Rosa Díez ha recorrido el circuito que conduce del rojo al amarillo. Al final del trayecto, con Fernando Savater y María San Gil, han engendrado una criatura que responde al nombre de Unión 78. Esta plataforma, que se define como una herramienta de activismo político sin pretensiones electorales, ha convocado una manifestación multitudinaria en Madrid. Los portavoces de la entidad en cuestión se han arrogado el papel de arietes del constitucionalismo hispano; no quieren oír ni hablar de indultos ni perdón. Lo han hecho inspirándose en un articulo de Cayetana Álvarez de Toledo publicado recientemente en el diario El Mundo. Nada que objetar al respecto. En una democracia consolidada como la española, todo quisqui tiene derecho a convocar manifestaciones y concentraciones pacíficas. La cita tendrá lugar el próximo dia 13 de junio y la fecha tiene su guasa. Precisamente fue en esa fecha de 1525 en la que Martín Lutero se casó con la monja Catalina de Bora torpedeando el celibato; ya saben, la opción de permanecer soltero que caracterizaba a sacerdotes, frailes y religiosas. No es descabellado pensar que la comunión de Vox, PP y Ciudadanos en la plaza de Colón no sea el prolegómeno de un trío consolidado, de un nuevo contrato que vaya más allá de las actuales parejas de hecho. Los promotores del evento están entusiasmados. Los convidados a la expectativa, intentando atisbar los peligros e inconvenientes que entraña la patriotera convocatoria de Unión 78.
A nadie se le escapa que una misteriosa maldición sobrevuela la plaza madrileña cada vez que un político dubitativo --vesánico o iracundo, no importa-- se manifiesta bajo su enorme bandera rojigualda. Ojo al dato: la energia y la fuerza sonora que generan los manifestantes allí convocados es capaz de obnubilar la mente de un líder bisoño haciéndole creer que puede conquistarlo todo. Y así fue tras la manifestación de febrero de 2019. La maldición de la plaza de Colón se cumplió e hizo mella en Albert Rivera. El líder de Ciudadanos, un partido entonces de moda e in crescendo, creyó estar poseído por el don de la infalibilidad y con capacidad para erigirse en el referente máximo de la derecha hispana. Erró y cayó del pedestal arrastrando a su partido por la calle de las agonías.
El exprimer ministro francés, Manuel Valls, regresó a España con la intención de insuflar aire nuevo y sentido de estado a la enquistada situación política catalana. Inicialmente lo consiguió. No era demasiado difícil, para un alto mandatario galo, brillar entre un personal que navegaba acomplejado en aguas del monotema secesionista. Valls levantó grandes expectativas en algunos sectores que vieron en él a un político culto y de raza, a un dirigente audaz capaz de liderar una forma europea de entender la administración de la cosa pública. El efecto Valls se difuminó en el preciso instante en que pisó la plaza de Colón. Albert Rivera devaluó --no sé si intencionadamente- el crédito político del hispano-francés obligándole a posar tras la pancarta. La maldición de Colón se cobró en él otra víctima.
En la concentración del día 13 lo más relevante no va a ser cuanta gente se agolpa en la plaza, y si lo hace, o no, con las correspondientes medidas anti pandemia. Lo realmente interesante será adivinar a quién va a pasar factura la maldición. ¿Podrán Pablo Casado y los suyos inhibirse de la atmósfera cargada de beligerancia ultra que van a generar los de Abascal? ¿Les conviene a Casado y a Martínez Almeida la fotografía junto a Vox? Unión 78 afirma no albergar intereses partidarios ni electorales. Quizás, pero la maldición de la plaza de Colón sigue ahí, actuando sin ser vista. ¿Quién será la siguiente víctima?