2021 ya se fue. Pues bueno, pues molt bé, pues adiós, que diría Josep Lluís Trapero. Y que tanta paz lleve como mal rollo ambiental deja. Que se pudra bien podrido, y que la tierra no le sea leve; porque si bien todos aceptamos resignados la idea de que la vida y su vicisitud incluye cosas buenas y malas, días felices y tristes, cal y arena, no es menos cierto que el sentir general contempla los doce meses que dejamos atrás como un tiempo más bien aciago y perdido.
Recuerden que a 2021 nos asomamos con esperanza, hartos de ver cómo nuestras vidas habían quedado en standby durante el ciclo anterior; separados de los nuestros, aislados y cargados de problemas, ansiedad y miedo, privados de libertad, con toda la actividad económica desplomada. Un panorama desolador ni siquiera visto en las películas apocalípticas de Roland Emmerich. La esperanza, a comienzos de 2021, con el planeta convertido en un silencioso camposanto global, se llamaba vacuna. Según la Fundación del Español Urgente, vacuna es la palabra por excelencia del año. Pero poco más. Sabíamos que se habían desarrollado a contrarreloj, acortando tiempos y protocolos, y aún así confiábamos en ellas plenamente. Ahora ya tenemos claro que sólo son un fino escudo protector que mengua y que difícilmente le dará la puntilla a este virus, que sigue campando a sus anchas, contagiando a diestro y siniestro --ahora mismo a ritmo de cien mil infectados al día-- y nos aboca a un exasperante bucle de dosis de refuerzo.
Pero el año no solo lo ha gafado el Covid. El mundo es una jaula de grillos, un inagotable generador de sobrevenidos y catástrofes totalmente imponderables. La memoria tiene las patas cortas, pero a poco que se lo propongan recordarán que en 2021 se han ido a pique submarinos, se han estrellado aviones y han descarrilado trenes; que se han registrado terremotos a patadas, incendios devastadores y tsunamis (Japón), inundaciones nunca vistas (en Alemania y en Europa del Norte), tornados sin parangón (Estados Unidos) y erupciones volcánicas (en nuestro entorno, en España e Italia). La naturaleza es incontrolable. Ni Greta Thunberg puede con ella. Para colmo hemos perdido ese conocimiento ancestral, telúrico, que la apaciguaba a base de ofrendas y sacrificios humanos. En el pasado, cuando esas cosas ocurrían, se escogía a los políticos más “mermados” del momento y se les arrojaba al cráter, al río o al mar, y santas pascuas... ¡Será por políticos mermados; tenemos superávit y aún sobran para dar y vender! La erupción de La Palma, por ejemplo, arrojando a Pedro Sánchez, a Yolanda Díaz o a Alberto Garzón, se hubiera enfriado en un par de horas, o tres a lo sumo. Lo de sacrificar mermados es mano de santo. Gea se apiada al instante.
Pero otros sucesos luctuosos no son imputables a la naturaleza y su fuerza devastadora ni al fatum del destino, porque recaen en el ámbito de la idiocia humana. A ver, repasemos los más significativos…
En 2021 la democracia en Estados Unidos, primera potencia mundial --según cinco parámetros clásicos: liderazgo presidencial, economía pujante, potencia militar, red de alianzas e influencia política mundial--, se tambaleó el 6 de enero, cuando vimos a Búfalo Empalmado y a cientos de cherokees, arapahoes y apaches armados asaltar y ocupar el Capitolio de Washington, alentados por Donald Trump, que se resistía a cederle el maletín nuclear a Joe Biden, un octogenario medio gagá. La cosa se saldó con 5 muertos y 50 detenidos. El nuevo presidente juró su cargo, con cara de sopor, el 20 de enero. Y para demostrar que no necesita viagra para darse marcha sana, bombardeó el 25 de febrero Siria (22 muertos) a fin de advertir a Irán de que para chulo, él.
Poco después, el 10 de marzo, en España, decenas de miles de simpatizantes y votantes naranjas nos llevamos las manos a la cabeza cuando Ciudadanos, en el cénit de su necedad táctica, presentó una moción de censura en Murcia, astutamente aprovechada por Isabel Díaz Ayuso para adelantar elecciones a la Comunidad de Madrid y entronizarse como musa indiscutible --y así le luce el pelo al mediocre de Pablo Casado-- de la derecha. Háganme un favor y arrojen al volcán a Inés Arrimadas aunque ya esté apagado.
