Torra se cargó el anterior Govern cuando acusó a ERC de deslealtad. Ahora la deslealtad ha vuelto a la palestra, si es que alguna vez se ha ido, antes de empezar. La investidura quedó en agua de borrajas el viernes y expirará entre convulsiones el martes. Junts per Catalunya no asume su derrota del 14 de febrero y quiere seguir marcando la pauta del movimiento independentista, donde la unidad es una veleidad que se maneja a antojo. Quizás por eso, Aragonès repitió hasta nueve veces en su discurso “Generalitat republicana”, o lo que es lo mismo nosotros, ERC, hemos ganado.
La sandez en el pleno la puso el portavoz de Junts, Albert Batet, pidiendo que Aragonès renunciara a una segunda votación en busca de más tiempo para llegar a un acuerdo. El candidato no se salió de su guion. Amnistía, autodeterminación y lluvia de millones, que si no llegan la culpa será de España, de la represión. Más de lo mismo, con la diferencia de que su único sustento es la CUP, un partido anticapitalista y antisistema que aprovechará cualquier oportunidad para meterle el rejón. Junts lo ha hecho de entrada, sin tapujos.
Aragonès tenía otras posibilidades. Si quiere un gobierno de izquierdas podía tirar por los Comunes y el PSC. Si quiere una Mesa de Diálogo de Gobiernos, podía tirar de Comunes y de PSC. Si su objetivo es alcanzar un acuerdo político, podía tirar de Comunes y PSC. Si su objetivo es gobernar la salida de la pandemia, evitar que nadie se quede atrás y fortalecer la estructura económica, podía tirar de Comunes y PSC. No lo ha hecho, porque a los republicanos les tiemblan las piernas. Son conscientes de que el liderazgo del independentismo no ha caído en sus manos como fruta madura. Han ganado, pero la victoria es pírrica.
Han preferido levantar de nuevo la bandera independentista a sabiendas que los van a intentar achicharrar todos los días. La Mesa de Gobiernos será bombardeada por Junts, que no le interesa ningún acuerdo porque la tensión y la confrontación son sus elixires de supervivencia política. No son de izquierdas, aunque intenten disimularlo y algunos postulados republicanos les producen arcadas, los de la CUP vómitos directamente. Con Junts, el acuerdo político es un oxímoron porque amnistía y autodeterminación no es una propuesta inicial, es el punto final. Y la salida económica no la van a permitir si no la pilota en primera persona su candidata, Elsa Artadi. Algo que Aragonès le ha birlado creando la figura del comisionado.
Con PSC y Comunes, ERC podía incluso plantearse un gobierno en solitario, lo que sería sinónimo de estabilidad, de trabajo parlamentario para construir acuerdos, pero con un gobierno tranquilo, algo que se antoja impensable por las pullas, puñaladas, desplantes y menosprecios que se han visto y vivido en estos días.
En esta senda, Aragonès podría ejercer de presidente. Con Junts, no lo podrá hacer. Si se produce un acuerdo, que se producirá, aunque volveremos a la tragicomedia y el sainete hasta mayo, la coexistencia durará lo mismo que un caramelo a la puerta de un colegio. En ERC sigue prevaleciendo su gen suicida, no el de la valentía. La de romper el escenario político. En consultoría política una máxima dice que si quieres que las cosas sean diferentes debes hacer cosas diferentes. Aragonès no lo hizo. Illa sí. No entró en el cuerpo a cuerpo, sino que optó por hacer su propia investidura en paralelo. Dejó las puertas abiertas. Les invito a jugar a la siete diferencias. Apenas existen entre ERC y PSC. Illa se encargó de poner sordina a los desencuentros y a fortalecer los puntos de encuentro. Aragonès lo sabe pero el pánico a que le llamen botifler sigue pesando más, aunque no serlo le cueste a ERC el liderazgo y a él la presidencia. Toma el mal camino, a sabiendas, por miedo.