Entre la cuadriga árabe de Ben Hur y los secretos catódicos de un debate electoral, siglos de agresividad competitiva nos contemplan. Ya están programados los debates principales de las elecciones madrileñas para que una vez más la política espectáculo supere las expectativas de racionalidad. Es argumentable que los debates electorales en televisión no sirven para nada, en términos de razón y capacidad de convencer. Predominan viejas y nuevas tretas, el histrionismo, el ingenio o la mala pata, la gestualidad, el efectismo, la desfachatez, incluso la ingenuidad, sobre todo el show. Pero ¿sirven para mostrar solidez programática, capacidad de gestión, credibilidad, sentido de Estado o seriedad y carácter para gobernar?
En el choque frontal, la ciudadanía de la Comunidad de Madrid se juega mucho, más o menos impuestos, sainete progre o reducción del intervencionismo en la cultura, sosiego en el debate bioético o novedad por la novedad, escuela con rigor o escuela con doctrina, cultura de la dependencia o reconocimiento de la iniciativa. La capital política es también capital financiera, como lo muestran las numerosas empresas de Cataluña que se han establecido allí. De Galdós hemos pasado a la estrella azul de Caixabank en las torres de KIO.
Esa tribu pululante que son los politólogos no se ponen de acuerdo sobre qué impacto en votos --de 1 a 4, según algunos-- tienen esos debates electorales ante las cámaras, con los candidatos de pie detrás de su atril y sacando conejos de la chistera. Hemos visto hasta qué punto la veracidad cada vez cuenta menos. Según la mayoría de estudios, uno tiende a considerar vencedor del debate a quien ya era su candidato predilecto aunque esa fidelidad ideológica --la identificación partidista-- venga muy deteriorada por la volatilidad creciente del voto.
Súmese el bullicio de las redes sociales un minuto antes o después de votar. Otros tendrán como favorito a quien crean que va a ganar. A lo máximo, esos debates pueden influir en casos de franjas indecisas, con lo que una vez más vamos a parar a los golpes de efecto, las descalificaciones, el gesto teatral y no a la búsqueda de sentido. Son escenificaciones de la teledemocracia, como punto álgido de la campaña y pico de audiencia. Lo veremos en los platós de Telemadrid y TVE. ¿Qué conclusiones válidas podrá sacar la ciudadanía del inmenso guirigay que protagonizarán Isabel Díaz Ayuso, Ángel Gabilondo, Mónica García, Rocío Monasterio, Edmundo Bal y Pablo Iglesias?
En estas elecciones de la Comunidad de Madrid el espectáculo ha comenzado ya en la precampaña, tendrá su eco en los sondeos y el toque final de los servicios de maquillaje. Acuérdense de ir bien rasurados, con ese mechón rebelde bajo control y la frente sin brillo de contendiente sudoroso y febril. ¿Contarán la pandemia y la crisis económica en curso? En todo caso, simplificar siempre da ventaja, para bien y para mal. Con el espectáculo trasladado al mundo de los influencers, youtubers, Twitter, Facebook o Instagram, quizás ya estamos pisando la ruta hacia el Mago de Oz para una política de la postelevisión.