Me gusta escribir en papel. Me parece mejor que a través de una pantalla. Sin embargo, hay que reconocer que el papel huele a ciprés. Y la prueba es el cierre constante de kioscos de prensa. La pandemia de la prensa de papel es grave, y se añade a la pandemia del Covid que ha causado miles de muertos y un derrumbe económico. En el caso de la prensa, hay que remontarse a los años 2000, con la irrupción de pleno de Internet. En cualquier caso, se trata de dos cosas distintas, que no deben compararse, desde el reconocimiento de que a mi generación no le gusta el final del papel, aunque le gusta menos los crisantemos del cementerio, que son blancos de luto.
Me gusta el periodismo, que ha sido mi vocación y mi profesión, que me ha permitido ganarme la vida. Me considero filosóficamente un liberal de la vieja escuela, pero no en el ámbito económico. Considero que el Estado debe proteger a los humildes. Y muchos periodistas son unos mercenarios que están al servicio de quien les paga. Siempre digo que he sido monaguillo y conozco el puchero, como metáfora de mi vida. Conozco quien sostiene lo contrario a lo que defiende ahora, pero no diré nombres, que es algo muy feo.
Mis artículos los escribo justo la tarde anterior a su publicación, porque este medio es un tranvía efímero. Y me gusta escribir con la tensión de la actualidad, por esa idea que decía del tranvía. Pero este martes sólo se hablaba del Gordo de Navidad, que nunca toda a nadie, salvo a los que brindan con cava. Soy un sentimental, y me alegro con la alegría de los demás.
Pero si entramos en arena política, diré que soy republicano, como la mayoría de los españoles, aunque me gusta el rey Felipe. Me gusta mucho más que sus antecesores. Y el 3 de octubre se produjo su bautizo de fuego, de la misma forma que el 23F lo constituyó para su corrupto padre.
Está claro que nadie tiene una bola de cristal para conocer lo que dirá en el discurso de Nochebuena, pero estoy convencido de que no hablará del sinvergüenza del rey emérito. Un hijo nunca critica a su padre en público, porque lo quiere. Estoy seguro de que le dolerá, como a todas las personas honradas, pero los trapos sucios se lavan en casa.
Por supuesto, estarán los que no quieren al rey, y Podemos, los independentistas catalanes, vascos y gallegos lo pondrán a parir. El equilibrista y pragmático PNV no dirá lo que piensa, porque juega con dos barajas y por eso siempre gana.
Desprecio a Juan Carlos, porque es un jeta y un caradura, pero eso lo puedo decir yo. Él, sin embargo, se callará por vergüenza de hijo ofendido.
La monarquía constitucional, en todo caso, no peligra. Se ha podido comprobar en el barómetro del CIS, con un dato elocuente, y es que sólo preocupa al 0,3% de los españoles. La nación está pendiente de la pandemia mundial y del futuro de nuestros hijos, y de los mayores, en esta Navidad terrible, en la que nadie saldrá a la calle.