La papelera Miquel y Costas y su presidente, Jordi Mercader Miró, resumen un largo vaivén de acontecimientos entre el origen familiar de la empresa y su actual viabilidad, en España y en los mercados internacionales. Los accionistas siguen ahí y la empresa no ha sido absorbida por una multinacional. La papelera que un día patentó el conocido papel de fumar Smoking es un caso de maridaje entre la tradición y la invención, dos conceptos unidos a partir de Mercader, ex presidente del INI en la etapa de Felipe González, expresidente de Agbar, ex consejero del Grupo Caixa y actual presidente de la Fundación Gala-Dalí. Hoy, el consejo de administración de Miquel y Costas es un mix de personalidades contrastadas del mundo de la economía y de la cultura, entre las que se encuentran Marta Lacambra, Eusebi Díaz-Morera, Claudio Aranzadi (ex ministro de industria), Joaquín Coello, Álvaro de la Serna, o Jordi Mercader Barata, actual director general, vicepresidente e hijo de Mercader Miró.
En el capital de la compañía se mantiene un núcleo duro accionarial integrado por los Mercader (con el 15% del capital), los Mayoral (11,3%), los Miquel (5,8%) y los Escasany Miquel (10%). La actual Miquel y Costas & Miquel (MCM) exporta más del 80% de su producción a 130 países. Tiene su sede central en Barcelona y cuenta con siete centros de producción en España y con sedes en Argentina, Chile, Filipinas y Alemania.
Fueron los importantes recursos hídricos los que empujaron a los fabricantes de lana del distrito industrial de Capellades (Anoia) hasta la producción de papel. El primer impulso de la industria papelera catalana se produjo en las últimas décadas del setecientos, gracias a las economías de aglomeración en determinadas cuencas fluviales. El Valle del Papel es un caso similar al de la industria de las indianas en las colonias textiles o al de los vaporistas, instalados en los cursos medios del Ter y el Llobregat. Llorenç Miquel Botines fue el primero en dedicarse al papel en 1872 y, muchos años después, sus nietos, Antoni y Llorenç Miquel i Costas fundaron la papelera con fábrica en la Pobla de Claramunt, a partir de la producción a mano, un sistema que en su momento fue capaz de posicionar en el mercado importantes volúmenes de papel de fumar, florete y estraza.
Hasta bien entrado el novecientos, la empresa producía en cuatro molinos papeleros arrendados y pronto contó con un almacén en La Habana. Los Miquel y Costas conquistaron ultramar vendiendo en países latinoamericanos y en EEUU; ya en 1913, Cuba concentraba el 80% de su facturación. Cuando la familia lideraba el distrito de Capellades, --superior al de Alcoy (Valencia)-- adquirió una fábrica a orillas del Besòs, que llegó a producir el 90% de su facturación. En los años 20 y 30, Miquel y Costas apostó por los libritos y creó Smoking, la marca hegemónica en España durante más de un siglo.
Apertura de los años setenta
A diferencia de sus competidores --los Guarro, los Soteras, los Serra, los Romaní o los Romeu, con presencia en el cluster de Capellades-- la empresa fue sometida a un proceso de integración muy concienzudo. Fabricaba a partir de la fibra celulósica y los tintes; vendía comodities a las tabaqueras y vertía su producto acabado al gran público, en los mercados de consumo. Pero su éxito se vio interrumpido por la Guerra Civil y las posteriores regulaciones de Tabacalera Española, uno de los grandes monopolios de la autarquía. El mercado libre del papel de fumar se estancó.
El modelo económico del Antiguo Régimen obligó a una introspección de la empresa hacia el mercado interior; MCM fue un ejemplo muy ilustrativo de cómo la llamada economía real se adaptó a los estrechos marcos regulatorios de un tiempo en el que la libertad y la libre empresa vivieron sumergidas bajo la bota de un poder totalitario. Para sobrevivir, la empresa papelera diversificó su actividad en la promoción del cultivo de lino en las provincias de Zamora y Sevilla. Paralelamente, entró en el accionariado de Celesa, una fábrica de pasta de papel a partir de paja de arroz, situada en Tortosa. Pero los tiempos magros dieron paso finalmente a la apertura de los setenta; fue entonces cuando MCM demostró que la vocación global estaba instalada en su código genético. El grupo familiar invirtió en papeleras argentinas, superó los lentos efectos de la nacionalización del tabaco en la Cuba castrista y dio entrada en su accionariado al Banco Exterior de España, núcleo de Argentaria, actualmente englobado en el BBVA.
