¿Por qué no llega a la gente el mensaje de la economía? Detrás de la exigencia de la ampliación de El Prat hay un desierto de silencio; la reiteración del presidente de Fomento del Trabajo, la gran patronal catalana, Josep Sánchez Llibre, exigiendo la ampliación, ha perdido cuajo. La posición del Círculo de Economía se queda en un circunloquio de parabienes y buenas intenciones, al hilo de su presidente, Javier Faus. Por su parte, la Cámara de Comercio de Barcelona, maquila de la antieconómica ANC, hace ya tiempo que dejó de ser una corporación influyente. Estamos muy lejos de los años en los que la sociedad civil vertebrada reclamaba infraestructuras con una sola voz; muy lejos de aquel GTI-4, en el que las tres instituciones citadas más el RACC marcaban con inteligencia los déficits de infraestructuras causadas por el incumplimiento de la inversión pública. Tampoco nos acercamos ni por asomo al catálogo de las cien infraestructuras básicas que denunció en 2019 el llamado CAT-100, con propuestas sobre un nuevo modelo de gestión, lanzado por Joaquim Llansó y Salvador Guillermo.
Tierra infértil; campo calcinado. La economía blande su manto sobre el erial de una sociedad desgastada, humillada y en ensombrecida por sus líderes, ERC y Junts, a los que vota la mayoría. El sufragio universal unívoco, incentivado por el populismo moral de los indepes, actúa como un techo irrompible de cristal. Bajo el volcán y sus lenguas de fuego, la sociedad se marchita; la Barcelona de Colau y Janet Sanz deviene una urbe tercermundista, con perdón, en la que los bazares chinos hegemonizan el comercio minorista. Superada la pandemia, ya están de vuelta y sin remedio el humo de los motores y el color de gos com fuig en las esquinas del Eixample.
La inversión pública ha dejado de ser un catalizador de la inversión privada. Y será por eso que la privada huye despavorida de un país en blanco y negro. No bastan la queja de Sánchez Llibre ni la exigencia de Faus con los retardatarios que nos gobiernan. Si la mayoría no entiende los mensajes es que los mensajeros no valen, con la salvedad de que Fomento mantiene el pulso firme de sus denuncias ¿Qué puede esperar el Consejo Consultivo de la gran patronal, el último Senado, integrado por los cien empresarios más influyentes del país? ¿Qué pasa por la cabeza de nuestros puntales, los Fainé, Colomer, Uriach, Gallardo, Rubiralta, Crehueras y algunos más? Ellos no son los culpables: proyectan al mundo nuestra marca de país industrial y de servicios, pero nadie defiende en realidad sus naves. Muchos tuvieron que deslocalizar sus domicilios fiscales, el escalón aurífero de su cadena de valor. Callan como casi siempre han hecho, porque para eso están las instituciones que ellos financian (la patronal y el Círculo).
No pido un regreso a los años de influencia económica en España, conducidos por Carlos Ferrer-Salat, Alegre Marcet, Pere Duran, Rafael Termes o Claudio Boada. Aquello no volverá, pero lo de ahora no tiene nombre. El país que levantó la Revolución del Vapor y que va en la vanguardia digital de hoy, gracias a la investigación y a los consejos sociales de las universidades, no puede permitirse el lujo de prescindir del poder oracular de los mejores. Al hilo del debate por el Aeropuerto de El Prat, todos hemos entendido la complejidad del problema en medio de una UE que antepone hoy las urgencias conservacionistas.
Pero necesitamos a los que son capaces de predecir el futuro; de marcar tendencia, como están haciendo economistas de postín como Daron Acemoglu en su libro El mundo que heredarán nuestros nietos; Angus Deaton (A través de las sombras hacia un futuro brillante); Avinash Dixit (El cono de la incertidumbre); Edward Ludwig Glaeser (Prosperidad y sociedades sobreprotectoras), el Nobel Lloyd Shapley (En 100 años) o el mismo Andreu Mas-Colell en Keynes, sus nietos y los nuestros.
Hablo de economía, no de la infección política. En una sociedad, el vacío entre el conocimiento y el poder desemboca en el ocaso de las élites.