Carlos Rodríguez Braun (Buenos Aires, 1948) transmite energía, vitalidad. Ríe a carcajadas y pregunta a su interlocutor. Se declara liberal por encima de todo. Y desafía al estado. Economista, periodista y profesor, catedrático retirado de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid, es coautor, junto con María Blanco y Luis Daniel Ávila, del libro Hacienda somos todos, cariño (Deusto), en el que se analizan campañas publicitarias de Hacienda y se señala con contundencia que los estados sobrevaloran los servicios públicos que prestan, pero minimizan todo lo que pueden la forma que utilizan para obtener ingresos, los impuestos que pagan todos los ciudadanos. En esta entrevista con Crónica Global asegura que el impuesto de Sucesiones es una expropiación. Y defiende: "La propiedad es lo primero que hay que salvaguardar", con la idea de que "no hay libertad sin propiedad".
--Pregunta: ¿Qué le deberíamos pagar al estado?
--Respuesta: Los economistas no se atreven a responder a esa pregunta. El único autor que fue coherente con ello fue el sueco Wicksell, a finales del XIX. Él mismo se interrogó sobre ello, y consideró que una tributación justa es aquella que acaba siendo aceptada por todos, casi por unanimidad. Y esto, que es una gran verdad, crea un gran desconcierto. En realidad, supondría confundir el estado con un club, con un acuerdo a partir del cual nadie discrepa. Pero eso lleva a la enorme complicación de que el estado no pueda crecer. Si para aprobar todos los impuestos necesitaras una inmensa mayoría, sería difícil sacarlos adelante.
--En cualquier caso, ¿a partir de qué porcentaje se entiende que un impuesto es confiscatorio? ¿De qué depende?
--¿Por qué depende? Si lo que es justo es lo que la totalidad de la gente aprueba, lo confiscatorio sería lo que está por encima de ello. Es muy complicado abandonar la hipótesis de Wicksell. Entras, entonces, en la idea que implementan la mayoría de las democracias, según la cual lo que se paga se considera legítimo y que, además, se sostiene de forma transversal. Es decir, la izquierda y la derecha han subido impuestos. Lo hizo Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy.
--Pero, ¿en España, ¿cómo es esa tributación?
--Bueno, es que el debate debe centrarse en otra cosa. Por ejemplo, en cómo suprimimos las retenciones. Lo que hablamos en el libro es lo que los italianos descubren a principios del siglo XX, demostrando que la ciencia económica no es monopolio del mundo anglosajón. Es Amilcare Puviani, con su Teoría de la ilusión financiera, quien llama la atención sobre cómo es posible que los estados engañen a la gente. Y lo hacen a partir de una exageración del valor del gasto público y de una minusvaloración de los impuestos. Es un libro de 1903. No había retenciones. El sistema fiscal está pensando, posteriormente, para ocultar su peso. Y lo primero que habría que hacer es suspender esa ocultación. Es decir, cobrar el bruto, sin que el empresario ejerza de mediador. Y, luego, ya iremos a la ventanilla de Hacienda correspondiente o a la de la Seguridad Social. ¿Se imagina lo que sería eso? Cuando fuéramos a la gasolinera, el suministrador nos pediría 50 euros para llenar el depósito, pero luego nos diría que fuéramos a Hacienda a pagar otros 50 euros. Todos los estados hacen lo posible para que no se note el pago de impuestos, comenzando por la nómina. Miramos el neto de nuestros salarios, pero el salario es todo, también el bruto.
--Lo que pide, entonces, es que se tenga conciencia de lo que se paga y no se paga.
--Sí, porque se procura ocultar el peso de todo ello. Es extraño porque los políticos no paran de hablar de transparencia, y lo que es más importante, que es quitarle dinero a los ciudadanos, eso se oculta.
--Siguiendo con eso, entonces, ¿nos engañan los políticos cuando hacen ese ejercicio de transparencia al señalar sus bienes cuando acceden a un cargo público? Lo digo porque, en muchas ocasiones, esos bienes parecen escasos si se juzga en razón de las carreras largas que algunos ya tienen.