El 29 de marzo se reabrió al tráfico marítimo, tras seis días de trombosis comercial causada por el portacontenedores Ever Given, el Canal de Suez. Yo soñaba, lo confieso, con que el carguero fuera expoliado por el teniente coronel Lawrence, Omar Sharif y Anthony Quinn y la tribu Howeitat, pero no. Cachis diez. Y con la primavera ya asentada y buen tiempo, el 17 de mayo, unos 8.000 inmigrantes irregulares, posiblemente alentados por Mohamed VI, con el que nunca está muy claro si estamos a las buenas o a las peores, se nos colaron por la frontera de Ceuta y armaron la de Dios es Cristo.
Entre el 23 de julio y el 8 de agosto se celebraron en Tokio los XXXVII Juegos Olímpicos más anodinos de la historia del olimpismo. Un muermazo. Y el 5 de agosto, el Farselona... perdón, el Fútbol Club Barcelona perdió, tras 17 temporadas, a ese pateador de pelotas de oro conocido como Lionel Messi. Se marchó el argentino muy emocionado, sin haberse sacado siquiera el titulo A2 de catalán y sin haber logrado aprender, tras tantísimos años, el clásico trabalenguas milenario que dice que setze jutges d’un jutjat mengen fetge d’un penjat. El colmo de los colmos. La inmersión no funciona.
En plena canícula, y tras haber cumplido con su misión, las tropas estadounidenses se retiraron de Afganistán con el rabo entre las piernas. Los talibanes se apoderaron de un arsenal formidable y tomaron Kabul el 15 de agosto. Con cara de buenos chicos prometieron que las mujeres podrán, a partir de ahora, ir a los toros con minifalda y divorciarse, y que respetarán los derechos del colectivo LGTBI y lo que haga falta. En España Irene Montero y Ada “Yo también viví en Afganistán” Colau celebraron por todo lo alto la llegada de la democracia al país tras la retirada de las tropas fascistas yanquis... ¿fue así, verdad? No sé, estoy un poco espeso. Habitualmente suele ser así.
El 4 de octubre se desplomaron a nivel mundial las redes sociales Facebook, Instagram y WhatsApp por tercera vez. Ya lo habían hecho el 19 de marzo (incluyendo a Twitter) y el 8 de abril. Se calcula que a raíz de esos tres colapsos planetarios unos ciento treinta y tres mil ochocientos noventa y cuatro influencers, bloggers y youtubers se arrojaron desde acantilados, balcones y azoteas, o metieron la cabeza en el horno y abrieron la espita del gas. Si en esta vida no se puede dar la brasa al prójimo es mejor morir.
Y entramos, en el colmo de la sinrazón y el despropósito, en la recta final del año. A lo largo de diciembre hemos sabido que Cataluña ha perdido en 9 meses más empresas (741) que en todo 2020 (666). Y oficialmente ya son, desde octubre de 2017, cuando el nacionalismo ultrafacha se subió a la parra, 7.250. Poca broma. Un desastre sin paliativos. Y produce vergüenza que Pere Aragonès y Elisenda Paluzie sigan amenazando, entre líneas, con volver a las andadas. La ruina absoluta. Olvidan estos lumbreras que los aranceles comerciales que debería asumir la republiqueta para seguir exportando a la UE están, ahora mismo, entre el 8 y el 12%.
A nivel general estamos igual de mal o peor, porque España cierra el año con una inflación del 6,7%, con la electricidad, el gas, los carburantes y la cesta de la compra por las nubes, y con el azote de una pandemia que incluso en el mejor escenario, con baja mortandad, nos desbordará a mediados de enero y podría colapsar todo.
El acabose del cretinismo, y con esto termino porque me deprimo muchísimo, es que Pedro Sánchez, ese prócer, ese fénix del trilerismo político, haya concedido a Pablo Iglesias, y a tropecientos exministros, la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III por “su eminente servicio a España y a la Corona”. Cuando lo leí pensé que era una inocentada. Pero no lo es. Espero, eso sí, que por coherencia nuestro marxista favorito la cuelgue en el retrete de su casa.
Lo dicho, al cuerno con 2021 y sálvese quien pueda en 2022. Sean felices.