de Moria. Le propusieron unirse al equipo y acabó haciéndolo, aunque pasaron como dos meses hasta que le oyeron hablar por primera vez. “Empezó a relajarse y a abrirse, y los otros chicos del grupo se esforzaron mucho para que se sintiera cómodo. Empezaron a hacerse amigos y a verse fuera del entrenamiento”, recuerda De Winter. Ahora Hanif está en Alemania, donde sigue corriendo y le envía sus resultados de Strava por Whatsapp, explica la directora, convencida de que correr con su equipo “cambió definitivamente la vida de Hanif y le proporcionó un grupo de amigos con los que siempre permanecerá conectado”.
El cambio empieza en Lesbos
Cuatro años después de su aterrizaje en Lesbos, De Winter todavía se sorprende de cómo ha cambiado su vida. Nacida en una región muy pequeña y bastante conservadora de los Países Bajos, donde conocer a gente con un origen diferente “es casi imposible”, asegura que de pequeña decía siempre que quería vivir en el extranjero: “Siempre supe que no quería quedarme allí, que quería ayudar a la gente que no tenía las oportunidades que yo tuve, y que quería salir de esa burbuja segura”, explica. Después de terminar el instituto estuvo viajando durante un año y luego estudió Relaciones Internacionales en Groninga.
“Me veía convirtiéndome en embajadora, viajando por todo el mundo y trabajando para el Ministerio de Asuntos Exteriores. Participé activamente en la política estudiantil y trabajé en La Haya y Bruselas defendiendo los derechos de los estudiantes. Fue entonces cuando me di cuenta de que no quería limitarme a hablar de hacer un cambio, sino que quería formar parte de él activamente. Por eso decidí venir a Lesbos, y decidí quedarme. Aquí influimos en la vida de la gente, aquí construimos algo juntos, aquí es donde se produce el cambio, no en la política”, concluye.