ERC pretendió sorprender a JxCat con una maniobra envolvente con la CUP y la presidenta del Parlament, Laura Borràs, ha convocado a Pere Aragonés a una investidura sin garantías de mayoría que forzará a los republicanos a una negociación a tumba abierta si no quiere perder su ocasión de alcanzar la presidencia de la Generalitat. El gobierno inevitable saldrá adelante pero las maneras entre los socios y las perspectivas son las de siempre. La repetición del fiasco gubernamental es una opción que pisa fuerte.

El único compromiso que se conoce por el momento es el firmado entre ERC y la CUP. Los antisistema quieren imponer un gobierno con 'paradinha' a media legislatura, cerca de las elecciones municipales y tal vez de las generales para forzar una radicalización o una ruptura, según convenga. Una promesa de inestabilidad. Una moción de confianza para ver si Cataluña ya es independiente y en el muy probable caso de seguir todos en España repetir algún error ya conocido, como un nuevo referéndum unilateral. Hasta al ex presidente Quim Torra todo esto le parece una ingenuidad, y con esto está todo dicho.

A Carles Puigdemont y por extensión a JxCat el acuerdo entre republicanos y antisistema no les parecerá sin embargo una banalidad total. ERC y CUP desconfían del Consell per la República presidido y monopolizado por Puigdemont y pretenden crear una mesa de coordinación estratégica del independentismo al margen (o por encima) del consejo con sede en Waterloo. Esta pretensión no puede agradar a los fieles de Puigdemont, quienes piensan en Aragonès como el nuevo vicario del “legítimo presidente de Cataluña” en tierra ocupada. A Aragonés este título inventado ya le sobra.

La batalla por el liderazgo independentista no se da por acabada con el resultado de las elecciones autonómicas. Puigdemont erró ciertamente en el cálculo al romper con el PDECat, pero ERC consiguió una diferencia mínima que la da para lo que le da: para gobernar bajo tutela de JxCat y con la música de fondo (embates al estado, empresas públicas y acoso a los Mossos) de la CUP. La pesadilla de todo presidente; sentarse en la mesa presidencial sintiendo el runrún del pretendido líder del movimiento.

La gran novedad del nuevo gobierno, al margen del cambio de papeles entre republicanos y legitimistas en el ámbito estrictamente autonómico, es la llegada de dinero europeo, vía Madrid, para enfrentar la crisis económica provocada por el virus. Las cifras que se manejan son astronómicas, aunque estén por concretar. El anterior gobierno catalán cifró en más de 31.000 millones el coste de la reactivación, una millonada que debería salir de los famosísimos 140.000 millones que recibirá España y de la ampliación de la capacidad de déficit público, que para Cataluña supondrá unos 2.000 millones. Sea la cantidad que sea, será inédita y golosa. Por eso la gestión de la misma se presenta como la responsabilidad clave del nuevo ejecutivo de Pere Aragonès, que, por supuesto, no quiere ceder tanta capacidad de maniobra a sus socios ni estos están dispuestos a renunciar al manejo de estos fondos.

Encajar el documento firmado con la CUP con las pretensiones (y los temores) de JxCat, fijar el lugar que le corresponde a Puigdemont en la pirámide de mando y situar la gestión del dinero europeo en el organigrama del gobierno son las tres grandes cuestiones que ERC debe negociar a contrareloj para asegurarse la investidura. No es sencillo, además, ahora, el tiempo juega en su contra. De perder las dos votaciones previstas en el primer intento de investidura, los planes de ERC se verían seriamente trastocados y las relaciones con el legitimismo entrarían en una fase desconocida.

JxCat juega con los nervios de ERC. Las advertencias de la falta de acuerdo y las referencias al tiempo necesario para cerrar el pacto pueden acabar en una larga noche de negociaciones en las que se decida algún tipo de documento-declaración de intenciones, un compromiso mínimo redactado en florida prosa independentista, suficiente para investir al presidente Aragonès. La repartición final del nuevo Consell Executiu puede quedar para los días siguientes y el papel de Puigdemont para un próximo viaje a Bruselas. Un 'paradinha' inicial para ensayar la prevista a medio mandato.