Daniel Martínez (Soria, 1948) sufre con las imágenes de violencia que ha vivido Barcelona en las últimas semanas. Es el presidente del Grupo Focus, la empresa de producción teatral más importante en Cataluña, con 400 trabajadores. Valora la mayor atención que ha recibido esta vez el mundo de la cultura por parte de las administraciones durante la pandemia. Martínez, en esta entrevista con Crónica Global, reflexiona sobre uno de los grandes problemas que vive Cataluña, la “autocensura”. A su juicio, hay libertad de expresión y de creación, pero los artistas se autocensuran, y no hay una traducción de lo que ha ocurrido en Cataluña en los últimos años en los productos culturales, en obras de teatro que interioricen cómo se ha vivido el procés. “La reflexión pasa por eliminar la autocensura”, señala, para destacar cómo ha vivido todo el sector las restricciones por el Covid, con limitaciones constantes de aforos. Y pide que el Ayuntamiento de Barcelona deje atrás sus “prejuicios ideológicos” y defienda la empresa privada para poder colaborar en grandes proyectos con el sector público.
--Pregunta: ¿Cómo ha aguantado una empresa como Focus toda la crisis provocada por la pandemia del Covid, y cómo se gestionan los cambios en las restricciones que ha ido imponiendo la administración?
--Respuesta: El 12 de marzo de 2020 es una fecha que nunca olvidaremos. Recibimos en ese momento la orden de parar la actividad, respecto a los teatros y al resto de divisiones colaterales de la empresa. Por la tarde nos indicaron que ya no íbamos a poder trabajar y comenzamos a gestionar la no actividad. Tardamos unos días en reaccionar, porque costó entender el alcance de lo que sucedía. Pero se acordó fijar algunas prioridades, sobre la empresa y el personal, con el objeto de garantizar la supervivencia de la empresa y de todos los puestos de trabajo. Se informó de todas las medidas y se utilizaron los ERTE, con el compromiso de compensar los sueldos, que se ha hecho a lo largo de todo 2020. Luego se trataba de compensar a nuestros espectadores y se devolvieron 650.000 euros por las entradas anticipadas. El tercer frente fue el compromiso con las compañías y los artistas, con obras que ya se habían programado, con la idea de reprogramarlas para más adelante. Y se pensó en el horizonte de septiembre, aunque se acabó interiorizando que se necesitaría más tiempo para intentar normalizar la situación. Ahora cumpliremos un año, y lo que hemos logrado es conseguir cierta estabilidad de la empresa, con una menor actividad.
--¿Se vislumbra una salida, con las recientes aperturas de aforo, con la campaña de vacunación?
--La actividad no se ha recuperado, porque las limitaciones para que el público regrese a las salas son muy serias. Pero hemos abierto los teatros, y Madrid y Barcelona son las únicas ciudades europeas, aunque con restricciones, que mantienen la actividad. En Europa se preguntan cómo dos teatros de ópera, como el Teatro Real y el Liceu, siguen con actividad. Y es que, por una vez y que sirva de precedente, el mundo de la cultura, que tiene representantes muy potentes, --Isabel Vidal en Barcelona (Adetca) y Jesús Cimarro (Presidente de la Asociación de Productores y Teatros de Madrid) en Madrid entre ellos—ha logrado que sea escuchado. El sector ha podido rescatar personas de los ERTE y cumplir con los gastos, en el caso de los espectáculos de éxito, pese a que la normalidad queda lejos, al no poder completar los aforos, que en el caso de Madrid está limitado al 75% y en el de Barcelona al 50%, y con serias limitaciones de desplazamiento comarcal y provincial.
--El mundo cultural, durante toda la pandemia, ha recibido un gran apoyo de la ciudadanía, que valora el papel importante que ha tenido y que sigue jugando. ¿La administración también lo ha hecho?
