Hace veinte años que Jon Juaristi escribió la historia del nacionalismo, con ese título, El bucle melancólico, que a todos nos impactó, porque ETA seguía matando y se consideraba que el problema sería eterno, una experiencia que mi generación había vivido desde la cuna. Me dolía el País Vasco, porque era el río Guadalquivir que nacía en el sur y moría, teñido de rojo, en el norte de España. Afortunadamente, eso no sucedía en Cataluña y no iba a suceder. Pero tengo ahora la misma sensación, la de un día triste y melancólico.
El sábado a las doce de la noche los jóvenes salieron a la calle, con la alegría de la Nochevieja. Pedro Simón está preocupado porque la epidemia es previsible que pueda empeorar y la responsabilidad es de los políticos. Es una jugada arriesgada la de Pedro Sánchez, tras operaciones políticas que le han salido mal. Pero espero que el doctor Simón no tenga razón.
Sin embargo, no se trata de la epidemia. Doctores tiene la Iglesia. Me refiero a la política, y a ese bucle melancólico que se ha instalado en Cataluña. Desde hace diez años vivimos en el día de la marmota y resulta desesperante. La suerte es que ETA no existe y sus émulos separatistas han desaparecido. La vacuna para Cataluña, qué paradoja, fue Terra Lliure.
No creíamos que íbamos a tener nuevas elecciones, pero pasan los días. Parece que ha pasado un siglo desde el 14F. Y el 25 de mayo, el límite antes de que se convoquen elecciones de forma automática, está a la vuelta de la esquina.
Estaba seguro que el PSC no iba a formar parte de un nuevo tripartito, como el de Pasqual Maragall, porque quince años después el posible socio, Esquerra Republicana, ha pasado la frontera. Siempre había sido de Jordi Pujol, de nacionalistas que, desde hace diez años, se han quitado la careta: Artur Mas, Carles Puigdemont y Quim Torra.
Y no es un misterio lo que podría pasar en las probables elecciones de julio: el enfrentamiento entre dos independentismos radicales, uno de derechas y otro de izquierdas. Es un pulso total entre los dos. Los Comuns y la CUP son antisistema. Estamos en el mismo día de la marmota, ya no en el bucle de la melancolía de Juaristi, pero, eso sí, estamos vacunados frente a la violencia.