En Menorca laten las sinergias entre el arte y la naturaleza. En Isla del Rey, un islote ubicado en la bahía de Mahón, a las puertas de la galería de arte contemporáneo Hauser & Wirth, las mujeres calzan Mascaró. Son aquellos zapatos del grupo de Ferreries fundado hace un siglo que hoy se expande por el mundo a través de sus dos marcas: Mascaró y Pretty Ballerinas, las embajadoras de la firma. Los modelos expresan un liderazgo de mercado que une zapato plano y de tacón, tradición y diseño, todo ello enmarcado dentro de un lujo asequible. El luxury bien entendido es capaz de adecuar el buen gusto a la medida del bolsillo. El zapato natural y bien encajado se acerca a la belleza exacta del teorema matemático.
En Ciutadella, Mahó, Mercadal, Ferreries o Fornells, los ojos del visitante anticipan pálpitos, apenas detenidos por el toque de la civilización que hoy exige la corrección política. Y cuando vemos los mismos zapatos de dama en la Plaza del Duomo, en Times Square o en Carnaby Street, constatamos que la fundación de los Mascaró pioneros ha resultado. Llevado por la belleza de lo natural, uno se aleja de las crueles historias de estanqueros y costureras en provincias pobres del pasado, pobladas de álamos y olivos. Delante de la destreza indumentaria, no nos queda otra que homenajear la memoria de los hermanos Mascaró, Pedro --mestre Perico-- y Antonio Mascaró en su laboratorio artesanal de Zapatillas Ferreries, en la Menorca de 1918.
La segunda generación, encabezada por el hijo de Pedro, Jaime Mascaró, llevó a cabo la transformación en una fábrica de calzado, con la profesionalización de los procesos de producción y el impulso a la venta en Europa. En 1980, Jaime refundó el proyecto: creó la compañía Jaime Mascaró SA. Impulsó un proceso de crecimiento y consolidación que ha hecho posible su internacionalización y presencia en numerosos países. Sus comienzos fueron exigentes: Jaime ejercía de electricista por las mañanas y acudía por las tardes a montar las zapatillas de bailarinas de danza que posteriormente vendía en la isla. Su trayectoria fue creciendo desde la danza hasta el zapato de calle. Con apenas 20 años, se embarcó destino a Barcelona con una colección del taller familiar bajo el brazo. Su propósito era mostrar su trabajo artesanal en la Península. El Grupo Mascaró supo que más allá del mercado de la danza, también existía un enorme potencial en el sector del calzado de niñas, ya que poniéndole una suela más dura y un pequeño tacón, las zapatillas de ballet de Ferreries se transformaban en un perfecto zapato de calle. El salto cualitativo se produjo cuando las mamás de las niñas bailarinas empezaron a pedir los mismos diseños. Así nació la primera colección.
Entre 60 y 100 manos por zapato
A finales de los años noventa se incorporaron a la empresa Lina y Úrsula, las hijas de Jaime Mascaró y Francisca Pons, que prosiguieron el crecimiento desde la gerencia y la dirección comercial. Lina, economista y gestora, es la actual presidenta de la firma; Úrsula, formada en el Central Saint Martins de Londres y en la Escuela de Artes Visuales de Nueva York, puso la creatividad. Por su parte, David Bell, ex marido de Úrsula Mascaró, agente comercial de la fábrica menorquina en Reino Unido, impulsó las Pretty Ballerinas a partir de 2005 hasta convertirla en una marca de prestigio internacional. El resultado ofrece este balance: 90 tiendas en 22 países de los cinco continentes, una capacidad de producir 2.000 pares al día y 500 empleados en todo el mundo. El arte de producir y vender no nace por generación espontánea; requiere la pasión de artesanos zapateros, hijos y nietos de los empleados que empezaron unidos la aventura de los Mascaró. En la fábrica de Ferreries cada zapato pasa por entre 60 y 100 manos durante el proceso de diseño y producción.
La internacionalización del negocio nació en la década de los 90, cuando el grupo inauguró tienda en París, coincidiendo con la incorporación de la tercera generación. En 2002 llegó un turno de Nueva York, en Lexington Avenue y, a partir de entonces, la empresa produce y distribuye en tiendas propias y en clientes multimarca. Su filial, Desarrollos Insulares SA, se encarga de integrar el grupo desde la producción hasta el retail y actúa como matriz de las tiendas, en Europa y EEUU. La diversificación en nuevos mercados se ha llevado a cabo a través del sistema de franquicias en Latinoamérica, Europa oriental y África, con las aperturas en Sao Paulo, México, Bucarest, Líbano y Johannesburgo; y otros mercados de mayor riesgo, como Armenia, Jerusalén o Estambul.
Encender un deseo
En el plano internacional, exclusivamente como empresa de zapatos, el Grupo Mascaró juega ya en la liga de los grandes, con Prada, Gucci o Louis Vuitton. En 2008 se produjo el ensalmo cuando Claudia Schiffer apareció en público calzando unas Pretty Ballerinas. Se concretaba una vez más el fetiche de la mercancía en el laberinto de los pasajes y escaparates que atormentan y encandilan a eminentes antropólogos, dispuestos a descifrar lo más hondo de la pulsión consumista, que ha colonizado el mundo contemporáneo. El shoping de calidad es un universo autosuficiente; puede durar eternamente como la apertura de la sinfonía Romántico de Bruckner; es un acorde sostenido y melódico, como las primeras notas de Rigoletto, que anuncian la aparición en escena del Duque de Mantua. Igual que la música y la pintura, las zapatillas Ballerinas han apostado al quién da más en el juego de la estética y se han convertido en referencia. Hoy las calzan Olivia Palermo, Alessandra Ambrosio, Angelina Jolie, Elle Macpherson, Katie Holmes o Kylie Minogue.
El encuentro entre el milagro minorista y la soledad del paseante, en Champs-Élysées, en el Corso romano o en la Kurfürstendamm de Berlín, actúa de resorte mágico. En el interior de las tiendas, tensión y relajación son las dos caras de la misma moneda. La armonía del pie de una dama muestra sin palabras su verdad inescrutable, lejos de las imposiciones cortoplacistas del último grito. Y es allí, donde el brillo de Mascaró se convierte en una pequeña llama, capaz de encender un deseo.