Las criptomonedas son activos jóvenes y distintos de los convencionales. El bitcoin, la primera y más famosa, fue creada el 3 de enero de 2009. No tienen valor de uso, pero sí de cambio y éste no posee una relación directa con nada. Ni con los beneficios de una empresa (acciones), ni con el compromiso de pago de un tipo de interés por parte de un Tesoro nacional (letras o bonos) ni con la política monetaria de un banco central (divisas).
A pesar de ello, están de moda. En España, según una encuesta de Asufin, el 11,2% de la población ha comprado monedas digitales. Una cifra espectacular, si consideramos la elevada volatilidad de su cotización, la escasa regulación existente y la nula comercialización por los bancos del país de fondos de inversión o EFT relacionados con ellas. Aunque así lo crean el 69,8% de los adquirentes, las plataformas de compraventa de criptomonedas no están supervisadas ni por la CNMV ni por el Banco de España.
Las características de las divisas digitales y los anteriores datos me inducen a pensar que una gran parte de los inversionistas se han tirado a la piscina sin mirar si había o no agua. La mayoría de los verdaderos argumentos en que se sustenta la inversión en bitcoins me parecen una excelente justificación para evitar comprarlos y vender los que se poseen. Los más importantes son los siguientes:
1) Una elevada subida de la cotización. La principal estrategia de los inversores, especialmente de los novatos, consiste en correr detrás de los precios. Un activo que ha subido mucho les proporciona seguridad y uno que ha bajado bastante les genera inquietud. Entre ambos, la inmensa mayoría elige al primero, pues un falso sentido común económico les hace creer que aquél en el futuro se comportará tan bien como lo ha hecho en el reciente pasado.
En Terra, el primer portal de internet que cotizó en la Bolsa española, la anterior estrategia falló clamorosamente y dejó atrapados a muchos inversores que se unieron a la locura de las puntocom en el penúltimo momento. El 17 de noviembre de 1999, en plena ebullición de la burbuja, la empresa salió al parqué a un precio de 11,81 €. El 14 de febrero del 2000 llegó a un máximo de 157,6 € y el 28 de mayo de 2005 Telefónica recompró los títulos a 5,25 €.
En sus primeros meses en la Bolsa, la cotización de Terra estuvo escasamente relacionada con la realidad de la empresa y muy ligada a sus expectativas. El momento de euforia bursátil transformó una sirvienta en una princesa y la explosión de la burbuja puntocom la devolvió a su estado original. Si el bitcoin no demuestra un valor de uso muy superior al actual, creo que tendrá una evolución muy similar a la de la anterior compañía. En relación a su futuro precio, una revalorización del 1.272,8%, entre el 1 de enero de 2019 y el 13 de noviembre de 2021, constituye en mayor medida un problema que una ventaja.
2) El efecto contagio. Una gran parte de los inversores han comprado bitcoins por envidia o simplemente para evitar ser considerados los tontos del grupo. Uno o varios familiares, compañeros de trabajo o amigos les han dicho que se están forrando con la criptomoneda. No obstante, casi ninguno les ha explicado los motivos de sus supuestas ganancias (hay mucho bocazas) y no lo han hecho porque los desconocen. Un elevado número tampoco lo ha preguntado, pues tanto a los envidiosos como a los acomplejados solo les importa el resultado.
El anterior efecto es especialmente frecuente entre jóvenes. Juventud y experiencia son antónimos y casi ninguno de los primeros vivió en primera línea los desastres generados por la explosión de la burbuja inmobiliaria. Un fenómeno que dejó hecho añicos el principal mito económico del país: “El precio de la vivienda en España nunca baja”.
La falta de experiencia y la avaricia hacen que nieguen la existencia de una burbuja en el mercado de bitcoins. Por eso, algunos justifican su elevado precio con el argumento de que la anterior criptomoneda es el nuevo oro. Para ellos, la escasa oferta de ambos activos, artificial la del primero y natural la del segundo, los hace casi gemelos.
Dudo mucho que si yo creara una divisa denominada Bernardos y solo hiciera 100 unidades, su valor llegara a un nivel tan elevado como el del oro y el bitcoin, a pesar de ser mucho más escasa que las anteriores. La confianza de los ciudadanos en la moneda, ya sea por su capacidad demostrada para mantener su valor a largo plazo o por el respaldo de una autoridad monetaria prestigiosa (Reserva Federal, BCE, etc.), es mucho más importante que su escasez. Ninguna de los dos últimos atributos los posee la anterior criptomoneda.
3) La avaricia. La avaricia impide al inversor conformarse con lo ganado hasta el momento y le incita a cometer uno de los errores más comunes: confundir ganancias potenciales con plusvalías. Las primeras son ilusiones, las segundas realidades y para convertir unas en otras es imprescindible vender el activo.
Al ser los avances en la cotización del bitcoin superiores a sus retrocesos, los que han confiado en su potencial alcista y aguantado las malas rachas, han logrado una gran recompensa. Una experiencia que ahora les impide encontrar un momento idóneo para bajarse del tren y vender una parte o la totalidad de las unidades que poseen. Cuando la burbuja estallé, habrán perdido lo ganado y al menos una parte de lo invertido. Les pasará igual que a la mayoría de los que especularon con viviendas durante la primera década del siglo XXI.
La confianza de algunos inversores en la casi perpetúa revalorización de la criptomoneda es sorprendente. En un sondeo de Coindesk, el 28% de los encuestados indicaba que aspiraba a convertirse en millonario en el próximo año. Indudablemente, todos ellos han olvidado el refrán “la avaricia rompe el saco” y uno de los lemas bursátiles que más plusvalías han salvado: “El último euro que lo gane otro”.
A través de la inversión, muy pocos se hacen millonarios y la mayoría que lo persigue acaba siendo más pobre de lo que era cuando empezó. En la búsqueda del anterior objetivo, la probabilidad del fracaso es muy superior a la del éxito y los que consiguen éste son grandes gurús o simplemente han tenido suerte. En el último caso, han estado en el lugar adecuado el día oportuno. En un largo período, de 15 o más años, un inversor lo ha hecho muy bien si ha obtenido en términos reales una rentabilidad media anual igual o superior al 4%.
En definitiva, la cotización del bitcoin constituye una burbuja más. No hay nada nuevo en ella ni tampoco en los argumentos falaces que la niegan. La criptomoneda no es un refugio contra la inflación, pues si así lo fuera no habría subido tanto durante la pasada década, pues en dicho período aquélla fue muy reducida.
Tampoco es una garantía que en su cotización no puedan influir directamente los bancos centrales, pues es mejor depender de ellos que de los 1.755 inversores que controlan el 38% de la oferta de bitcoins. Los primeros realizan actuaciones previamente comunicadas y son bastantes transparentes, las de los segundos son completamente opacas.
Cuando explote la burbuja, los jóvenes que pierdan su dinero deben tomarlo como un aprendizaje necesario para obtener plusvalías en el futuro. Los talluditos que hayan de soportar grandes quebrantos se lo han de hacer mirar. No obstante, todos sabemos que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.