Cuanto más cutre y venal es un político, más se empecina en promover una política de gestos. A nivel internacional, recordemos el ridículo que hizo Sadam Hussein cuando bautizó como “la madre de todas las batallas” una escaramuza en la que acabó recibiendo más palos que una estera. O la que lía Kim Jong Un, el Paquirrín de Pyongyang, cada vez que lanza un cohete de esos que, según él, pueden destruir Washington. A nivel nacional --que es más modesto, aunque también permite hacer el ridículo--, el PSOE de Pedro Sánchez disfruta mucho con esos gestos inútiles que, en teoría, están encaminados a dar una imagen progresista y cabal del gobierno.
La declaración de igualdad entre hombres y mujeres de hace unos días iba en esa línea, aunque solo consistiera en recalcar una obviedad (estoy esperando con ansia que los socialistas convoquen un pleno del parlamento para proponer la abolición de la esclavitud o el fin del trabajo infantil). Casi a continuación, Sánchez se superó a sí mismo con una performance tan cutre que podría llevar la firma de Santiago Sierra o cualquier otro artista conceptual de tercera regional: va el hombre y, con la ayuda de una especie de apisonadora, aplasta y machaca 1.400 armas pertenecientes a ETA y al GRAPO que podrían haber sido destruidas en privado y de manera discreta, sin necesidad de convocar a la prensa y montar un espectáculo.
Se supone que el mensaje que nos quiere trasladar el presidente del gobierno es el de que la sociedad española, en general, y él, en particular, han vencido al terrorismo, aunque ese mensaje chirríe un poco cuando todos estamos al corriente de los tejemanejes de Sánchez con Bildu, los amigos y herederos ideológicos de los alegres muchachos de la capucha, en vistas a la conservación de su silla. La performance resulta, además de ridícula, innecesaria y de un exhibicionismo contraproducente. Es pura propaganda, y así lo entendió Pablo Casado, aunque tampoco esté a salvo de operaciones de imagen y políticas de gestos: véase la penosa iniciativa de cambiar de sitio la sede del PP, como si no fuese consciente de que en un nuevo edificio puede sobrevivir la vieja roña que tanto daño ha hecho a su partido.
Tampoco acudió Rajoy a la invitación, pero lo significativo es que no se presentaron compañeros de partido como Felipe González --que no lo puede ni ver-- o José Luís Rodríguez Zapatero, aunque puede que éste estuviera ocupado con sus planes para la democratización de Venezuela, que, como todo el mundo sabe, van viento en popa y son un ejemplo mundial de diplomacia constructiva. Aznar tampoco se presentó, pero eso no es noticia: sabemos que va por la vida de sobrado y que, en este caso, si no estaba él a los mandos de la apisonadora, se la soplaba el evento. Con tanta ausencia --más la insistencia de cualquiera con dos dedos de frente en recordarle a Sánchez sus chanchullos con Bildu y ERC--, ese acto a mayor gloria del presidente del gobierno acabó convertido en una gansada conceptual que nadie ha podido tomarse en serio (más allá de los fieles Ábalos y Lastra, que cobran por encontrar genial cualquier idea del jefe o de su súper asesor, Iván Redondo, de cuyo privilegiado caletre procede probablemente esta última charlotada).
La destrucción de armas incautadas a los terroristas daba para un breve sin foto en la esquina inferior de una página de un diario, pero Sánchez ha preferido que el asunto dé para portadas en la prensa e imágenes en los telediarios. Supongo que ha pretendido demostrar su firmeza implacable ante el terrorismo, pero todos nos conocemos su reciente carrera al dedillo y sabemos que lo de la apisonadora es tan solo un gesto más, un numerito más, una puesta en escena que no significa nada. También ha dicho que quedan crímenes de ETA por esclarecer, pero para eso le bastaría con una conversación mano a mano con Arnaldo Otegi que, de momento, no se atisba por ningún sitio, aunque el Gandhi vasco podría ilustrarle al respecto. Por el reparto de los monises europeos contra la pandemia, no merece la pena ni preguntar, so pena de escuchar una ristra de vaguedades que no arrojan ninguna luz sobre el tema.
Quizás es que somos todos demasiado prosaicos y no entendemos la política poética del actual líder del PSOE. Y unos desagradecidos, pues nos negamos a reconocerle el mérito de haber decretado la igualdad entre hombres y mujeres. A ver si nos portamos mejor cuando llegue la abolición de la esclavitud y el fin de la explotación infantil, demonios, que el hombre se desvive por alegrarnos la vida y nosotros solo vemos en todo lo que hace unas elevadísimas cotas de cinismo y autobombo.