Maniobras, globos sonda, tanteos a múltiples bandas... Tras las elecciones del 14F, Cataluña asiste a la gestación del nuevo gobierno de la Generalitat. Y, en medio de todo ello, a algún que otro espectáculo de fuegos artificiales. (Algo que no debería tenerse por inocuo, dado el riesgo que conllevan los accidentes pirotécnicos). Es el caso de la propuesta, adoptada formalmente este sábado por la dirección de En Comú Podem de constituir un ejecutivo de ERC y comuns, con un apoyo externo del PSC. Es muy probable que, más allá de los titulares de prensa del día, la idea no tenga demasiado recorrido. Sin embargo, no carece de cierta enjundia.
Esta fase de negociaciones es propicia a muchas cábalas. Pero la formación del nuevo Govern no depende de la aritmética, sino de la política. Es esta quien permite --o no-- que puedan hacerse determinadas sumas. Calculadora en mano, demasiadas veces se pasa de puntillas sobre la cuestión crucial: el rumbo a seguir, el programa y los objetivos de ese gobierno. No se discute con claridad la disyuntiva que tiene ante sí Cataluña: dejar atrás el período estéril de ensimismamiento y división que ha supuesto el procés, encarando las urgencias socioeconómicas del país y reconduciendo el conflicto territorial mediante el diálogo... o bien mantener latente la confrontación con España.
Por supuesto, lejos de ser un objetivo que alguien crea alcanzable, tras el fracaso de 2017, la independencia se ha convertido en mera retórica para delimitar la influencia de los partidos nacionalistas sobre una parte de la ciudadanía. Por el camino se han dejado 700.000 votos. Pero, a pesar del desencanto, una estrategia de tensión más o menos intermitente podría mantener a esos partidos al frente del poder autonómico, conservando amplias redes clientelares, así como los resortes mediáticos que han permitido al independentismo formatear la opinión de las clases medias, sobre las que se apoya. Pero, ante la situación que nos deja la pandemia, la reedición de un gobierno independentista difícilmente sería una simple prolongación de la ineptitud y la parálisis de estos años. La frustración, la ira social y la conflictividad acumuladas no dejarán de manifestarse con fuerza. La irrupción de Vox en el panorama político catalán constituye una seria advertencia. Imprimir a esas previsibles convulsiones el sesgo de un choque entre identidades nacionales sería catastrófico para la convivencia.
Todo el mundo insiste en que la llave de la situación está en manos de ERC. Pero, ¿qué camino querrá escoger ese partido? Muchos hemos señalado que sus resultados podían leerse como el refrendo de una actitud pragmática de los republicanos. Una actitud que, aún sin suponer un balance del curso anterior, les ha llevado a facilitar la investidura de Pedro Sánchez y a aprobar los PGE.
Pero no está nada claro que ERC se atreva ahora a buscar un entendimiento con las izquierdas para configurar una nueva mayoría en el Parlament. Antes al contrario. El sorpasso ha sido muy ajustado. JxCat y la CUP atenazan a ERC. Y a esta, como de costumbre, le tiemblan las piernas. A lo largo de una semana de disturbios, Pere Aragonès ha sido incapaz siquiera de comparecer para posicionarse ante los desórdenes callejeros, asumiendo la responsabilidad que ostenta la Generalitat sobre la policía de Cataluña. Todo un presagio de lo que puede llegar.
En tales condiciones, la propuesta de los comuns tiene mucho de ilusión. Pero no deja de sembrar cierta confusión al situar a ERC en una posición en que ella misma no se ha ubicado. La consigna con la que los comuns acudieron a las urnas --un tripartito PSC, ERC, ECP-- no es que sea irrealizable a causa de vetos cruzados inamovibles entre partidos. Lo es porque ERC sigue sin emanciparse de la tutela de las otras fuerzas independentistas, incapaz de dar un giro decidido hacia el entendimiento con la izquierda social y federalista. Si hubiese por su parte voluntad explícita de emprender una legislatura de cambio, centrada en las cosas, la mejora del autogobierno y la distensión del conflicto; si hubiese un compromiso con la estabilidad del ejecutivo progresista en el Congreso de los Diputados... sin duda sería factible encontrar fórmulas de cooperación, ya sea la de un gobierno tripartito u otra. Pero el hecho de que ERC ande aún deshojando la margarita --¡nada menos que ante una disyuntiva de país!-- indica cuán irresponsable sería dar al vaticanista Junqueras la eucaristía sin confesión. Pues bien, eso es lo que hace la nueva propuesta de En Comú Podem.
Como hay vetos, que gobierne ERC y el PSC le apoye. Así de fácil. ¿Y cuál sería el programa de ese gobierno? Después de lo vivido a lo largo de la última década, sería lo primero a poner sobre la mesa. Pero, tal como antes se suponía el valor de los reclutas en la mili, los comuns parecen suponer a ERC una innata e inequívoca predisposición de izquierdas, un rasgo que esta formación lleva muchos años desmintiendo desde los gobiernos compartidos con la derecha nacionalista.
A pesar de ello, el PSC, que ha ganado las elecciones sobre la base de un discurso centrado en la necesidad de superar el procés, debería sacrificarse y brindar su apoyo al gobierno de un partido con credenciales tan poco tranquilizadoras. Si no hay condiciones para un tripartito, aún menos para semejante ocurrencia. Siempre es aventurado hablar por los demás, pero se hace difícil imaginar a los socialistas, después de haber pasado de 16 diputados en 2015 a los 33 actuales, tras haber recuperado parte del voto popular que Ciudadanos les arrebató, avalar ahora a un partido independentista que aún está sobrevolando la pista de aterrizaje del realismo... sin una clara disposición a tomar tierra. Más que a una apelación a la “generosidad” del PSC, esto es como pedir a sus representantes que, cual un grupo de ronin, aquellos legendarios samuráis sin señor, se hagan un harakiri colectivo en el Parque de la Ciudadela.
Es muy posible que la propuesta no persiga otro objetivo que el de ocupar un efímero espacio mediático. Pero la política espectáculo no acostumbra a dar buenos réditos a las izquierdas, que necesitan organizar y movilizar a la gente trabajadora, y no distraerla. En este caso, la propuesta envía a la sociedad un mensaje que zapa la propia autoridad de sus valedores: reconoce al dubitativo partido de los menestrales el liderazgo natural sobre el país, al tiempo que hace de la izquierda alternativa una fuerza subalterna. A pesar de haber mantenido sus 8 diputados, ECP perdió 130.000 votos en estas últimas elecciones. El debilitamiento de este espacio es una mala noticia para el conjunto de la izquierda, cuyo avance requiere el concurso de todas sus tendencias. El problema no se resolverá jugando con petardos.