--La cultura ha dado una muestra de solidaridad con los ciudadanos, en tiempos de gran incertidumbre, con una enorme agitación y manipulación. Esa agitación en las calles y en las instituciones ha provocado que la cultura se haya convertido en una de las pocas válvulas de escape que ofrecen serenidad y raciocinio. Eso nos dice que la cultura ofrece un grano de paz entre las turbulencias del momento. Las administraciones ya habían sido cicateras desde antes del inicio de la pandemia. En la crisis de 2008 la reducción de los presupuestos públicos perjudico mucho al sector. Tengamos presente que se trató de recortes de entre el 30% y el 50%, de golpe. Y sin recursos públicos es imposible ofrecer una cultura de calidad. Lo que ha ocurrido ahora es que durante la pandemia la cultura ha sido gratificada por los medios de comunicación y personas individuales y el mundo político no ha querido quedarse al margen en la defensa de la cultura. También, hay que decirlo, gracias a la combatividad de nuestros representantes en el sector. El Ministerio de cultura nos ha ofrecido ayudas importantes, la Generalitat lo ha hecho al no cerrar la actividad, aunque haya decretado restricciones, y el Ayuntamiento de Barcelona ha sido menos generoso en las ayudas, pero ha impulsado el apoyo a la demanda con los bonos culturales. Todo eso no ha sido suficiente, porque hay empresas con importantes pérdidas. El problema será, cuando podamos abrir con normalidad, cómo se aborda todo el sector, porque estaremos en una situación de minusvalía. Hay empresas de todo tipo, desde unipersonales hasta la nuestra, la más grande, con 400 personas. Habrá que ver cómo queda todo, con qué recursos públicos se cuenta y qué previsiones se establecen.
--¿Está hablando de un plan especial para el sector?
--Sí, exacto, eso se deberá abordar.
--Usted, a principios de los 2000 señalaba que Barcelona estaba al nivel de Viena y que superaba a Madrid en la asistencia teatral. Luego se ha lamentado un cierto retroceso. ¿Dónde estamos, al margen ya de los efectos de la pandemia del Covid?
--Entonces estábamos en un tiempo de euforia. En 2001 se disparó la presencia en los teatros y eso nos llevó a comparar con otras realidades. En 1993 elaboramos la primera estadística, que, pese a todas sus posibles deficiencias, nos ofreció una cifra: la de un público asistente de 700.000 personas. En 2001 decíamos que esa cifra se había triplicado. Lo cierto es que se había duplicado con creces, hasta llegar a los dos millones de espectadores. La euforia era absoluta y Madrid, entonces, no disponía de su gran elemento diferenciador, que ha sido el musical. Ahora es una capital europea de musicales, pero en aquel momento no lo era. Barcelona estaba por delante, una situación que se vuelve a dar ahora, porque Madrid no puede programar musicales con las restricciones de público que se ha impuesto. Y es que no es rentable un musical si no se dispone del 100% del aforo. La cuestión es que Madrid consideró que podía ser un elemento motivador de visitas a la ciudad.
--Entonces, ¿esa es la diferencia, los musicales, a partir del consumo propio de espectadores nacionales?
--Es una cuestión de capitalidad. Los primeros musicales se realizaron aquí, en Barcelona, con espectáculos como Mar i Cel, de Dagoll Dagom, que fue un musical modélico. En Madrid ha primado más un musical de importación, y que bebe del turismo nacional, del resto de España. Muchos catalanes viajan a Madrid para ver musicales. Pero llegan a la capital muchos espectadores, que acuden por diversos motivos, y que aprovechan para ver esos montajes, a partir de un paradigma que se ha impuesto y es que si vas a Madrid debes ver un musical. Con la pandemia eso se ha parado, temporalmente. En Barcelona hay un público más fiel, más integrado en el devenir del teatro. García Maldonado ha señalado en Letra Global que las sociedades han abandonado la comunidad, y es cierto. Pero en Cataluña el teatro, precisamente, ha procurado mantener la comunidad, con seguidores fieles, con un club TRESC, que es una comunidad de usuarios. El público de Madrid es más amplio, pero es de aluvión. En Focus hemos llegado a conocer muy bien a los espectadores, con nuestros estudios pormenorizados, y ello nos permite mejorar de forma constante.
--Si pensamos en las limitaciones a corto y medio plazo, porque será difícil normalizar rápidamente la situación, ¿Barcelona debería, precisamente, apostar más por ese turismo nacional, como hace Madrid para potenciar la marca cultural?
--En Barcelona la situación es distinta. Hay diversas razones que lo explican. Una es clara. Nos preciamos de cuidar el idioma de Cataluña, que es el catalán, y también el castellano. El teatro permite que se trate de algo natural. Para nosotros el catalán, desde hace 35 años que funcionamos, era un idioma exactamente igual que el castellano, que era necesario cuidar. El teatro era un vehículo para la recuperación natural del catalán. En 1998 se decía que no sería un vehículo normal hasta que no hubiera vodeviles en catalán. Y eso ya sucede. Hay todo tipo de espectáculos. Se ha producido una naturalización sin necesidad de presión o de fiscalización, métodos, hay que decirlo, con los cuales se consigue poco. Las traducciones se hacen todas en catalán, y cuando llegan espectáculos de Madrid que son originales en castellano se exhiben, claro, en castellano.
--Pero, ¿se considera que debe haber más oferta para, repito, atraer a ese turismo nacional?
