Javier Mariscal diseñó en 1978 un maravilloso poema conceptual que describe en tres imágenes nuestra ciudad (Bar-Cel-Ona). Con tres visiones desde el marco de las letras de un bar, el cielo y el mar, Mariscal plasmaba con esa sencillez que solo los genios pueden lograr “lo que vemos, lo que respiramos y lo que nos emociona”, resumiendo la esencia de nuestra ciudad.
Quienes nos malgobiernan, seguros del sueldo que les pagamos todos nosotros y que ni por decencia han hecho ademán de bajarse, se están cargando la primera parte del poema, los bares. Y con los bares, los restaurantes, los comercios, el teatro, el cine… el alma de nuestra ciudad se nos escapa entre las manos por culpa no de un virus sino de unos gobernantes a quienes no les importa otra cosa que su ombligo. Que no nos digan que salvan vidas, que no es verdad, porque lo que hacen es arruinarlas.
Hasta el otrora epidemiólogo de referencia del President vicario ya dijo que Madrid lo estaba haciendo muchísimo mejor. Y es una verdad palmaria. Menos ingresos, menos UCI e infinitamente más actividad económica. Porque en Madrid no se cierra por cerrar, se hacen test rápidos, se acotan zonas, pero la vida continua y eso es lo que hay que hacer, compatibilizar la vida con la contención de una enfermedad, una más, no la única.
Tras cuarenta días cerrados a cal y canto se reabrió la hostelería tímidamente y ahora están condenados a una situación aún peor con un horario absurdo, dos horas por la mañana y dos y media al mediodía que hará que la mayoría ni intente abrir. Solo quien tiene el sueldo seguro, pagado por todos nosotros, puede pergeñar tamaña tropelía.
Vivimos la aniquilación de la iniciativa privada mientras a funcionarios y pensionistas se les suben sus ingresos por encima de la inflación. Crecen los subsidios pero se machaca a quien tiene un negocio con horarios imposibles e impuestos crecientes. Cada vez hay más gente que depende de ingresos públicos y simultáneamente cada vez es más difícil sostener un negocio. Los genios que nos malgobiernan no se dan cuenta de que el dinero no nace en las macetas y sin negocios no habrá impuestos, por mucho que ahora vivamos el espejismo del dinero venido del cielo.
De igual modo que el Ayuntamiento de Barcelona odia a los coches y a quienes los conducen, parece que la Generalitat odia a los bares y restaurantes, de lo contrario no se entiende esta manía persecutoria. Si se ponen medios, que se ponen, los restaurantes pueden ser tan seguros como el Liceu y, seguro, que más que el tren, el metro, el autobús o el avión. Lo vemos en Madrid donde el equilibrio entre economía y salud es un hecho. Pero aquí se obligan a cerrar o a mal vivir. ¿por qué? Porque es sencillo y populista. Seguro que cerrando los bares no suben los contagios, aunque tampoco es seguro que bajen a no ser que estas restricciones logren meternos el miedo en el cuerpo, la única herramienta de gestión ciudadana de unos líderes carentes de liderazgo moral y real.
Los ciudadanos estamos hartos de políticos incompetentes que van dando palos de ciego y no saben qué hacer. Estamos encerrados comarcalmente, pero podemos ir a la segunda residencia o a visitar a allegados a Sevilla, signifique allegado lo que signifique. Podemos comprar en un centro comercial, pero no tomarnos un café. Solo cuatro por mesa, pero más de cien en el vagón de metro o 1.000 en el Liceu. Y todo vertebrado por la palabra mágica, miedo. Si no fuese tan triste, tan dañino y tan grave todo parecería un mal chiste.