Me gustaría creer que a nuestros políticos les sirve la cabeza para algo más que llevar pelo, pero llevo días siendo víctima de una rara desazón. A pesar incluso de que la alopecia gana terreno y el avance de la calvicie es visible. Todo empezó con aquello de Elsa Artadi (JxCat) de “¡No queremos que el Govern sea un Vietnam!”. Por un momento y como aquí todo es posible, creí que a la aspirante a algo en el futuro Govern le había dado un arranque de ardor revolucionario, por aquello del Che Guevara de “¡Crear dos, tres… muchos Vietnam es la consigna!” en 1966. Dado que la chica no parece de ese palo, pensé que carecía de sentido; pero me embargó una desazón que a duras penas me puedo sacar de encima: si el modelo no es Vietnam, ¿será Corea del Norte? ¿Cómo trazar además un paralelo 38 que sirva de frontera a la Cataluña independiente? ¿Se imaginan a Carles Puigdemont como líder supremo, al modo Kim Jong-un, tocado con gorra de plato? Una pesadilla, vamos.
Tras estos días de Pascua, ya no sé si esta desazón es angustiosa o desternillante. Prefiero creer que todo es fruto del encierro, las limitaciones de la vida social o lecturas inadecuadas. Tanto como deseo confiar en que algún día se acabará este desbarajuste y se frenará la pulsión de estupidez imperante. Las consecuencias de la pandemia no desaparecerán con la vacuna, pero alcanzar un estado de inmunidad contribuirá sin duda a ello. De momento, en Cataluña llevamos cuatro años perdidos y los problemas se amontonan como escombros sobre la sufrida espalda de los ciudadanos. El espectáculo, como tal, puede resultar un entretenimiento para algunos; sin embargo ya aburre a muchos otros. A la pregunta frecuente desde otros lugares de España sobre “¿cómo están las cosas por ahí?” la única respuesta posible es que bastante tenemos con sufrir el presente como para reflexionar sobre el futuro. Lo más razonable es no entender lo que pasa. Al final, quizá pasemos a los anales de la historia cuando se diga que los bares estaban abiertos y los colegios cerrados.
Ahora bien: qué puede pensar, por ejemplo, un ciudadano que vive en Vilafranca del Penedés al que ofrecen vacunarse en la Seo de Urgel, haciendo un viaje de ida y vuelta de casi 350 kilómetros. Probablemente sentirá un cierto agravio comparativo respecto del barcelonés que ha podido inyectarse viajando tan solo a Sabadell. Sería peor tener que cruzar el paralelo 38, pero seguro que le afecta, por lo menos, una sensación de tomadura de pelo e indignación. ¿Tan difícil sería poner un poco de orden? Habitamos un paraíso del desgobierno: la desconfianza y la desafección acabarán trucándose en aborrecimiento hacia Parlament y políticos, aunque ya no sabemos si hay mucha paciencia o demasiada resignación.
La fatiga pandémica que arrastramos, tal vez haga más difícil cumplir las normas para evitar riesgos, ahora que ha llegado la primavera y los días se alargan ostensiblemente. Todos conocemos ya casos cercanos de afectados por el coronavirus. Conocer el tipo de vacuna y la franja de edad que corresponde, es un intrincado ejercicio; hay una generación de invisibles que parecen vivir en el limbo, ignorados. ¡Ojala no llegue esa anunciada cuarta ola tras los días de asueto! Hasta las bulliciosas cotorras de los árboles de Barcelona parecen haber migrado a la segunda residencia en estas fechas.
Mientras se observa que cada cual parece hacer lo que le viene en gana o cree más conveniente, tampoco pedimos tanto: tan solo un poco de organización. La cosa es complicada y de lo que parecemos seguir más expectantes es simplemente de saber si algún día habrá un Govern, convencidos de que, ocurra lo que ocurra, todo seguirá siendo parecido: un sindiós. Cataluña recuerda cada vez más aquellos tiempos de Italia con el pentapartito, una rara experiencia que duró diez largos años, se basaba en la máxima de que “gane quien gane, gobiernan siempre los mismos” y acabó con el escándalo de corrupción de Tangentópoli.
Parece que aquí tuviésemos más propensión a los tripartitos. Es lo que anuncian las cábalas en estos tiempos de expectación displicente: la percepción más común es que, tarde o temprano, ERC, JxCat y CUP se pondrán de acuerdo para repartirse el Govern y tantas otras cosas más. Lo de gestionar es lo de menos: lo importante es el ejercicio del poder, pura componenda y almoneda. Los daños colaterales en la población civil dan igual, es como si tuviesen el corazón de hormigón armado. El objetivo: independencia y amnistía; lo importante: ocupar parcelas de poder, cuantas más, mejor. Con una mitad del país aferrada al eje retorcido del independentismo, mientras la otra observa entre estoica y perpleja.
El conflicto entre indepes acabará como todas las guerras: cuando los contendientes estén destrozados, los ciudadanos exhaustos y el país arruinado. Pero también cuando con la paz de las trincheras empiecen a desaparecer o extinguirse algunos dirigentes. Porque partidos, en ese bloque solo queda ERC, “el Partido de Cataluña por excelencia” según Oriol Junqueras que recientemente consagraba a su formación desde el púlpito de Lledoners como “el más represaliado de la historia de Cataluña”. ¡Ahí es nada el alcance totalizador de ambas expresiones! La verdad es que, si a los noventa años, aniversario que han cumplido los republicanos, no has salido de la adolescencia, es difícil hacerlo ya: no tienen remedio. Y lo de posicionarse como inequívocamente de izquierdas, debe ser puro prurito o acné juvenil.