Ceuta se extiende en una península con un montículo, el Hacho, que la une a África, limitando con Marruecos, y está situada en el centro del estrecho de Gibraltar con una superficie de unos 18,5 kilómetros cuadrados y alrededor de 85.000 habitantes. Se enclava en el limite del Mediterráneo, pero recibe los vientos del Atlántico y es un paso clave entre el océano y el mar en el estrecho de Gibraltar. Yo nací en ella cuando todavía existía el Protectorado sobre el Norte de Marruecos, fruto del tratado con Francia de 1912, y podía transitarse sin problemas a Tetuán, Tánger o Rabat. Viví allí hasta los 15 años, hasta 1961 en que me trasladé con mi familia a Valencia cuando destinaron allí a mi padre. En 1956 se produjo la Independencia con la entronización del rey Mohamed V. Desde entonces han existido tensiones crónicas en las relaciones y la convivencia, que aumentaron con Hassan II y ahora con Mohamed VI, dentro de una tradición histórica de asedios de marroquíes en el siglo XVIII. Recuerdo cómo nos cortaron el agua y venían desde la península cubas del Ejército para proporcionarnos tres cubos a la semana, de tal forma que cuando me instalé en Valencia les escribí a mis amigos una carta donde destacaba que vivíamos en una casa por donde salía agua constantemente en los siete grifos de la vivienda. Ceuta, con restos cartagineses y romanos, estuvo en poder de los portugueses desde 1415 y cuando se separó Portugal de la corona española, en 1640, los ceutíes decidieron continuar con la monarquía hispánica de Felipe IV y así se reconoce en 1668 en el Tratado de Lisboa con Portugal.
En mi época Ceuta estaba llena de cuarteles y de soldados que hacían la mili, junto a una población de unos 65.000 habitantes, compuesta principalmente por españoles (cristianos en su mayor parte), y minorías de musulmanes, judíos e hindúes, venidos en su mayor parte de Pakistán desde donde habían huido cuando se separó de la India y se obligó a los hindúes a convertirse al Islam. Su puerto, lugar de tránsito de todo tipo de buques, tenía una refinería de petróleo, Ibarrola, que abastecía a los barcos que recalaban en él. Era puerto franco y los peninsulares venían a comprar radios, cámaras fotográficas, paraguas (de ahí que se les denominara paraguayos) relojes, casetes…. en los comercios regentados, en su mayor parte, por hindúes y hebreos, para después pasarlos a escondidas por la aduana de Algeciras. La población musulmana vivía principalmente en el barrio de El Príncipe que, en su mayoría, era de nacionalidad española. Hoy entre los procedentes de Marruecos, nacionalizados o no, los musulmanes españoles con una natalidad alta constituyen el 60% de la población actual, que en su mayoría se sienten españoles.
Cerca del barrio de Hadú estaba el Instituto Hispano-Marroquí de Enseñanza Media donde había catedráticos españoles de todas las asignaturas. Recuerdo a los valencianos, uno de Ciencias Naturales, Luis Luna, que a veces iba con la camisa azul falangista, y después sería alcalde franquista de La Alcudia; otro de Dibujo, manco de un brazo, Arturo Company; Fradejas, catedrático de Lengua y Literatura --a quien años más tarde me lo encontré como catedrático de Universidad en la UNED--, que como jefe de estudios pegaba tortas a los alumnos que se desmandaban; Manuel Gordillo, de Geografía e Historia, o los catalanes Carlos Posac, catedrático de griego y arqueólogo de la escuela de Tarradell, o el director Juan Reyes, de Física y Química.
Años más tarde llegaría Cecilio Alonso, valenciano de Enguera, estudioso de la literatura española del siglo XIX, y especialista en la obra del escritor Ciges Aparicio, padre del actor que trabajó con Berlanga, que fue gobernador civil de Ávila del Frente Popular y moriría fusilado. Alonso rescató y editó sus obras. Decía Max Aub que uno es de donde ha estudiado el bachillerato. Yo hice el elemental en Ceuta, conviviendo en las aulas con compañeros y compañeras de las cuatro culturas y religiones. Tuve un amigo hebreo que me enseñó la Sinagoga, y dos musulmanes con los que vi su mezquita. Desde el Hacho divisaba la cremación de los fallecidos hindúes. El Bachillerato Superior ya lo hice en el Instituto Luis Vives de Valencia, así que, según Max Aub, soy ceutí y valenciano (en Valencia llevo 50 años). Muchos años después, en 1995, en el Pleno del Congreso de los Diputados tuve la oportunidad de defender la Ley de Ciudad Autónoma.
Acostumbrado a lo que se ha llamado sociedades multiculturales, constituyó todo un choque vital cuando me incardiné en la sociedad valenciana, étnica y culturalmente homogénea, en la que el peso de la agricultura, con sus mentalidades, poco tenía que ver con aquel mundo al que pertenecí hasta el principio de mi adolescencia. Es verdad que en la Comunidad Valenciana nacía una industria autóctona, pero por primera vez vi labrar los campos porque en Ceuta no existía la agricultura, solo comercio y pesca. Aquellos compañeros valencianos del Instituto me acogieron bien e imitaban con ironía mi acento andaluz (la cultura ceutí es una prolongación de la andaluza).Todavía mantengo con algunos de ellos contactos habituales, ya jubilados: Iborra, inspector de policía; Borcha, arquitecto; Alegre, inspector de Trabajo; Carlos Sosa Wagner, profesor de filosofía, y a través de él a su hermano, Paco Sosa, Vicente Muñoz Puelles, escritor, premio nacional de Literatura Juvenil y de la novela erótica La Sonrisa Vertical, y el recuerdo de grandes profesores como Julio Feo, Carola Reig, Díaz Regañón; “el valencianista-británico” Carreres de Calatayud que firmó las normas de Castellón de 1932, con aires de aristócrata, como salido de una obra de Bernard Shaw, profesor de inglés, y muy especialmente Fernando Montero, de Filosofía que después fue catedrático de la Universidad de Valencia.
La convivencia con gentes de culturas diferentes me ha permitido entender las diferencias, las lenguas, y la posibilidad de convivencia de mundos o mentalidades diversas. Por eso soy un seguidor de Isaiah Berlin porque intentó comprender que en un mundo globalizado hay que entender al otro, aunque no participemos de sus costumbres e ideas. Sus análisis sobre el nacionalismo sirven todavía para acercarnos a un fenómeno que a pesar de todo sigue en vigor.