Hoy 8 de marzo celebramos el Día Internacional de la Mujer, institucionalizado por Naciones Unidas en 1975, y desde entonces lo cierto es que, si bien la humanidad ha conseguido avances que han cambiado la forma de vida de los seres humanos, la igualdad de género no se ha conseguido.

El hombre ha llegado a la Luna, hemos descubierto nuevos ancestros humanos, sabemos que Marte ha sido habitable, hemos fotografiado un agujero negro por primera vez, han aparecido en nuestras vidas las redes sociales, pero, mientras tanto, existen restricciones legales que impiden a millones de mujeres acceder a las mismas opciones laborales que los hombres. El porcentaje de parlamentarias mujeres no supera el 25% y la vulneración de derechos humanos sobre las mujeres sigue siendo una de las preocupaciones a nivel internacional de innumerables instituciones y organismos públicos debido a la ausencia de derechos básicos de la mujer.

Dicho lo anterior, creo que determinadas reivindicaciones como la ley del “solo sí es sí” de la ministra de Igualdad (ministerio recuperado en 2020 con ocasión del actual gobierno de coalición, PSOE-Unidas Podemos) y esposa del vicepresidente segundo de nuestro Gobierno no ayudan a esa igualdad que buscamos las mujeres. Y no porque piense, como en su momento dijera el condenado boxeador Thyson, que cuando una mujer dice no quiere decir sí, ¡ni mucho menos ! Lo digo porque evidentemente la ausencia de consentimiento ya se encuentra penalizada en nuestro Código Penal, que prevé que la falta del mismo --pese a la ausencia de violencia e intimidación cuando se dan en actos que atentan contra la libertad o indemnidad sexual-- son constitutivos de un delito de abuso sexual. Y ello sin que sea razonable --jurídicamente hablando-- que el consentimiento pase a ser un elemento constitutivo del tipo en lugar de un elemento a valorar en cada caso concreto. Principalmente, porque estamos hablando de situaciones íntimas en las que pretender que exista un “expreso consentimiento” es tanto como condenar por agresión sexual a todo aquel que una noche de “fiesta” olvide pedir el mencionado consentimiento “expreso”. Este lo debería recabar por medio de una grabación, o rubricando la autorización en el primer papel que encuentren para acreditar, llegado el caso, la concurrencia del citado y requerido consentimiento. Eso sí, si en lugar de olvidarse de pedir el consentimiento --lo que podría comportarle una condena como agresor sexual-- hace uso de su “libertad de expresión” e incluso pone de manifiesto su “frustración juvenil” soltando algún improperio subido de tono, no pasaría nada. Porque dicha actuación, en la sociedad actual que impulsa el gobierno de coalición de izquierdas, no constituirá delito alguno, máxime si, ya que está, aprovecha y quema algún contenedor cercano o tira piedras a la policía, y si no que se lo digan a los numerosos agentes y empresarios que están sufriendo estas semanas los estragos de la “libertad de expresión”. Como dijo Cervantes en El Quijote, “La libertad, amigo Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”, pero ¡se nos está yendo por el desagüe! 

Esperemos que la igualdad entre géneros --que es lo que, aunque algunos sigan confundidos, implica la palabra feminismo-- no se nos vaya por el mismo sitio debido a la errónea interpretación que algunos/as hacen de ella y consigamos no distorsionar lo que se pretende con el movimiento feminista. Pues una cosa es corregir el machismo, que aunque hay avances mucho trabajo queda aún al respecto, y otra cosa es pretender hacer lo mismo que tratamos de corregir. Feministas, sí; feminazis, no.