Hace un par de semanas me escapé a L’Auditori para escuchar La Bella Molinera, un ciclo de lieder compuesto por Franz Schubert en 1823. De vez en cuando me gusta ir sola a un concierto de música clásica. “Tiempo de calidad conmigo misma”, me repito mientras compro la entrada. Antes de darle al click suelo pedirle consejo a mi padre, el melómano de la familia, para asegurarme de que vale la pena, pero en esta ocasión lo decidí por mi cuenta. Mi abuelo era admirador de Schubert, así que seguro que iba a gustarme.
El concierto era a las siete de la tarde. Llegué puntual y tomé asiento. Casi todo el mundo a mi alrededor era gente mayor, a juzgar por los cabellos blancos y las arrugas que asomaban sobre las mascarillas, con excepción de alguna pareja de mediana edad. A mi lado --separadas por un asiento vacío reglamentario-- se sentó una mujer menuda y delgada, de unos sesenta años, que sacó del bolso un librito pequeño, de esos que vienen dentro de un estuche de CD, con las letras de las canciones de La Bella Molinera y se puso a hojearlo con interés. Parecía una verdadera aficionada a Schubert, no como yo, que para pasar el rato me había traído la última novela de Javier Cercas, Independencia (que, por cierto, me ha parecido bastante rollo, además de un poco machista: el protagonista ya puede ser un Mosso justiciero con los maltratadores de mujeres y todo lo que quieras, pero en el libro no aparece ni una sola mujer “normal”, todas son prostitutas, arpías, víctimas o novias perfectas). Hubiese sido mucho más útil leerme la letra de las canciones de La Bella Molinera, inspiradas en una serie de poemas de Wilhem Müller, un poeta alemán del romanticismo, pero ya no había tiempo. Los intérpretes acababan de entrar en escena y la música empezó a sonar. Había llegado el momento de desconectar de mi realidad, de dejarme llevar por la voz aterciopelada y cálida del apuesto barítono Andrè Schuen y su acompañante al piano, Daniel Heide.
“Toda mi vida llevo escuchando a la gente decir que el lied no es para la gente de hoy, pero cuando lo canto no tengo esa impresión. Sí que son públicos pequeños pero también los hay grandes. Y sus temas son muy relevantes. El de La bella Molinera, sin ir más lejos, un joven que busca trabajo y se enamora de la hija del amo. Pero ve que está enamorada de otro y cae en depresión y se suicida. Y eso desafortunadamente aún puede suceder, es un tema vigente”, comentaba Schuen en una entrevista con La Vanguardia un día antes del concierto.
Le doy la razón: el amor no correspondido será siempre un tema vigente. Pero, ¿no estaremos perdiendo el romanticismo? ¿Quién está dispuesto a picar piedra, a tener paciencia, cuando las apps de dating se han convertido en la única forma de ligar? Este me gusta, este no me gusta. Match o fuera. Como si las personas fuéramos cromos.
Según Schuen, es verdad que no somos tan románticos como en el siglo XIX “pero si lo comparas con la ópera, el lied está más cerca de la música actual, de los hits modernos que solemos escuchar”, dijo a La Vanguardia. Supongo que se refería más a Bruce Springsteen que a las letras del reguetón, cuyas letras, por suerte, no debe entender demasiado. Schuen nació en La Val, en el Tirol italiano, y habla italiano, alemán y ladino, pero no español. “Los lieder de Schubert y el folclore ladino que yo cantaba con mi familia comparten el rasgo de la melancolía", señalaba.
Fue exactamente eso, la melancolía, lo que me conectó con la música de La Bella Molinera. No hace falta saber alemán para que uno se ponga triste escuchando el lied final: “Des Baches Wiegenlied" ("Canción de cuna del arroyo”). El piano es el mejor traductor. “Gute Nacht, gute Nacht!” --termina. “¡Buenas noches, buenas noches! Hasta que todo vuelva a despertar, ¡duerme tus alegrías, duerme tus pesares! La luna llena ya despunta, la niebla se disipa, y el cielo allá en lo alto, ¡qué inmenso es!
Al salir de L’Auditori, llovía.