--Tiene que ver con un proceso, y es que intentan legitimarse. No sé si engañan o no con esas declaraciones de bienes. Pero todos tratan de ganar una mayor legitimidad. Lo hacen los estados, de maneras diferentes. Y los dirigentes. Por ello cuando oigo a Iñigo Errejón pedir más psicólogos, me parece bien, pero no dice cómo se pagan. Se trata de quedar bien. Y, entonces, se desnudan y dicen lo que poseen. En todo caso, ese no es el problema, de si engañan o no. Si los gobernantes te dejaran en paz, ¡qué más da los bienes que tengan!
--¿Deberíamos llegar a un nuevo pacto fiscal, sobre qué se paga, para qué y cómo?
--El gran equívoco fiscal consiste en esas afirmaciones que sostienen que no es importante que se pague más impuestos, siempre que los paguen los otros. Cuando entras en esa dinámica, me parece socialmente disolvente. Porque, ¿quién los debe pagar, el que vive en Barcelona, la vecina inmigrante del rellano? Se habla de esa cuestión, del contrato, pero es una ficción, porque no puedes negarte. No es un contrato. Lo impone el Estado, que cobra y coacciona.
--¿En España se puede resquebrajar ese pacto, si es que ha existido?
--Lo que hay es una cierta insatisfacción con los estados existentes. Es un fenómeno interesante, que se mezcla con la caída del muro de Berlín, que desconcierta a la izquierda, pero también a toda la clase política. Todo funcionaba. Pero hay, después, señales de que se pagan demasiados impuestos y que los estados no acaban de funcionar bien. En España se producen muchos parados, y se origina, además, una cuestión nacionalista. Con la caída del muro, decía, se produce un giro hacia la socialdemocracia, que se había despreciado. Se le carga con más deberes, con la ecología, con el feminismo o la desigualdad. Lo cargan todo al mismo estado, y éste empieza a ser cuestionado, porque se vacía de su principal combustible para crecer. Le daré servicios, se dice, pero no lo pagará usted: lo pagará el rico. Se entra en una rueda en la que todo se cuestiona. Y tenemos fenómenos como el que identifica Ángel Gabilondo en Madrid, que señala que no subirá impuestos. ¿Se ha vuelto liberal? No, ha olfateado que es una consigna buena, y es que se ve bien bajar impuestos. Y se piensa en Díaz Ayuso, y en la posibilidad de votarla. Con todo esto, se habla de un nuevo contrato social, pero para que el estado no quiebre.
--¿Es Díaz Ayuso el camino que se debe seguir?
--Lo que ha hecho ella es percibir que algo estaba pasando. Hace un par de años que se produjeron protestas en Andalucía por el pago del impuesto de Sucesiones, una tierra de tradición socialista, o en Asturias. Y Gabilondo dice: no voy a subir impuestos.
--Sin embargo, el impuesto de Sucesiones mantiene un espíritu liberal, lo defendía Stuart Mill.
--En absoluto, es una expropiación. Stuart Mill se dejó vencer por el principio utilitario de Jeremy Bentham. No hay que olvidarse nunca de Juana Pérez. ¿Quién es? Es la dueña de su dinero. Tiene derecho a hacer lo que quiera, el dinero es de ella. Y si a ella se le ocurre donar todo su dinero a quien le plazca, bien estará. Lo hace porque es su propiedad. La propiedad es lo primero que hay que salvaguardar. No hay una sociedad libre si uno no es dueño de lo que es suyo. No hay libertad sin propiedad.
--Pero el impuesto de Sucesiones garantiza que no haya un país en el que las mismas clases sociales se reproduzcan y acumulen el capital primigenio.
--Eso lo refutó Thatcher. La idea de que debemos cambiar la sociedad, además, no está avalada por lo empírico. Los Amancio Ortega son más frecuentes que las Duquesas de Alba. Es decir, la fortuna se mezcla. La inteligencia no se hereda. Nos mezclamos.
--Pablo Iglesias señala que la patria es aquello que presta, es decir, que su patria son los servicios públicos. Y ustedes en el libro señalan que eso es fascismo.