En 1974, MCM había vuelto a los mercados exteriores: exportaba el 45% de su producción. Después penetraría con fuerza en el mercado norteamericano, los países de Europa del Este y Asia; en 1975, MCM absorbió a la sociedad papeleras Payá Miralles, un puntal del distrito papelero alcoyano. Llegaba el tiempo de la linaza y el cáñamo. Comenzó a producir pulpa de sisal, y creó MB Papeles Especiales, una joint venture con su fábrica del Besòs para la producción de papeles especiales para filtros. En 2002 Miquel y Costas ya era uno de los principales productores a nivel mundial de papel de cigarrillos para las empresas tabacaleras de todo el mundo, además de comenzar tímidos pasos en la producción de otro tipo de papeles especiales. En 2010 constituyó la empresa subsidiaria Terranova, dedicada a la producción de papeles especiales para bolsas de té, monodosis de café, cintas adhesivas, papel empastado, o envoltorios para raticida. En 2011 creó sociedades en Alemania y en Chile, y en 2018 adquirió Clariana, dedicada a la fabricación de papel para libros, cartulinas, papel para pastelería, papel para envoltorios premium y papeles especiales para uso industrial, con clientes como como Tiffany, Chanel, Tous o Imperial Brands, la editorial neoyorquina Xlibris y empresas de té, como Hornimans. De hecho, Miquel y Costas es el segundo mayor productor de bolsitas de té del mundo.
A la hora del recuento toca volver atrás, hasta el momento del penúltimo peligro. El esfuerzo inversor de la etapa de relanzamiento, auspiciado por la apertura del mercado español había causado mella; la excesiva deuda financiera, unida a la venta de acciones de las terceras y cuartas generaciones de las familias fundadoras desembocaba en una excesiva dependencia del Banco Exterior. Los accionistas de MCM decidieron vender el grupo a una multinacional. Los ochenta, años de agotamiento y desunión accionarial, resultaron casi calamitosos. Pero a la hora del balance, apareció la figura de Jordi Mercader. Su llegada se produjo con la compañía al borde de la insolvencia. La mayor parte de la deuda estaba en manos del Banco Exterior de España, que entonces dirigía Francisco Luzón. Este último propuso a Jordi Mercader Miró, que entonces estaba todavía al frente del INI. Tras conversaciones entre el Banco Exterior, las familias fundadoras y Gaesco (la sociedad de valores que gestionaba los intereses de diversos inversores en MCM) se acordó proponer a Jordi Mercader Miró como consejero independiente en el órgano mercantil de la papelera. Tras su entrada en el consejo, Jordi Mercader tardó unos nueve meses en ser propuesto como presidente ejecutivo de Miquel y Costas.
Un ejemplo de gobernanza
El nuevo gestor impuso una política de austeridad y reducción de la deuda; equilibró el balance, recuperó el neto patrimonial, diversificó en negocios de alto valor añadido y despejó del horizonte la idea de vender a una multinacional. La papelera dejaba de ser una empresa familiar al uso. En 1996, salió a cotización en el Mercado Continuo de la Bolsa española; diluyó el peso de los accionistas históricos mediante una OPV (Oferta Pública de Venta), reforzó su consejo de administración en base a la meritocracia y el prestigio profesional de los vocales y separó para siempre la propiedad de la gestión.
Miquel y Costas dejó de ser un lastre impuesto por iniciativas particulares sin apenas respuesta en momentos críticos. Se convirtió en lo que es hoy: una multinacional en la que los gestores, los accionistas familiares, los nuevos accionistas y el resto de grupos de interés miran todos en la misma dirección. Un ejemplo de gobernanza; un case study en las escuelas de negocio.