El pasado domingo, ya fuera mediante sus votos o a través de la abstención, los catalanes optaron por el independentismo y la izquierda no radical. Una y otra constituyen dos combinaciones que suman 74 escaños y permiten la consecución de una amplia mayoría parlamentaria. En ambas solo coincide un partido: Esquerra Republicana.
De las anteriores opciones, ERC se decantará por la primera y el ejecutivo lo integrarán las dos formaciones que hasta ahora lo compartían. El principal cambio será el del presidente, pues previsiblemente Pere Aragonès sustituirá a Quim Torra, un mandatario cuya principal dedicación consistía en poner y quitar banderas, lazos y pancartas.
Indudablemente, sin ningún esfuerzo, el primero puede hacerlo menos mal que el segundo. No obstante, si quiere efectuar una buena gestión económica, es imprescindible que realice un adecuado diagnóstico de la situación y establezca un nuevo modelo de crecimiento. Las siguientes líneas pretenden ayudarle a realizar ambas tareas.
En la actualidad, Cataluña está en declive. No empieza con la declaración unilateral de independencia, sino mucho antes. No obstante, aquella declaración agudizó el proceso de declive y lo hizo más visible. Una situación derivada del escaso interés por la economía de casi todos los gobiernos de los últimos 40 años. En dicho período, la construcción de una identidad nacional ha sido lo realmente importante y el resto, si no contribuía a ella, completamente secundario.
La desidia, la escasa capacidad de gestión y la sobredosis de ideología de nuestros gobernantes los ha llevado a menospreciar o ignorar el ocaso del modelo industrial, la decadencia de la burguesía y el menor interés de las empresas extranjeras por instalarse en el territorio. Incluso, algunos se alegran de que la Comunidad apenas sea capaz de captar talento del resto del país, una ventaja de la que disfruta la capital de España.
Entre 2000 y 2019, los anteriores problemas provocaron que Madrid sustituyera a Cataluña como la comunidad con mayor aportación al PIB español. En dicho período, la primera pasó del 17,7% al 19,3%, mientras la segunda solo lo hizo del 18,9% al 19%. Una etapa donde la actividad económica y la riqueza se concentró en mayor medida en las grandes áreas metropolitanas europeas. Sin duda, la de Barcelona constituyó una excepción a la regla.
En la presente década, como mínimo hay cuatro actividades económicas con un gran potencial de crecimiento: la gestión de los datos (el petróleo del siglo XXI), la transformación de la industria automovilística, la generación de energías renovables y la conservación del medio ambiente. En ninguna de ellas, Cataluña posee una posición privilegiada y una buena gestión de los fondos europeos le puede proporcionar la oportunidad de rectificar para conseguirla.
En la actualidad, Barcelona es la ciudad de referencia en el sur de Europa de las startup tecnológicas, más por el atractivo que vivir en ella tiene para numerosos emprendedores extranjeros que por la realización de una política activa de atracción.
El objetivo debería ser mejorar su posición en el continente, crear una marca de relevancia mundial y convertirse en un laboratorio gigante. Para ello, es imprescindible facilitar la obtención de financiación privada o pública a los proyectos generados, un lugar privilegiado y barato donde trabajar para las nuevas empresas y un marco tributario competitivo.
La transformación de la industria del automóvil, al sustituir progresivamente los vehículos con motor de combustión por eléctricos, puede constituir una ventaja o un problema. El primer caso sucedería si la Administración catalana tuviera éxito y consiguiera que una de las empresas españolas productoras de componentes se convirtiera en un fabricante de modelos que utilizan las nuevas tecnologías de propulsión.
El segundo ocurriría si el exceso de capacidad de producción mundial o la pérdida de competitividad de algunas plantas catalanas, provocara el cierre de algunas compañías productoras de piezas y la reducción del número de líneas de ensamblaje en otras. La pasividad de la Generalitat ante el profusamente advertido cierre de Nissan no puede volver a suceder.
Actualmente, la producción de electricidad mediante energía eólica y solar es más barata que la obtenida en una central de ciclo combinado. Debido al anterior motivo, y a la mejora de la tecnología que abaratará aún más las primeras, dichas energías sustituirán en pocos años a la generada por la quema de combustibles fósiles y a la nuclear. La sustitución de la última no será por su excesivo coste, sino por llegar al final de su vida útil o por seguridad.
El cierre de las centrales nucleares significará un duro golpe para la economía del sur de Tarragona, pues constituye una gran fuente de generación de renta y empleo en diversos municipios. Para evitar dicho impacto, la Generalitat debería facilitar la instalación en la zona de empresas fabricantes de aerogeneradores y placas solares, así como estimular la construcción de plantas productoras de hidrógeno verde.
En los próximos años, la conservación del medio ambiente constituirá un gran prioridad en la Unión Europea. Cambiará la manera de fabricar, construir, mantener las instalaciones y también numerosos materiales que utilizamos en nuestro trabajo y vida familiar. Por tanto, la anterior actividad incentivará la creación de nuevos productos, aumentará el consumo de otros (por ejemplo, plásticos biodegradables) e incrementará los servicios destinados a ella (saneamiento de terrenos contaminados, reutilización y reciclado de residuos, etc.)
En definitiva, los fondos europeos pueden ayudar a la Generalitat a establecer un nuevo modelo de crecimiento y adecuar la economía catalana a las actividades de más éxito de la actual década. No obstante, para lograrlo, la institución autonómica debe elaborar un detallado plan, considerar una prioridad absoluta la atracción de inversiones y la generación de empresas punteras, así como relegar a un segundo plano los temas identitarios.
A pesar de las grandes oportunidades existentes, soy pesimista. Tengo la impresión de que el próximo ejecutivo independentista no será capaz de establecer ninguna estrategia económica que frene el declive de Cataluña, ni variará sus actuales prioridades. Si no haciendo nada útil siguen ganando elecciones, ¿por qué deben cambiar y hacer algo? Ante tal pregunta, solo se me ocurre una respuesta: por el bien del país.