--En nuestro caso eso se hace más de cara al verano. En Madrid ese turismo nacional es diario. Son autocares llenos que llegan del resto de comunidades autónomas, las que rodean Madrid, pero también desde Andalucía o Extremadura, que nutren ese teatro, con los musicales como grandes atractivos. Nuestro público es más local, es catalán, y acude a otro tipo de espectáculos.
--Pese a esa idea, el caso es que en Barcelona existe la percepción de que la oferta cultural flaquea, de que no llegan, por ejemplo, grandes exposiciones pictóricas internacionales o de otro tipo. ¿Qué le falta?
--La ciudad ya estaba inmersa en una zona gris, antes de la pandemia. Ojalá esta pandemia sea una pausa, pero cuando pase, continuaremos en una zona gris. Y no se podrá superar si no hay recursos públicos. No se superará si el Ayuntamiento de Barcelona no cambia de actitud. Si no deja de dudar de las empresas. En el sector cultural hay empresas modernas, que ya saben qué valores no se pueden perder nunca. Lo sabemos y ejercemos con responsabilidad. El Ayuntamiento, repito, no puede dudar de las empresas y debe comprometerse en proyectos público-privados. No dispone de todos los recursos, eso lo sabemos, pero debe apostar por esos proyectos conjuntos si se quiere volver a ser una verdadera capital cultural. Ya lo era, como capital del libro y del patrimonio arquitectónico. Después se añadieron otras propuestas como el Sónar o el Primavera Sound. Y hay mucho talento teatral. El Ayuntamiento habla de talento, pero el talento es de los artistas, de los creadores y de sus empresas, que son el medio necesario para que los artistas puedan trasladar su creación al resto de la comunidad. El Grec, por ejemplo, es imposible sin la colaboración privada. En cuanto a las exposiciones pictóricas internacionales no puedo hablar, pero si considero que con los recortes los equipamientos públicos se vieron muy afectados. Y lo que se decidió es recortar la actividad, porque sus estructuras son muy rígidas. Un euro menos, para entendernos, supone un euro menos de exposición. Esa es mi deducción. En nuestro caso, si la pandemia se alargara mucho, sería un suicidio mantener la estructura. Un equipamiento público, en cambio, la mantiene.
Daniel Martínez,
--¿Hay tanta resistencia, entonces, a esa colaboración público-privada? ¿A qué se debe?
--Cuando hablas con el Ayuntamiento sobre ello, te dicen que es una visión sesgada. Lo cierto es que la sala Barts vuelve a la gestión pública. Y te preguntas por qué, si ya funcionaba bien con la colaboración privada. Se tienen reticencias por un prejuicio ideológico. Es una afirmación que no viene sólo del mundo del teatro. Considero que no será posible volver a ser una potencia cultural si un municipio potente, como Barcelona, no cree que deba primar el diálogo, que se colabore para desarrollar proyectos conjuntos, con visos internacionales, como se ha hecho en el ámbito de la música. La colaboración es posible, como hemos visto con Temporada Alta, en Girona. ¿Alguien se imagina que costaría si estuviera sólo en manos públicas? ¿Qué nos costará el Barts?
--¿Qué se espera y que se le pide al próximo Govern de la Generalitat?
--Es una petición como ciudadano y es la de salir del desasosiego. Tras el devenir de los últimos tiempos, bastante tenemos con las incertidumbres de todo tipo. Y no sé si estallaremos mentalmente o nos quedará una herida no solucionable en el tiempo. Hemos votado y se ha marcado un mapa. Y considero que no hemos votado encastillamientos, ni la opción de ningunear al contrario. Pienso en el mundo teatral, que no está fraccionado y que trabaja al unísono y donde no se pregunta a nadie por su pertenencia. El diálogo y el consenso es permanente entre actores, entre el público y el mundo del teatro. Y creo que quien tenga que gobernar debe hacer eso: gobernar. Es el poder de la democracia. Debemos quitarnos la intranquilidad, que es más creciente tras los acontecimientos de los últimos días y semanas. Con respecto a la cultura, puedo hablar con mayor capacidad. Tenemos de gira, precisamente, Viejo amigo Cicerón, que se pronuncia en boca de Josep Maria Pou, que nos deja una gran lección sobre esa necesidad de diálogo. En todo caso, todos los partidos y quien gobierne mucho más, están obligados a la reflexión. Y los que piensan en nuevos países, en nuevas fronteras, no pueden dejar la cultura al margen. Es la que une transversalmente. El sector cultural tiene algunas esperanzas. Lo primero que se debe decir es que se brinda a la colaboración. Y también debemos decir que los políticos nos han conocido mejor durante la pandemia, se han preocupado por nuestros proyectos y han podido profundizar en ellos. Eso se reflejó en algunos debates electorales, en los que se habló, por primera vez en mucho tiempo, de cultura. Fue un síntoma de cambio, muy positivo, el que se declarara la cultura como bien esencial, desde el Parlamento.
