Habrá nuevo Govern al servicio del viejo Procés. Una y otra vez insisten en su objetivo final: República Catalana. Erre que erre. La foto del acuerdo es tan simbólica como expresiva: un Sànchez (i Picanyol) junto a un (Aragonès i) Garcia, dos charnegos al frente del independentismo, dos hispanófobos descendientes de inmigrantes. ¿Paradójico?
Decía el falangista Fontana Tarrats que el hecho diferencial catalán era real, “debido a que Cataluña es la única síntesis completa de lo español que existe en España”. Su tesis determinista fue conocida y compartida por lo más granado de la intelectualidad catalana a fines del franquismo: Riquer, Estapé, Riera y demás familias. El separatismo, según este político reusense, era como un termostato que se dispara “cuando fallan o decaen las realizaciones o metas de la empresa común”. Es decir, para Fontana lo único que preocupaba e interesaba “a los catalanes es España y lo que les duele es la dificultad para organizarla y hacerla según sus puntos de vista”. Consideraba que el separatismo era, literalmente, una “evasión psiquiátrica”: “una anécdota de celtiberismo tan fervoroso como esquizoide”. Este delirio se activaba por varios factores, fuera por los desvíos centralistas del Estado, por el determinismo del “medio ambiente racial-cultural” o por la respuesta contraria a “la incitación del mestizaje y de la segunda generación de los Pérez”.
Fontana no acertó en su previsión. No tuvo en cuenta que, precisamente, iban a ser los descendientes de los Pérez, Sánchez o García los nuevos impulsores del “neoseparatismo” o de “la discrepancia insolidaria”, como también le gustaba denominarlo. La pregunta de difícil respuesta es en qué momento esos individuos o sus familias optaron por el cainismo, cuándo se convirtieron en independentistas, más o menos fanáticos, más o menos hispanófobos.
“La conversión es una total transformación del hombre, un múltiple milagro que puede efectuarse no por la adopción de nuevos puntos de vista o creencias, o aun por un nuevo sistema de fe, sino sólo por el sacramento del Bautismo en el cual el poder de Cristo se revela”. Así explicaba fray Alonso de Oropesa en 1466 como se habían convertido miles de judíos al cristianismo en Castilla unos años antes. Este monje jerónimo conocía de primera mano ese proceso, puesto que su origen era judeoconverso. Sea el cuerpo místico de Cristo o sea la comunidad imaginada de la Nación, el decisivo paso que marca esa transformación parece ser un elemento mágico derivado de un acto bautismal, sea acuático o lingüístico. Esa conversión es clave para desequilibrar la balanza de la convivencia, y para que el cuerpo único de la feligresía nacionalista haga que su credo se convierta en mayoritario y ejerza su dominio de manera hegemónica y excluyente.
La suma de independentistas viejos y nuevos dota de una mayor fuerza al proyecto de la República. Es un sueño compartido por catalanistas encisats, encantados, distraídos o embobados con la Nación, sus símbolos y los mandamientos, otorgados por los sucesivos padres de la patria y refrendados por los nuevos caudillos libertadores.
El procés ha entrado en una nueva etapa liderada por un selecto grupo de elegidos, y en la que ya se han integrado fervientes conversos, igual o más beligerantes que los primeros. Se trata de proclamar lo más rápido que se pueda la República. Una vez se tenga el continente ya se verá como se llena de contenido, es decir, de ciudadanos. Este procés ansioso recuerda al proceso de emancipación que puso en marcha Simón Bolívar, que pensó que era posible convertir a los súbditos españoles americanos en ciudadanos de la Gran Colombia sólo con la fuerza de las nuevas disposiciones constitucionales. El caudillo erró y, finalmente, creyó que una dictadura militar podía salvar su proyecto del nuevo Estado, una apuesta que derivó en una suerte de estados fallidos que, en buena medida, aún perduran. La historia no se repite, y, en el mejor de los casos, la Gran Cataluña es posible que sólo quede, según el bando, en un sueño o en una pesadilla, la de una república de catalanes conversos y encantados.