La intensidad de la remodelación del Gobierno, y el que afectara a personas muy fieles al presidente en su trayectoria política, causó tal sorpresa que, transcurrida más de una semana, aún son muchas las páginas dedicadas a interpretar el porqué de una decisión tan inesperada.
No se recuerda un ajuste de tal dimensión en nuestra vida en democracia, pese a que a lo largo de estas décadas han ocupado la Presidencia del Gobierno personas que disfrutaban de un extraordinario liderazgo y un indiscutible reconocimiento para hacer y deshacer a su antojo. Por ello, lo que más me sorprende es la naturalidad con la que Pedro Sánchez ha efectuado esta recomposición tan contundente.
Y creo que este poder tan absoluto del presidente sobre los suyos se sustenta en la introducción de las elecciones primarias en los partidos, que se percibieron como un avance democrático pero que, todo señala, suponen más bien un retroceso.
Anteriormente a las primarias, los secretarios generales de los partidos debían encajar las distintas sensibilidades en los comités de dirección, en lo que constituía un ejercicio de negociación y búsqueda del consenso. Las decisiones complejas requerían de un trabajo previo pues, de lo contrario, podían romperse sutiles equilibrios entre las diversas familias.
Por el contrario, la llegada de las primarias ha conducido al enfrentamiento, no tanto de propuestas como de personalismos, y así lo hemos visto en PSOE, PP y otros partidos minoritarios. Y tras cada candidatura uno tiende a encontrar meros seguidores del líder, a cuya suerte en las primarias confían su futuro político. Ello no sólo lleva a partir el partido entre vencedores y vencidos, sino que, también, constituye un factor de desmotivación para personas válidas que se sienten llamadas por la política, pero a las que no atrae en absoluto que el primer paso en su vida pública sea una pseudo sumisión al candidato vencedor.
Confío que, a medida que superemos las sucesivas crisis, seamos capaces de ir recuperando todo lo bueno de la vieja política, que liquidamos alegremente sin aportar alternativas válidas. Reclamamos acuerdos y consensos, pero me pregunto cómo los partidos van a alcanzar acuerdos con otros partidos, si los políticos se muestran incapaces de consensuar en el seno de su propia formación, si desde las juventudes de los partidos ya incorporan como el hábito más natural la dualidad victoria-derrota. En cualquier caso, mucha suerte al nuevo Gobierno.