--¿Lo que ha pasado en Barcelona, con esas manifestaciones violentas, nos debe alarmar? ¿Hace daño para la imagen de la ciudad y más para el mundo de la cultura?
--La violencia es siempre reprochable. Y creo que ha habido, por parte de la ciudadanía, una importante reclamación de que eso no puede continuar. Son imágenes que dañan de cara al futuro. Hay costes importantes, materiales, pero los daños más profundos son de futuro. Desde el ámbito teatral ya hemos notado una bajada en la asistencia, porque se teme más salir a la calle. El repudio es absoluto, total. Y, por favor, pedimos que nos eviten llorar, porque estamos a punto de llorar tras ver cómo ha quedado la ciudad.
--¿El teatro ha reflexionado suficiente sobre todo lo que ha pasado en Cataluña, cuando tiene un enorme potencial para ello?
--En el teatro la reflexión viene implícita, porque no solo es entretenimiento. Pero sobre la actualidad es cierto que los creadores y artistas son cicateros. Sobre el terrorismo de ETA, yo hablaba con los actores sobre por qué no se abordaba esa cuestión. Se hicieron algunas cosas como Burundanga, el final de una banda, de Jordi Galcerán, que se representó en un teatro de Focus. Pero, a diferencia de la literatura, o de ensayos que han proliferado sobre el procés en Cataluña, el teatro ha sido muy tímido. Ahora he encargado un trabajo sobre la pandemia, pero desde el punto de vista política, y espero que se pueda crear algo interesante. En todo caso, hay reticencias. En Madrid hay monologuistas, pero no es lo mismo. Cuando se critica al poder, que es lo que se debe hacer, se suele recurrir a los clásicos. Y, de hecho, la obra Viejo amigo Cicerón viene ahora al caso. Pero los autores, repito, suelen ser tímidos.
--¿Por qué?
--Los artistas, los creadores, las empresas, todos tenemos cierta dependencia para no ser mal vistos, pensando que eso pudiera afectar para trabajar en determinado teatro. Todas tienen alguna pequeña subvención. Y todos salen al escenario con nombre y dos apellidos.
--¿Hay una falta de libertad?
--No, es peor que eso. La peor censura que existe es la autocensura. La reflexión pasa por la eliminación de la autocensura. No conozco en Cataluña presiones sobre la creación o sobre los artistas. La última ocurrió en 1995. Lo que puede haber son tonterías individuales, sobre por qué participa tal actor en tal obra. En Cataluña la libertad de expresión y de creación son ciertas. Otra cosa es la autocensura, que hace más daño que la censura. Con la autocensura se sufre.
--¿Cómo superarlo?
--Debe superarse a nivel individual. Pero existe en muchos ámbitos. Leo mucha prensa, desde muy joven, y sé lo que debería decir un determinado medio sobre un suceso, pero no lo dice. Y aparece, de nuevo, la autocensura.
--¿Se debería montar obras como 'Ubú president', que actuaran como catarsis?
--Esa es una individualidad que no ha marcado tendencia. Pero entiendo que a nadie le debería sentar mal una crítica si se hace desde el mundo de la reflexión. Si fuera algo normal, habría costumbre y esa costumbre limaría aristas. Nadie se extraña de que esas críticas se realicen en libros. Nadie se escandaliza. Estamos acostumbrados. Pero en otros ámbitos no lo estamos. Y la culpa es de la autocensura que se practica.
--¿Existe un clientelismo entre determinados equipamientos públicos y determinados artistas o creadores?
--Yo creo que no. El clientelismo es el que crean los artistas, que conocen a directores y crean ciertos círculos que se repiten. Son comunidades que se establecen, que se trasladan en la creación de espectáculos. Pero no conozco direcciones políticas en los teatros públicos. Y los concursos en los teatros públicos sorprenden, en todos los casos. Y entiendo que se atiende a los méritos de cada uno. En eso estoy satisfecho.
--¿Qué ha ocurrido en el Institut del Teatre?
--Lo que quiero señalar es mi máxima solidaridad con las víctimas. Han pasado por un gran sufrimiento. Las personas pueden fallar, y fallan, y ya se verá, en todo caso, el desenlace del caso. Pero lo que no pueden fallar son los protocolos ni las instituciones. Y una vez se tienen, se deben aplicar hasta las últimas consecuencias. Que se asuman las responsabilidades, las de alguien, quien sea, que se aprovecha de su posición de poder para humillar al que no la tiene.