¿Quién era la mítica Lola Montes?
La irlandesa Lola Montes, con una vida excepcional, tuvo muchos romances y llevó a la 'locura' al rey de Baviera Luis I
7 marzo, 2021 00:00No llegó a cumplir los 40 años de edad y de ella dijo el New York Herald que era la mujer más célebre de Europa. ¿Por qué podía serlo? Por el mundo del espectáculo, pero ni cantaba ni bailaba de maravilla. De ella se afirmó en un periódico francés: “Hay algo lascivamente atractivo y voluptuosamente tentador en las poses que adopta, y además es guapa, muy guapa, extremadamente guapa, y lanza besos con tal pasión que uno aplaude al instante, sólo para preguntarse después si había sido correcto o no aplaudir. Vayan a verla: es única, es divertida y entretenida”. Esto es, encantos y arte de seducción. Gestos y voz capaces de trasmitir alegría, coraje y emociones picantes.
Vivió en el siglo XIX y confundió a todo el mundo. Se hizo pasar por española, nacida en Sevilla. Su nombre de pila: María Dolores Porris y Montes. Su nombre artístico: Lola Montes. Sin embargo, en el cementerio de Nueva York donde residen sus restos se puede leer la verdad en una lápida: ‘Mrs. Eliza Gilbert. Fallecida el 17 de enero de 1861’.
Trailer de la película ´Lola Montes´ (1995) / THE CRITERION COLLECTION
Lola Montes era irlandesa, hija única. Queda huérfana de padre con dos años, en la India; era militar. Su madre enviudó con sólo 18 años de edad y se desentendió del cuidado de la niña, que quedó a cargo de una joven aya bengalí. Cuando Lola tenía cinco años la hicieron regresar al Reino Unido, a un internado. Su madre no volvería a verla hasta once años después.
Nervio y sensualidad
De muy pequeña se mostraba fantasiosa, traviesa, llena de afán de notoriedad, terca, rebelde. En aquel tiempo escribió: “Nunca he tenido amigas y lo único que quiero es regresar a la India con mis padres”; su madre se había vuelto a casar enseguida y la niña congeniaba mucho más con su padrastro que con su madre. Esta quiso casarla con 16 años con un buen partido, medio siglo mayor que la chica… Ella se negó pero se precipitó en otro matrimonio que resultó infeliz. Se separó sin divorciarse. Pensó en convertirse en actriz y le encantaba el baile. Una profesora de danza advirtió su parecido andaluz y la animó a aprender la fascinante danza española: “Tienes un físico admirable y unos rasgos muy exóticos”, un cuerpo proporcionado, piernas largas y bien moldeadas. Se esmeró en los boleros y fandangos, en el zapateado y las castañuelas. Se puso moño, traslucía orgullo, nervio, sensualidad.
Al poco de cumplir 22 años debutó como Lola Montes, y ante la flor y nata de la sociedad londinense bailaría entre los dos actos de El Barbero de Sevilla. El público a sus pies y el Morning Post señaló al día siguiente: “Su danza es la historia de una pasión. Lola Montes es una bailarina puramente española”; en datos que transcribo de la biografía Divina Lola, de Cristina Morató.
Títulos nobiliarios y mucho dinero
Llena de dicha y de audacia, Lola se dirigió hacia Alemania. De inmediato dio muestras de su gran habilidad para seducir a hombres poderosos. Su sonrisa, su ingenio, su agudeza, su descaro y su voluptuosidad le abrieron las puertas principales. Supo de príncipes alemanes, del rey de Prusia y de su invitado el zar de Rusia. Provista de cartas de recomendación, y siempre rodeada de constantes admiradores, actuó en Varsovia, de donde el virrey la expulsaría por un incidente personal. Lola era arrogante, sin modales, se permitía cualquier licencia. De allá se dirigió a París donde tuvo un romance con Franz Listz y Alejandro Dumas. Intervino con gran revuelo en el Teatro de la Ópera. George Sand simpatizó con ella y la llamó: La leona de París. Allí conoció al periodista Henri Dujarrier, de quien se enamoró perdidamente y cuya temprana muerte lloró con desconsuelo.
En octubre de 1846 llegó a Múnich, conoció al rey de Baviera Luis I, veinticinco años mayor que ella, casado y con familia numerosa. El monarca quedó asombrosamente hechizado por ella. En su diario, escribiría: “Me siento como un viejo Quijote romántico que ha encontrado en Lola a su Dulcinea”. Aquella relación terminó tras 16 intensísimos meses. En ese período obtuvo la ciudadanía bávara (lo que trajo consigo la dimisión del Gobierno), el título de condesa de Landsfeld y mucho dinero. Con su falta de tacto y sus bruscos cambios de humor (era incapaz de controlar el mal genio y su agresividad) se ganó la antipatía de la nobleza, de los jesuitas y del pueblo en general; la capital bávara era conocida como ‘ciudadela conventual’. En febrero de 1847, el propio papa Pío IX escribió a Luis I expresándole su inquietud por aquella relación.
Tras una revuelta popular y para no empeorar la situación, Lola y Luis I decidieron que ella se fuera y él abdicó a los pocos días en su primogénito, tras 23 años de reinado. El apego del rey hacia ella era tan grande que tenía una reproducción en mármol de un pie de Lola que durante muchos años besaba antes de irse a dormir. Lola, fumadora de puros y amiga de los animales de compañía, le fue infiel con otros jóvenes y le mentía sin rubor.
En el lecho de muerte
Lola Montes triunfó en Estados Unidos, donde logró fama de mujer temeraria y racial belleza, se manifestó a favor del voto de las mujeres, por la abolición de la esclavitud y contra la Ley Seca. Con su danza de la araña, reventó las taquillas de San Francisco, Nueva Orleans o Sacramento. Fue recibida en la Casa Blanca por el presidente Martin van Buren, el primero que no era de origen británico; su lengua materna era el holandés. Viajó a Australia, y en Melbourne llegó a reunir a 3.000 personas, siempre rodeado de escándalos de mujer fatal.
Con múltiples vicisitudes regresó a Estados Unidos, fatigada, enferma, con mareos y migrañas. Las circunstancias de la súbita muerte de su compañero Frank Folland la sumieron en una honda tristeza y la llevaron a la espiritualidad cristiana.
Lola destacó entonces como oradora, hablando de la subjetividad de la belleza, de heroínas de la Historia, de los secretos del tocador de una dama, o de cómo elaborar cremas faciales con productos naturales.
Padeció una embolia y murió a causa de una neumonía. Se cuenta que ya en el lecho de muerte musitó: “Luis, ¿estás ahí? Perdóname, perdóname”.