La semana pasada el presidente del Parlamento de Nueva Zelanda dictaminó que la corbata ya no sería obligatoria en la cámara tras la polémica levantada unos días antes por el diputado maorí Rawiri Waititi, que se presentó en su puesto vestido con el atuendo indígena con el fin de denunciar que la corbata era un símbolo de opresión cultural de Occidente. La medida fue aplaudida por los defensores de los derechos de los indígenas, pero la cuestión permanece abierta: en un mundo cada vez más globalizado y culturalmente interconectado, ¿tiene sentido seguir atribuyendo una connotación simbólica determinada a una prenda de vestir por el legado histórico y cultural que arrastra detrás?
“La corbata forma parte de un atuendo de negocios estándar que representa poder, diligencia y responsabilidad en todo el mundo moderno. Es un símbolo de autoridad masculina y de respeto por un determinado tipo de burguesía con mentalidad civilizada”, explica por email Richard Thompson Ford, autor de Dress Codes: How The Laws of Fashion Made History (Normas de etiqueta: cómo las leyes de la moda han hecho historia), un libro que repasa los cambios sociales que han provocado cambios de vestimenta a lo largo de los últimos 600 años.
Ford, profesor de Derecho civil en la universidad de Stanford, explica que el traje-corbata empezó en Europa como una reacción a la emperifollada vestimenta aristocrática, así que conllevaba cierto igualitarismo: “Con el traje, por primera vez, un jefe de Estado iba vestido básicamente igual que el encargado de los archivos”, comenta.
Extravagante y sensual
Sin embargo, el traje no deja de ser una vestimenta occidental, “así que también se convirtió en un símbolo del colonialismo y la dominación de Occidente”, añade Ford, recordando que en muchos países del tercer mundo se intentó extender el uso de la vestimenta occidental con el fin de “modernizar” y “civilizar” a la población autóctona, lo que implicaba abandonar los atuendos tradicionales. Por lo tanto --concluye Ford-- “es cierto que el traje corbata desprende cierto tufillo a imperialismo cultural y lleva el mensaje implícito de que los atuendos tradicionales indígenas son retrógrados”.
Una de las conclusiones a las que llega Ford en su libro es que el significado de un atuendo no es fijo, sino que evoluciona cada vez que un grupo de gente lo usa para sus propios fines. Por ejemplo, cuando los afroamericanos de las ciudades del interior de EEUU adoptaron el estilo “preppy” (el estilo casual-deportivo popular entre la clase alta blanca estadounidense) y lo transformaron en una tendencia hip hop. “De pronto, Polo Ralph Lauren se convirtió en la marca favorita de artistas hip hop como Kanye West”, recuerda Ford. Otro ejemplo: cuando en los años 40, la comunidad negra y latina recicló el sobrio traje de negocios en el llamado “zoot suit” (pantalón ancho de tiro alto y ajustado en los tobillos, con tirantes y acompañado de un abrigo largo con solapas anchas y hombros acolchados), en un claro intento de ser extravagante y sensual.
Las exigencias a las mujeres
“Lo mismo sucede cada vez que las mujeres han adoptado prendas masculinas”, detalla Ford. Los zapatos de tacón alto, sin ir más lejos, empezaron como calzado sexy para hombres de alto estatus --Luis XIV llevaba zapatos de tacón alto con el tacón rojo-- y lentamente fueron evolucionando a zapato sexy para mujer, explica el profesor de Stanford, que se declara un amante del bien vestir.
“El gusto por la moda lo heredé de mi padre, un hombre que daba mucha importancia a su imagen personal. Creía que vestir bien le daba más dignidad, sobretodo en el ámbito laboral, donde él solía ser el único afroamericano”, detalla Ford.
Tras repasar los códigos de vestimenta de los últimos seis siglos, Ford llega también a la conclusión de que las mujeres son sin duda las que más presión han recibido a la hora de vestir. “Incluso hoy, las mujeres siguen enfrentándose a exigencias contradictorias”, explica. “Por un lado, se les pide que sean “decorativas” y vayan suntuosamente ornamentadas y, por el otro, que sean modestas. Así que las mujeres siempre tienen que hacer frente al escrutinio y a ser juzgadas, bien por ser demasiado sexys y, por lo tanto, “pecadoras”, o por demasiado desaliñadas o masculinas y, por lo tanto, hostiles o antagónicas a los hombres”, comenta.
Por último, Ford resalta que los cambios en los códigos de vestimenta muchas veces emergen en periodos de cambio social intenso: “Cuando los regímenes aristocráticos empezaron a decaer, la moda cambió. Si la moda de alto estatus había sido suntuosa y extravagante, a finales del siglo XVIII pasó a ser sobria y simplificada, más masculina”, explica.
Todo está en cuestión
También hubieron cambios cuando la mujer adquirió nuevos derechos, al terminar la Primera Guerra Mundial: “La moda femenina empezó a ser mucho más pulcra: faldas rectas, melenas cortas e incluso pantalones, algo impensable en una mujer respetable hasta el momento”, detalla Ford, convencido de que hoy en día también estamos asistiendo a un profundo cambio social, que afecta principalmente a los códigos de vestimenta de género: “No solo hay una tendencia a la alza hacia la ropa unisex, como tejanos, sudaderas y ropa atlética a cualquier hora, sino hacia una recombinación total de los atuendos convencionales de género: hombres maquillados y con faldas, mujeres con ropa tradicional masculina. ¿Por qué no?”, se cuestiona el profesor de Stanford, en cuyas clases de Derecho civil nunca faltan los debates sobre vestimenta, sobre todo en el ámbito laboral:
“Mujeres que se revelan en contra de ir maquilladas o con tacones altos en determinados puestos de trabajo, afroamericanos que tienen prohibido llevar según qué peinado.... incluso hay niños luchando contra normas que les impiden llevar piercings, mallas de yoga o ir en chándal”, concluye.