La historia de Ficosa empieza en 1949, cuando Josep Maria Pujol Artigas y su socio Josep Maria Tarragó pusieron en marcha, en la calle de las Navas de Tolosa en el barrio del Clot de Barcelona, una empresa dedicada a la fabricación de cables mecánicos destinados a los recambios. Sus competidores saben que el patrón de Ficosa empezó hace 70 años, como empleado en la Mercedes, donde duró menos que en su colegio, La Salle, dejando una estela de listo y mal estudiante, pero dotado de una gran iniciativa. Ha llovido bastante y a algunos todavía les cuesta aceptar que aquel estudiante díscolo es el veterano patrón de una multinacional, producto de la alianza Ficosa-Panasonic, con fábricas y centros de ingeniería en 16 países de todo el mundo y que cuenta con una plantilla de 10.000 trabajadores.
El día que los accionistas de Ficosa adquirieron la planta de Sony en Viladecavalls se cumplió un principio anunciado décadas antes por los míticos patrones del sol naciente: “La industria auxiliar fusionará los clásicos esquemas metalúrgicos con los de la electrónica y la informática”. Así pensaban los magnates Soichiro Honda, Takeo Fujisawa o Akio Morita, al final del siglo pasado, cuando los chevols de Corea del Sur (Samsung o KIA, entre otros) ya les habían adelantado.
Vídeo promocional de la sede de Ficosa en Viladecavalls / FICOSAINTERNATIONAL
Hoy, la tradicional separación de sectores industriales ha pasado a mejor vida. El cruce de sus especializaciones se robustece al amparo de las cabeceras automovilísticas; y además, su gestión pertenece a una economía completamente digitalizada. La coyuntura pandémica castiga, pero para Ficosa, el futuro no se detiene, especialmente desde 2015, el año de su fusión con Panasonic, el gigante japonés que se hico con el 60% del capital de la empresa de componentes.
Frente a administraciones fosilizadas
La Ficosa de Josep Maria Pujol Artigas y de su hijo, el director general y Ceo de la firma, Xavier Pujol, ha podido con casi todo. Desbordó en el auge en los ochentas, sobrevivió a la caída en los noventas y hoy sostiene su difícil posición en el cenit de la industria auxiliar. En tan solo dos generaciones, los Pujol han recorrido lo que a otros les ha costado un siglo y medio. Ellos han entendido como nadie la voz japonesa que dice “lo viejo muere, lo joven camina”; y han sabido sortear las dificultades de una actividad integradora sin apoyos institucionales: “la cadena manda, pero la logística mata”.
En Cataluña, todavía es más fácil fabricar componentes que transportarlos; así lo dice la memoria vergonzante de sucesivas administraciones, desde CiU, seguida del tripartito de Maragall y Montilla, hasta llegar a los gobiernos indepes y gangrenosos de los últimos años. Los accesos a los polígonos del Vallès y las salidas portuarias de Tarragona y Barcelona siguen siendo cuellos de botella. Si Cataluña no es hoy la potencia industrial que merece la cuenca del Baix Llobregat --hace tres décadas fue casi capaz de competir con la Ruhrgebiet de Alemania-- es debido a las malas comunicaciones. Las empresas se han modernizado; las administraciones se han fosilizado.
Con la revolución que supuso el desarrollo del mercado automovilístico en España entre los años 50 y 70 del pasado siglo, Ficosa apostó por las tecnologías del sector; muy pronto se consolidó como proveedor local de componentes, básicamente para Seat y Nissan. Luego empezó su internacionalización al instalarse en Oporto (Portugal), donde hoy trabajan 2.000 empleados, para estar más cerca de las cadenas de montaje de Citroën y de Santana; la península le ofrecía lo que no podía darle por sí solo el mapa de España.
Alianza con Tata
Ficosa supo enseguida que su mejor vía de crecimiento se encontraba en el mercado europeo. Emprendió un viaje, esta vez sin retorno, al corazón del continente después de la entrada de España en la CEE y siguió apostando por el mercado único tras la creación de la actual UE. Se convirtió en proveedor de la nueva Renault, después de Billancourt, y se puso a los pies de Wolfsburg, sede mundial de Volkswagen, situada en el lander alemán de la Baja Sajonia. Pujol Artigas recuerda especialmente su entrada en Wolfsburgo cuando un directivo del consorcio alemán le dijo que “no vendería nada en Volkswagen y que además su competencia alemana se establecería en España y lo destrozaría”. Pero el presidente de Ficosa ganó aquel desafío con prudencia; y lo único cierto a día de hoy es que Volkswagen es el primer cliente de Ficosa a escala internacional.
