El martes por la mañana. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, convoca en su despacho a Yolanda Díaz. El Consejo de Ministros se retrasa más de una hora porque entre bambalinas se zurce el acuerdo de Presupuestos y el de la Ley de Vivienda. La maquinaria de comunicación de la Moncloa y Podemos se pone en marcha. Díaz, dos horas más tarde, se erige en La Sexta como adalid del consenso alcanzado con el PSOE con un claro mensaje que venía a decir que, sin ellos, no se hubiera logrado una nueva normativa que cambia el paradigma sobre la vivienda ni se hubiera conseguido que las multinacionales paguen un mínimo del 15% en el impuesto de sociedades. Es decir, Podemos había ganado el pulso al PSOE y había impuesto sus tesis.
El martes así lo creía, tengo que reconocerlo. De hecho, pensaba que tanto mirar a Sánchez y Casado, podría salir la outsider de Yolanda Díaz a aguar la fiesta a la derecha y a la izquierda tradicional. En las tertulias y en muchos análisis así se dibujaba. Díaz había doblado el pulso al presidente. Sin embargo, a veces las cosas no son como parecen.
El miércoles la Ley de Vivienda era todo un carajal. Se desconocía el contenido porque no había Ley de Vivienda en si. Faltaba (y falta) lo más importante: la pelea por los flecos. Para alegrar el patio del colegio en que se ha convertido la política del país, el PP anunció que la recurriría al Tribunal Constitucional --¡si todavía no ha salido ni se la han leído!--. Por si fuera poco, desde el PSOE y Podemos se daban versiones --o interpretaciones, según se mire-- diferentes de lo acordado. Tanto, que los socialistas se afanaron en matizar que solo el 4,5% del parque inmobiliario está en manos de fondos de inversión o de bancos. Desde el PP, se atizaba el fuego anunciando que el gobierno bolivariano había declarado la expropiación de miles de pisos que acababan con los ahorros de miles de ciudadanos. La bravata demagógica no fue una salida de tono puntual, los de Casado aún la repiten.
Días después, el galimatías no ha decrecido. La ley de vivienda es un oxímoron. De entrada, las comunidades no la quieren aplicar por diferentes motivos. Las del PP se da por supuesto, pero también ocurre en territorios socialistas. Tras una semana de folclore de baja estofa, Sánchez es el único que se ha llevado el gato al agua en forma de un acuerdo presupuestario que llegará al Congreso de los Diputados y que servirá de base para la negociación con el resto de grupos. Un pacto en el que ya ha izado su estandarte: es el presupuesto con el mayor gasto público de la historia.
La memoria es muy endeble, pero, si recuerdan, hace un año se produjo una situación similar. En aquella ocasión, con Pablo Iglesias como vicepresidente. Los tiras y aflojas se sucedieron y Podemos puso como condición llegar a un acuerdo sobre vivienda para tirar adelante los presupuestos de ese ejercicio. De aquel pacto nada más se supo, y me temo que el actual correrá la misma suerte. Sánchez se lleva las cuentas públicas y Díaz una entelequia en forma de Ley de Vivienda, que hoy por hoy no existe y que, yendo bien las cosas, se pondría en marcha para 2023. Es decir, tras las elecciones generales. Verdes las han segado, nos dice el refranero español.
Sánchez tendrá ahora que conseguir más apoyos al proyecto presupuestario. El primero, el de ERC. No pintan bastos, por lo que parece. Ni siquiera en la mesa de diálogo. “Tenemos contactos muy discretos como se acordó en la primera reunión. Cuando haya acuerdos se explicarán”, cuentan en la Moncloa. La versión no difiere a la del Govern. Conclusión, no habrá ruido sobre los presupuestos más allá del postureo necesario para delimitar los éxitos de cada cual. Y un añadido, los 3.500 millones que Aragonés quiere movilizar en Cataluña, serán una entelequia sino se aprueban los presupuestos en el Congreso.
El PNV tampoco está por estridencias y seguramente más partidos como Más País, Compromís, Regionalista de Cantabria, Teruel Existe, Bloque Nacionalista Galego, PDeCAT y Coalición Canaria se sumarán al acuerdo porque, recuerden, hay dinero para aburrir. Sin olvidarse de que ninguna de estas formaciones quiere aparecer en la foto con un PP lastrado por su dependencia de Vox. Ni siquiera Junts per Catalunya quiere salir en esa foto y, por eso, se desgañita por conseguir pintar algo en la negociación presupuestaria.
Sánchez, sin duda, ha salido ganando. Se lleva el triunfo de los presupuestos y deja a Díaz la pelea en el fango de la vivienda.