En una entrevista publicada el año 2014 en El Periódico, a raíz de la publicación de su obra La formació d’una identitat. Una història de Catalunya, el historiador Josep Fontana aseguraba que no tenía intención de traducir el libro al castellano, porque si había de hacer "los mismos razonamientos a lectores castellanos, lo tendría que reescribir completamente". Costaría encontrar una afirmación que ejemplificara de modo más diáfano la asunción de la conocida como hipótesis de Sapir-Whorf, una conjetura del campo de la Lingüística --quizás la más célebre de las encuadradas dentro del relativismo lingüístico-- según la cual las estructuras gramaticales y el léxico de una lengua determinarían la visión del mundo de sus hablantes. Hoy en día, entre los lingüistas se desecha la versión fuerte de la hipótesis, habida cuenta de que su validez implicaría la imposibilidad de traducir textos o, incluso, el aprendizaje de cualquier lengua diferente a la materna.
Pero para los nacionalismos determinadas teorías siempre han servido como coartada para apuntalar la estructura de su cuerpo doctrinal. En el caso del nacionalismo catalán, no solo se sigue dando por válida la hipótesis de Sapir-Whorf, como traslucen las palabras de Fontana, sino que, en algunos casos, se asume la versión primigenia del relativismo lingüístico, de origen romántico, aquella que consideraba las particularidades de cada lengua como una encarnación del alma distintiva de los pueblos. Desde esa perspectiva, la lengua se relacionaría con una cualidad esencial de los individuos de un determinado grupo y tendría, por tanto, una dimensión ontológica. Aunque, en ocasiones, la apuesta va más allá: la presencia de determinadas palabras o expresiones evidenciaría la superioridad del pueblo catalán con respecto a otros, principalmente con respecto a aquel que se identifica como 'enemigo'.
Solo así se entienden las palabras que Marta Vilalta, diputada y portavoz de ERC, pronunció en el Parlamento catalán el pasado 7 de julio. En su intervención aseguró que en castellano no existía una palabra que expresara con los mismos matices el significado del verbo enraonar, palabra derivada de raó --"razón"--, y añadió que por algo sería, insinuando que los castellanohablantes, por naturaleza, son refractarios a la razón y el entendimiento. Considerando el sostén teórico, apuntado más arriba, que fundamenta dicha aseveración, ni siquiera vale demasiado la pena diseccionar la falacia, a medio camino entre el falso dilema y la falsa equivalencia: en una de sus acepciones, el verbo enraonar ha sufrido un proceso de lexicalización y significa «hablar», a secas; en la otra, el verbo funciona como sinónimo de "discutir" o "examinar". En ambos casos, existen palabras en castellano no solo equivalentes, sino idénticas a las que aparecen en las acepciones recogidas en el diccionario del Institut d’Estudis Catalans. Y, si atendemos a la raíz léxica del verbo, allí donde quiso poner el acento la portavoz Vilalta mezclando etimología y semántica, no solo existe en castellano una raíz equivalente, sino que es la misma que en catalán, derivadas ambas del sustantivo latino ratio, -ōnis.
En todo caso, para mostrar la razón de la sinrazón --por utilizar la expresión de Cervantes-- de argumentos de este tipo, resulta muy ilustrativo emplearlos de forma especulativa. Y, así, adoptando el mismo patrón de razonamiento, podríamos preguntarnos por qué el catalán utiliza el mismo verbo para designar las acciones de "traer" y "llevar" --"portar"--, de "sacar" y "quitar" --"treure"--, o por qué no existe, en el uso habitual, el equivalente al demostrativo intermedio "ese". A nadie con dos dedos de frente se le ocurriría insinuar que los catalanohablantes tienen problemas para distinguir la dirección de un movimiento con respecto a la posición del hablante, para reconocer si un objeto está o no contenido en otro, o para identificar una posición espacial intermedia. Tampoco se le ocurriría a nadie, por poner otro ejemplo, insinuar que el hecho de que en catalán no se "den" besos y abrazos, sino que se "hagan", es un reflejo de la estereotípica tacañería atribuida a los catalanes. Aunque en este último caso, la portavoz Vilalta probablemente relacionaría esa particularidad léxica con el tan cacareado genio emprendedor del pueblo catalán.