A principios de verano escribía en esta columna que había tenido una cita Tinder con un hombre bastante atractivo que me contó su vida en verso pero en ningún momento se interesó por la mía. Una hora y una cerveza después, él me había contado su afición por la apicultura y el excursionismo, sus viajes de aventura por Kazakstán y sus problemas para cambiar de domicilio fiscal sin poner en peligro su hipoteca. Al despedirnos, todavía no sabía ni que tenía un hijo, ni para que medio escribía, ni cómo me llamaba de apellido, así que no había peligro de que al día siguiente leyera la columna que publiqué, contando lo egocéntrico que me había parecido.
Si no lo hubiese encontrado guapo y bastante peculiar (me dijo que cenaba pizza cada noche), lo más probable es que no hubiéramos vuelto a vernos nunca más. Pero el tipo insistía tanto en quedar otra vez, que decidí darle una nueva oportunidad, y otra, y otra. A la cuarta cita, aún no sabía cómo me llamaba de apellido, ni había expresado curiosidad por saber para qué medio escribía o el título de alguno de mis libros. Entonces, ¿por qué seguía quedando con él (más allá del atractivo sexual)?, me preguntaban mis amigas. Pues por la sencilla razón de que, por primera vez en mucho tiempo, estaba disfrutando del placer de sentirme anónima.
Desde que se inventaron Google y las redes sociales, me resulta casi imposible mantener oculta mi identidad. Con solo saber mi apellido, mi puesto de trabajo, el colegio al qué iba de pequeña, alguien puede averiguar buena parte de mi vida.
Ahora, gracias a ese hombre, he podido experimentar lo que se siente siendo una perfecta desconocida, no siendo juzgada ni interpretada por cómo me llamo, dónde vivo o estudié, por mis comentarios en Twitter o mis fotos de Instagram. Igual soy una friki, pero la relación con este hombre --aunque insostenible en el tiempo-- me da mucho morbo. Puedo decirle cualquier cosa y no comprobará en internet si es verdad o no, ser yo misma, sin importar lo que hice en el pasado o lo que hago ahora. Lo único que sabe de mí es que me encanta la pizza. Así que si un día quiere rastraerme en Internet, solo podrá googlear: “Andrea+maresme+pizza”.
“Todos necesitamos una identidad pública para navegar en el mundo social de familia, amigos, colegas y compañeros de trabajo”, explica John Suler, profesor de psicología de la Universidad Rider, N.J, en un análisis publicado por BBC Future sobre las razones por las que no podremos volver a ser anónimos por culpa de Internet. “Pero también necesitamos una identidad privada, un espacio interno en el que podamos reflexionar sobre nuestros propios pensamientos y sentimientos al margen de la influencia externa, donde podamos estar con nuestra propia psique. Nuestra identidad está formada por las dos. Sin una o la otra, nuestro bienestar puede trastornarse fácilmente”, añade Suler.
Hoy en día parece que todo el mundo empieza a darse cuenta de lo importante que es mantener nuestra privacidad, pero en la práctica, nadie hace nada para preservarla. Es lo que algunos psicólogos llaman la “paradoja de la privacidad”: nos quejamos de que Facebook vende nuestros datos a las empresas de publicidad, pero luego nos aparece en pantalla una de esas molestas ventanas en las que hay que leerse un texto larguísimo sobre la política de privacidad, y hacemos clic en "acepto" sin leerlas. O cuando rellenamos voluntariamente nuestro perfil en LinkedIn de la manera más detallada posible, con foto actualizada incluida. ¿No estamos boicoteando nuestra propia privacidad?
"Es mucho más difícil ser anónimo ahora que hace 20 años, al menos de las grandes empresas y del gobierno", admite a BBC Future Peter Swire, profesor de derecho y ética en el Instituto de Tecnología de Georgia, y antiguo colaborador del equipo de tecnología inteligente y de comunicaciones del presidente Barack Obama. Sin embargo, añade Swire, “todos necesitamos mantener un espacio privado donde nuestros sueños más profundos y fantasías más oscuras estén escondidos de otras personas; el anonimato nos da espacio para desarrollarnos como humanos, para probar diferentes pensamientos y diferentes lados de nosotros mismos. Y eso no cambia gracias a Internet”.