Entrado ya diciembre, la tradición marca hacer balance del año que finaliza. Una lectura de un 2020 marcado por una pandemia que, junto a su trágico balance sanitario, ha arrasado con la economía. Pese a todo, y para evitar caer en un pesimismo que no conduce a nada, quizás convenga recurrir al “no hay mal que por bien no venga” para encontrar algo bueno en el año que nos deja.
En España, hemos consolidado nuestro colchón social, con iniciativas como el ingreso mínimo vital o la subida del salario mínimo que, pese al mucho ruido que generaron, acabaron siendo aprobadas desde un consenso generalizado. En otro sentido, el inicio del proceso de reconstrucción y reforma, sustentado en el fondo europeo Next Generation que, además, conlleva determinadas reformas de nuestras políticas públicas, puede conducirnos a un tejido productivo más competitivo y sostenible.
Más lejos, la derrota de Donald Trump no es una cuestión menor, va mucho más allá de sacarnos de encima a una persona tan desagradable como mentirosa. Con él, desaparece la gran referencia de no pocos líderes políticos que, sustentando su discurso en el rechazo al otro, amenazan la continuidad de esa tradición social-liberal que, consolidada a ambos lados del Atlántico, favoreció la mejor etapa de la humanidad. Además, con su salida, el mundo recupera su vocación multilateral, la mejor manera de gestionar conflictos y regular una economía globalizada. Un enfoque en el que se encuentra especialmente cómoda la Unión Europea.
Y, precisamente, Europa puede ser lo mejor del año. A finales de 2019, el proyecto europeo parecía encaminado a la parálisis, cuando no al descarrilamiento. Entonces, aún latía la crisis de los refugiados; con el Brexit encima de la mesa; pendientes de superar las consecuencias de una crisis financiera que, mal gestionada, fracturó la Unión entre norte y sur; con pulsiones totalitarias en países centroeuropeos como Hungría y Polonia, o pendientes de la evolución de formaciones políticas antieuropeas en diversos países occidentales, como Italia.
Un año después, todo parece haberse reconducido. Desde un Brexit que, cerca de su desenlace final, a quien más preocupa es a los británicos; al sometimiento de los países del grupo de Visegrado a los principios democráticos de la Unión; a la caída del sentimiento antieuropeo; o a una gestión de los destrozos económicos radicalmente distinta a de la anterior crisis financiera, gracias a la emisión de deuda mancomunada y al papel reforzado del Banco Central Europeo.
Además, estas navidades prácticamente todos los europeos las vamos a pasar en estado de confinamiento. Los países más avanzados de la Unión, que parecían haber capeado mejor la primera ola del Covid-19, gracias a su mayor talento y seriedad, según ellos mismos decían, se ven ahora en una situación tanto o más dramática que los de la Europa meridional. Y es que no hay tantas diferencias entre unos y otros, por lo que deberían irse dejando de lado esos estigmas que aún pesan en el discurso público, y dificultan una mayor integración. En fin, ¡aún va a resultar que Europa funciona!