Estaba yo sentado ayer en el salón de tatuaje Hopeless Moron, en el corazón del Raval, adonde me había dejado llevar por Chucky, el muñeco diabólico que habita en mí, y que con no sé qué argumentos --¡es muy persuasivo cuando quiere!-- me convenció de que me tatuase en el brazo izquierdo la efigie de Marilyn Monroe con las faldas flotando, y, en el derecho, como homenaje a Vázquez Montalbán, la frase “Nací para revolucionar el infierno”, que llevaba el misterioso ahogado de la novela Tatuaje. Supuestamente estos tatuajes darán a mi presencia, ahora que llega el verano y andaremos todos en manga corta, una apariencia a la moda, juvenil y molona. Y la verdad, pensé, es que el tatuador, aunque anciano y probablemente afectado de Parkinson (a juzgar por lo que le temblaba la mano), debía estar haciendo virguerías, porque me estaba haciendo un daño de mil demonios.
--Me duele un poco, señor Moron –me quejé.
--Es nor-normal, ma-mari-mariconsón. Pe-pero “qui vol lluir ha de patir”. Con-consuélate pensando en cómo fardarás este ve--verano en la playa.
Suspiré, resignado. Por distraerme del dolor, miré la tele que tienen allí encendida para que te entretengas mientras te profanan la piel y te afean sin remedio, y así fue como me enteré de que hoy Pere Aragonès, “el niño con barba”, será nombrado President, número 2012 o 2014, o un millón trescientos de la Generalitat, por ERC.
Curioso --pensé, envuelto en el olor dulzón de mi carne chamuscada y de la marihuana que fumaba el anciano tatuador mientras me inyectaba tinta en las heridas--, curioso que en ese partido estén tan orgullosos de volver a tener a uno de los suyos ocupando la presidencia después de 80 años cuando Companys fue ignominiosamente fusilado. Porque ¿no tuvieron también a Josep Irla, en el exilio, hasta el año 54, y a partir de entonces a Josep Tarradellas, a pesar de que en ese año renunció –como es muy lógico, dadas las circunstancias— a los cargos orgánicos en el partido? Cuando vuelva a casa, si salgo vivo de aquí, consultaré si también se dio de baja de militancia en el partido… Recuerdo, eso sí, que en tiempos de la Transición Herr-Ibert Barrera reivindicaba a Tarradellas como uno de los suyos, pero ahora…
--¡Ahora el recuerdo de Tarradellas es tóxico para los payasos del Movimiento nacional! --dice Chucky, el muñeco diabólico, que acaba de despertarse de sus habituales siestas, inducidas con tres voll-damm, bebidas de un solo trago por acelerar el efecto.
--¿Tóxico, dices, Chucky? Ah, porque Tarradellas, a diferencia de ellos, era un tipo razonable y…
--No es santo de su devoción. El reputado Institut de Nova Història tiene pruebas fehacientes de que Tarradellas era originario de Tarifa, provincia de Cádiz –explicó--. Su padre era un arriero gitano de pura sangre, y su madre, una bailaora de flamenco con mucho duende y salero. Lo cual, dice Bilbeny, es muy digno y respetable pero, de catalán, nada.
--¡Caramba! ¡Extraordinarias revelaciones, Chucky!
--¿Verdad que sí? ¿Comprendes…? –lanzó su risita atiplada, tan irritante-- Hay que borrar la historia al precio que sea. Por eso el director del INH se ha puesto a la tarea de demostrar que Pere Aragonès i García en realidad se llama Pere de la Franja i Garcés.
Tras beber un traguito de la pócima anestesiante que me recomendó el tatuador para que no me doliese tanto su “arte”, respondí:
--Chucky, por favor, modérate, no puedes referirte así a quien va a ser elegido democráticamente presidente del gobierno de todos los catalanes. ¡Al fin y al cabo, te guste o no, estamos hablando de un Molt Honorable!
--¿Ese? Sí, un muy honorable gilipollas. Un honorable payaso del circo Ringlan. ¡Un pobre cretino, un hijo de la gran ( ) y un montón de asquerosa ( )!
¡Le censuro! ¡Le censuro sus exabruptos, sí! Y soy consciente de que le debo al lector una explicación:
Para los que padecimos la larga noche del franquismo y tuvimos que mordernos los labios muchas veces en vez de manifestar nuestra opinión, es muy doloroso censurar a nadie, pero yo asumo mis contradicciones. Prefiero censurar a Chucky que dar altavoz a esas infamias que dice sobre la “nulidad” de “ese cretino de” Aragonès, que yo jamás repetiría, pues respeto las decisiones de las urnas, el sufragio universal y a los representantes electos del pueblo… ¡Democracia y libertad, como diría Ida!
Y, quizá algo trastornado por el anestésico que me había administrado el tatuador, por el rumor monótono del motorcito de la aguja y por el humo maloliente, dulzón que subía de mis heridas, exclamé:
--¡Visca, visca el president y larga vida a sus consellers!
--Pero ¿qué president ni qué ( )? –dijo Chucky--. ¿Y qué consellers? Esos ( ) son monigotes y espantapájaros y todos juntos merecen que les ( ). No, entérate de una vez: en Cataluña, el único “presidente” que vale es el de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales (CCMA) y, con él, el director de TV3. Eso es lo importante: lo inmaterial, lo simbólico, el relato, las mentiras, el manejo de la agitprop. Ese es el verdadero capital de esos golfos, esos ( ), esos ( ), esa putrescente carne de presidio. Putrescente como tú mismo, por otra parte, con esa carnicería que te acaba de hacer aquí el matusalén.
--¿Pues qué le pasa a los tatu…? ¡Ay, no!
Pues parece que Hopeless Moron había tenido que salir y le había encargado la tarea a su abuelo, que no solo padece Parkinson sino también demencia senil, y mientras yo pensaba en política y chorradas, en vez de a Marilyn en el brazo izquierdo me había tatuado a Belén Esteban, con un plumero en la mano (¿por qué? Misterio de su trastornada psique); y, en el derecho, en vez de la frase rebelde del personaje de Montalbán, --“Nací para revolucionar el infierno”— me ha tatuado, con caligrafía temblorosa, como si escribiera durante un terremoto, “Nasío pa matar a Makoki”, leyenda que llevaba en la camiseta Roberto, el implacable robot argentino del famoso comic.
--¿A-a que ha queda-quedado gua--guapo?-- dijo el abuelo. Por cierto que tiene tal cara de tonto que podría perfectamente estar en el Govern, y ocuparse, por ejemplo, de la Economía.— Por la san-sangre no te pre-preocupes, ya dejará de ma-manar cuando se can-can-canse.
¡Estoy muy disgustado...! ¡No le he dejado propina!