--Claro, y lo explicamos a partir de Hayek. A los dirigentes de Podemos les molesta mucho que les digamos fascistas. Pero lo que hacemos es tomar la idea de Mussolini, que identifica Estado y sociedad. Eso es una puerta abierta al totalitarismo. El culto al Estado, la idea de que los hombres y mujeres no pueden salir adelante sin el Estado, eso es Mussolini. Y esa concomitancia les molesta mucho.
--¿Qué significa la queja de Pablo Iglesias, según la cual no tiene el poder, porque estar en el Gobierno no supone tener el poder?
--Es un clásico de los totalitarismos. Hay un enemigo fuera, y el político está inerte ante ese demonio. En el libro de Hitler se presentaba a los judíos como una amenaza contra Alemania. Es lo mismo que decir que España está amenazada por los medios de comunicación privados. ¿Entonces, qué hacemos en beneficio de la patria?
--Con el independentismo en Cataluña ha pasado un fenómeno curioso. Sus primeros defensores, dentro del campo nacionalista de CiU, eran liberales. Pero el movimiento ha caído en manos de la izquierda intervencionista de la CUP. ¿Para tener éxito, el independentismo debería ser netamente liberal y aspirar a hacer de Cataluña un nuevo Luxemburgo?
--Bueno, es que el siglo XIX el nacionalismo y el liberalismo tuvieron muchos puntos en común. Stuart Mill tuvo una actitud favorable, porque era una amenaza frente a los poderes centralizados. Y hay un fundamento. No me extraña que liberales como Sala Martín o Mas-Colell hayan favorecido ese movimiento. Pero tampoco me extraña lo contrario, porque el nacionalismo también ha atraído a gente de la izquierda, y la caída del muro ha tenido mucho que ver con ello.
--Pero, ¿qué le interesaría al independentismo para tener éxito?
--Hay una deriva histórica y es que los movimientos de liberación colonial, respecto a Inglaterra o España, desde América, pedían al principio no tanto la independencia como un Imperio liberal. Lo que no querían, en ninguno de los dos casos, es permanecer en un Imperio que les hacía la vida imposible, que regulaba todo lo que podían hacer, pasando siempre por la metrópoli. Y la clave ahora me parece que es la opción política. O una Cataluña independiente con los bárbaros de la CUP, o una España abierta que deje a la gente en paz. Con mis amigos nacionalistas vascos he hablado de esa cuestión, pero me dicen que tienen derecho a concebir un País Vasco independiente, tipo Luxemburgo. Cuando me preguntan si a mí me gustaría...pues claro, tengo simpatías por ello, si la única otra opción fuera una España cerrada que no dejara a la gente en paz.
--¿Qué muestra la propuesta de la ley de vivienda del Gobierno? ¿Todo este debate acerca de los impuestos y el intervencionismo?
--No lo sé, porque en este debate no hay una posición liberal, --la del PSOE— o antiliberal –la de Podemos. Es una disputa entre antiliberales. Les interesa a los dos. Al PSOE, porque aparece como moderado, con el modelo de Gabilondo. Y a Podemos, para su parroquia. La ventaja de los socialistas es que tienes que ser muy burro para querer fijar el precio de los alquileres, que es lo que hizo Franco. El control de los precios es una idea que lleva fracasando ¡desde hace 4.000 años! Pero se trata de dos posiciones que son intervencionistas.
--Entonces, ¿hay salida para solucionar esa cuestión de la vivienda desde lo público?
--No estoy seguro. Tiendo a pensar que no. El problema de fondo no pasa por la política. Debe pasar por la sociedad civil. Había un juez norteamericano que señalaba que la libertad yace en los corazones de las mujeres y de los hombres. Y si está, no se necesita una armazón legal que la proteja. No hay atajos para la libertad.
--Si gobierna Díaz Ayuso, tras las elecciones, ¿supondrá un cambio para el conjunto de España?
--Una política que dice que va a bajar los impuestos, pese a toda la desconfianza, y que puede ganar las elecciones y gobernar, lanza una señal, claro. Una señal buena para el PP, aunque existe la posibilidad de que sea una rival de Pablo Casado, porque Díaz Ayuso no es Nuñez Feijóo. Pero, sin duda, si obtiene una victoria contundente en Madrid, eso será una señal para el resto de España.