Segundo Fuentes abre la puerta a la comitiva judicial que llega para desahuciarlo. El funcionario le dice:
--Haga el favor de ponerse la mascarilla.
No las tendría todas consigo, el funcionario. Es una situación tensa.
--Esperen un momento…
Sin decir una palabra más Fuentes se va al fondo del piso y se arroja por la ventana. Ha sido en el barrio de Sants.
Al leer, no sé donde, que los dueños del piso era los fondos Blackstone, yo me proponía escribir unos párrafos sobre la rapacidad del capitalismo financiero, pero luego me he enterado de que en realidad el piso era propiedad de una jubilada que alquilándolo complementaba su pensión, y que llevaba siete meses sin cobrar.
Esto me ha arruinado el discurso progresista, pues ¿cómo vas a culpar de querer obtener algo de su propiedad inmobiliaria a una pensionista que quizá no llega muy desahogada a fin de mes? Aún así, el caso es que Segundo Fuentes, un inmigrante latinoamericano, ecuatoreño, no podía pagar el alquiler y todo le iba mal y se ha matado.
Es de suponer que, sin casa y sin empleo, se veía abocado a vivir en la calle, de la caridad de los extraños, y no le pareció aceptable. Deja un perro, al que se le veía pasear cada día, y unos canarios en las jaulas del balcón.
Qué diferencia con la resistencia del mendigo a la puerta de cada iglesia y de cada supermercado, el mendigo universal.
Es evidente que al mendigo universal la vida humillada, fracasada, ignorada, miserable, le parece aún aceptable y, en cualquier caso, mejor que ninguna vida en absoluto. Al fin y al cabo, por lo menos tiene la dignidad de no hacer daño a nadie.
Valorará, cabe suponer, como un tesoro, lo que llamamos “las pequeñas cosas de la vida”: un rayo de sol, un momento de dicha --por una limosna generosa, por un hambre satisfecha, por el aire que mece las hojas del árbol, por la belleza de una sombra que pasa, o por el recuerdo de la comida, de la brisa, de la sombra que pasó--.
Es el Hombre Imaginario del poema de Nicanor Parra: “…Sombras imaginarias / vienen por el camino imaginario / entonando canciones imaginarias / a la muerte del sol imaginario...”
El que se tira del balcón porque se ha arruinado, en dinero o amor, porque ha decepcionado a otros, porque la vida es tan ingrata y hostil, ¿es más que el mendigo? ¿Menos? ¿Más noble, más alto? ¿Más débil, más fuerte?
No se sabe. Sabemos que las cosas pasan. Sabemos que el vecino de Sants ya no está, “ha dejado de sufrir”, mientras el mendigo universal sigue ahí, a la puerta de cada iglesia y de cada supermercado.
Ahí, en la exclusión de este fabuloso flujo de cosas y de ideas, ahí, un ser torturado y duro que recuerda al hombre bala del circo. O a los tardígrados, los “osos de agua”.
Esas criaturas microscópicas, casi invisibles, invertebradas, aguantan las condiciones más extremas. Sobreviven en el vacío espacial, y bajo presiones muy fuertes, y a temperaturas glaciales o candentes. Viven en musgos, en líquenes, en helechos… Parecen capaces de aguantarlo todo, esos bichitos feos y graciosos.
Recientemente se los ha sometido a una prueba de resistencia: se envió un montón de tardígrados en una sonda espacial israelí que acabaría su periplo impactando a una velocidad brutal contra la superficie de la luna. A ver si sobrevivían.
Parece demostrado (por un experimento en la Tierra que reproducía las condiciones del impacto lunar) que eso no lo aguantan. Se desintegran.
Dicho sea como un responso por cosas de cada día, cosas del fin del mundo, por Segundo, que vivía solo y tenía un perro.