Corría ya la última década de la pasada centuria, cuando los Pujol anunciaron su globalización, la asignatura más difícil, basada en el aumento de la capacidad tecnológica después de haber perdido la productividad que le habían ofrecido, durante décadas, los bajos costes laborales españoles. Ficosa abrió su abanico: se implantó en EEUU, México, Brasil y Argentina. Los Pujol entendieron que el tirón de la demanda en el mercado americano es una apuesta a cara o cruz. En el último suspiro del mundo de ayer (1998) firmaron una alianza con el grupo Tata para producir en Asia y vender en América, superando con creces el diferencial que recibe el simple importador.
El veterano Pujol Artigas o ¿quién dijo miedo? El patrón que fracasó como presidenciable en unas elecciones a la Cámara de Comercio de Barcelona y que no consiguió una pax romana en el seno de la Unión Patronal Metalúrgica (UPM), organización vertebrada en Fomento del Trabajo Nacional, supo volver a su día a día. Venció las resistencias tradicionales de la metalurgia local gracias a sus nuevas plantas productivas, en Polonia y Turquía. Asia le pareció un paraíso virgen; entró sin pensárselo en Rumanía, China, Rusia y Corea del Sur. Y cuando el puro crecimiento de la facturación del sector estaba dejando de ser una ventaja, reordenó la cadena de valor de su empresa: fundó su propio centro de I+D.
Caen los ingresos, aumenta el pasivo
Pujol Artigas y Xavier Pujol, junto a su red de managers y consultores --como Miguel Ángel Nueno, Jerzy Mazur (Norte de Europa), Joan Cañellas (EEUU), Josep Maria Forcadell (China), José Luis del Rey (Malasia e India) o Felipe Pérez (Marruecos), entre otros-- supieron cazar la oportunidad al vuelo: adquirieron la citada instalación de Sony en Viladecavalls, la planta que significaría para su empresa la fusión de especialidades, abaratando costes y ganando competitividad. Fue en 2010; y a partir de entonces, la antigua cadenas de televisores se convirtió en centro de alto rendimiento hasta convertirse en una referencia para la automoción europea. Solo faltaba el premio gordo; y cinco años más tarde llegó su alianza de capital y negocio con Panasonic, que ha acabado dotando a Ficosa de la potencia necesaria para competir en medio mundo. El que fue su componente estrella, el retrovisor externo, se ha quedado en antigualla comparado con los nuevos componentes de Ficosa, que está siendo capaz de hacer, en el presente, el coche del futuro: “un vehículo autónomo, conectado, eléctrico, híbrido, seguro, sensible en la reducción de CO2 y con radar de cámaras”, difunde Pujol. El coche eléctrico ya es una realidad incuestionable, pero la competencia en Asia y entre los países de la UE es un hueso duro de roer.
Hoy, en medio de la pandemia, sostener la caída del ciclo tiene un precio muy alto. Cuando se desploman los mercados es que ha llegado la hora de la acumulación bruta de capital, la inversión en bienes de equipo que cristalizará en los productos del mañana. Para entender la delicada situación de la industria auxiliar basta con ver las cifras de ventas ínfimas de automóviles, ofrecidas por Anfac, la patronal del sector. Caen los ingresos y aumenta el pasivo. Se vende menos y se gasta mucho con la mirada puesta en la recuperación vertiginosa que proclaman los think tanks económicos de Bruselas, como Bruegel, y el mismo BCE.
Ficosa presentó el año pasada los resultados del 2018, último ejercicio cerrado, con una reducción del beneficio neto de 17 millones de euros y una inversión recurrente de 1.200 millones. Pronto amainará y si el precepto de los ganadores es anticiparse, Ficosa tendrá ante sí un horizonte despejado. Aunque el negocio tradicional sigue representando gran parte de su balance, el plan estratégico Ficosa-Panasonic prevé que los nuevos productos tecnológicos aporten 800 millones de facturación en el 2023 o el 2024. Ficosa, el viaje de dos generaciones, desde el barrio de El Clot hasta la presencia en 16 países, dice mucho por incierto que sea el futuro.